Baltasar Lobo: Vanguardia, equilibrio y belleza en el Museo Nacional de Escultura

Baltasar Lobo en 1983. Fotografía: Jean Marie del Moral (y gentileza de la Asociación de Amigos de Baltasar Lobo).

La exposición “Un moderno entre los antiguos” puede verse en la Casa del Sol (Museo Nacional de Escultura), en Valladolid, hasta el próximo 28 de octubre de 2018. La muestra repasa todas las etapas de la vida creativa del zamorano Baltasar Lobo, escultor clave en la historia del arte español en el siglo XX.

Por GERARDO LÓPEZ LÓPEZ
→ @gerloplop

Antes de empezar a hablar de la exposición propiamente quiero confesar que Baltasar Lobo es uno de mis artistas preferidos del siglo XX, por muchas razones, por la belleza de su trabajo, por su búsqueda constante, su contemporaneidad y la radical coherencia de su pensamiento y de su vida, coherencia que le ha llevado a pasar bastante desapercibido para el gran público, pese a ser uno de los nombres fundamentales de la escultura española del siglo XX. Lobo, zamorano de nacimiento, vivió y trabajó prácticamente toda su vida en París, exiliado tras la Guerra Civil, formando parte de lo que se llamó Escuela Española en París, denominación que debemos en buena medida a Mercedes Comaposada Guillén, compañera de Lobo a lo largo de toda su vida y que, aunque bien conocida entre los historiadores del arte y en el movimiento feminista, aún está pendiente de un estudio en profundidad que reivindique su figura y su gran aportación como estudiosa de la historia del arte contemporáneo.

La exposición “Un moderno entre los antiguos” está instalada en la Casa del Sol, sede de la colección de reproducciones de esculturas antiguas del Museo Nacional de Escultura (en Valladolid) y coordinada por su directora María Bolaños. Se trata de un repaso a la obra del escultor en clave de diálogo con las piezas de la colección de reproducciones del museo, y el resultado pone de manifiesto lo que Bolaños define en el catálogo como “palpitación clásica que subyace bajo una vocación decididamente innovadora… es clásica sobre todo por su talento para hacer visible de inmediato lo esencial”.

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La muestra recorre a lo largo de sus cinco capítulos, titulados “Un ojo primitivo, una mente moderna”, “Centauros, faunesas, diosas-cisne”, “Esto no es un desnudo”, “Métodos ancestrales” y “Mujeres… a ser posible”, los temas y las principales preocupaciones estéticas y formales del escultor. Desde el deslumbramiento que provoca su primer encuentro con Picasso y Henri Laurens, en cuyo taller entró a trabajar Lobo nada más llegar a París, hasta la influencia de Arp o Brancusi, siempre en busca del dinamismo rítmico en los volúmenes, manteniendo constantes como la belleza, el equilibrio, la huida de lo accidental y la perfección formal.

El interés de Lobo por la escultura primitiva nació antes de viajar a París, cuando en Madrid en los años previos a la Guerra Civil de 1936, acudía asiduamente la Museo Arqueológico Nacional donde tomaba apuntes y realizaba dibujos de las piezas de arte ibérico de la colección se amplía también a su predilección por la escultura griega, singularmente por los dioses más animalescos que entroncan con los mitos ancestrales de la sociedad rural en la que nace y que nunca olvida. Algunas obras de la exposición, tales como Seléné, los centauros, minotauros y otras deidades, lo ejemplifican con claridad.

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Una cierta fascinación por el equilibrio de las formas clásicas es constante en su identidad creativa, que se asienta sobre la fidelidad a una lógica anatómica de resonancia armónica, tal y como señala Fernando Huici, comisario de la exposición Baltasar Lobo, 1910-1993 celebrada en la Fundación Mapfre de Madrid en 1997 y con la que se pretendía un reencuentro de la obra de Lobo con su país y un homenaje tras su fallecimiento en el 93. Afirma Juan Manuel Bonet en un texto escrito para una exposición del escultor en 2014 que toda su obra gira en torno a binomios tales como “cosmopolitismo-nacionalismo”, “primitivismo-clasicismo” y de un modo muy singular a la tensión “instante-eternidad”.

Pero si hay un tema por el que se identifica a Baltasar Lobo y con el que adquiere una fama que traspasa las fronteras europeas, es la figura femenina, desnudos y maternidades en las que trabaja a lo largo de toda su carrera, desde los años 40 hasta la síntesis abstracta de la fragmentación de estos cuerpos en sus torsos a partir de los 70. Las maternidades, especialmente aquellas en las que madre e hijo juegan en el aire, ocupan un capítulo muy importante en la obra de Lobo ya que son producto de su experimentación y constante estudio en torno al dinamismo y el equilibrio en el espacio, que se convertirán con el paso del tiempo en una de sus principales aportaciones. Afirma el escultor, casi al final de su vida, que siempre soñó con “una escultura de mármol que sea como un vuelo, que se eleve sobre el suelo para brillar en medio de la luz, que nos haga olvidar la pesadez de la tierra”.

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Otro aspecto muy singular de Baltasar Lobo, y que de algún modo queda reflejado en “Un moderno entre los antiguos”, es su capacidad para asumir personalmente todos los procesos y etapas del oficio de escultor. Muchas de las obras que se exhiben en la muestra son moldes de yeso o piezas inacabadas, procedentes del legado del artista, en las que se vislumbran los procesos creativos de Lobo, el afán que ponía en probar en el yeso los volúmenes que buscaba o en señalar sobre el mármol el camino del buril. Dice su amigo Gaston Diehl que le bastaba ver el bloque en la cantera para saber qué tipo de obra se podía obtener de él y que cuidaba personalmente en las fundiciones las pátinas y barnices de cada pieza de bronce hasta “reproducir lentamente, ya fuera en mármol o en bronce, todo el temblor y todo el satinado de la piel”.

La exposición pese a no ser muy extensa ya que tan solo consta de 35 esculturas, recoge ejemplos de las distintas etapas de la vida creativa del escultor y de sus principales logros y cuenta con un acertado montaje en el que las propias peanas y soportes de las piezas marcan el recorrido, que con un delicado y bello relato nos permite además de disfrutar del trabajo de Lobo, redescubrir con otra mirada la extraordinaria colección de reproducciones antiguas del Museo Nacional de Escultura.

Las Obras

La exposición está compuesta por 35 esculturas de bronce, mármol y escayola. Todas ellas forman parte de la colección de la Fundación Baltasar Lobo que gestiona el legado del escultor y de la que forma parte el Ayuntamiento de Zamora y en ella está representada también la familia de Baltasar Lobo.

El legado de Lobo se reparte entre el Museo de Zamora, que tiene en depósito unas 650 obras de lo que se conoce como “El Lobo oculto” ya que las piezas no se encuentran expuestas al público, y en la Casa de los Gigantes, un espacio alquilado por el Ayuntamiento de Zamora para exponer parte de la colección. Este espacio resulta a todas luces insuficiente y aún está pendiente la ubicación de este extraordinario legado en un espacio adecuado para su exhibición y estudio, que podría ser, según reivindican desde la asociación de Amigos de Baltasar Lobo, un palacio del siglo XIX ubicado en la calle Ramos Carrión, que se construyó para sede de la Diputación Provincial y que hoy permanece cerrado.  Pero antes tendrán que ponerse de acuerdo las instituciones locales, provinciales y regionales, y sabemos bien que eso no es tarea fácil, aunque esté en juego el futuro del legado de uno de nuestros escultores más importantes del siglo XX.

Actividades paralelas:

  • Del 28 de junio al 1 de julio:
    CalleMuseo, iniciativa que tiene como objetivo vincular más estrechamente a los ciudadanos con el Museo Nacional de Escultura, ha tomado en esta cuarta edición como referencia inspiradora la obra escultórica de Baltasar Lobo. Varias actividades programadas se nutrirán conceptual y formalmente de su legado artístico. Entre otras cosas está prevista una performance experimental a cargo de la compañía de baile Escuela Danzas Urbanas Fresas con Nata.

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