‘El vuelo de Martín’: manteniendo el tiempo del baile

El vuelo de Martín
SOL GÓMEZ ARTEAGA
Marciano Sonoro Ediciones; San Román de la Vega, 2019

Por PUREZA VEGA FERNÁNDEZ
Desde astorgaredaccion.com

‘El vuelo de Martín’, nivola, o popeya o trigedia de Sol Gómez Arteaga es un cuento grande, no una novela corta pues el límite entre una y otro no es solo la extensión, sino las maneras, la priorización del contenido sobre las formas, aunque estas se dejaran de contaminar de aquel o viceversa, y por los rasgos claramente definidos de los personajes de una nivola. Pero cuáles son las maneras que aquí alargan el cuento en novela: la vividez de los hechos vitales y la intensidad del desenlace, menos intenso y sorpresivo, casi anticipado en el caso de las novelas frente a los cuentos.

Ya en la primera página se desvela el salto, el rito de paso de la infancia a otra cosa, esa otra cosa que se vive como una pérdida, una ruptura de la fusión originaria y originante con la madre. (No hemos dicho aún que se trata de eso, de la relación de una madre y su hijo que se transforma a partir de los cambios de madurez y de circunstancias de cada uno. El modo: punto y contrapunto.)

También en esta página primera se aventura el final, es como una representación micro, de cuento corto, de lo que va a suceder en el resto de la nivola, el cuento largo. La novela manifiesta entonces la explicitación de lo que ya se contempla en la primera página: «Algunos años más tarde, y cuando ya nos habíamos mudado a España, mi madre volvió a acercar su rostro a mi rostro y a lamer mi mejilla después de tomar las pastillas rosas y grises y blancas y azules y de beber uno tras otro los botellines de cerveza que luego dejaba repletos de colillas sobre la mesa y en el suelo de la cama.
Pero para entonces a mí no me gustaba ese juego y, antes de que su lengua alcanzará mi oído, yo ya me había largado de su lado.» (17)

Entonces la narración es verdaderamente un vuelo ensayado ya desde el principio; pero esto es la novela, porque en la historia que cuenta el vuelo de verdad se realiza al final. Lo que realmente sucede es que es el final al que hemos llegado lo que revela y da sentido a nuestros primeros pasos, pues estos se interpretan desde el sentido que les da el presente, este presente a donde hubiéramos llegado. Así, si los finales son de cada uno la mórula originaria pudiera ser agraz o mielífera dependiendo de la intención de esos sentidos, del enfoque de miradas.  Y cada momento es una nueva e hiriente valoración de todo cuanto hemos sido. Por eso tampoco el pasado está cerrado, por eso el porvenir es largo. Pues por eso, este escrito no es solo el vuelo de Martín, sino el de Alicia, su madre, ya que comienzan el periplo en una misma nave. Pero ¿la nave va o no va? ‘E la nave non sta andando’, y aunque ese periplo parezcan realizarlo juntos, va habiendo a lo largo del escrito un distanciamiento debido a esa disimilitud de intenciones que antes hemos llamado enfoque, aquí y ahora, hacia delante y hacia el pasado.

El vuelo que es figurativo al tiempo que real, nos lleva por unas vidas que se van buscando. En el discurrir de esta búsqueda despegan de su vida convencional y aterrizan en el extrañamiento, con necesidad de acomodación. Madre e hijo tendrán que adaptarse a un tercer personaje que es la nueva pareja de Alicia. Manteniendo el ritmo, manteniendo el tiempo del baile. Y el de la vida, en las épocas de la vida. Esta adaptación será perjudicial para ambos: una condena para la madre, con malos tratos, confusión, pérdida de autonomía y de conciencia de su situación. Para Martín, desatención, soledad, pero también ganancia de aquella conciencia que Alicia parece ir perdiendo, como si hubiera de haber un equilibrio ineludible en el universo entre la ganancia y la pérdida,  con reconocimiento cuanto menos de lo que no quiere. Lento trabajo de lo negativo, de la maduración.

Lo que tiene de novela esta narrativa es lo que tiene de técnica novelística, con frecuentes paralelismos, algunos acertados, como el que se da entre ‘El chico’ de Charlot, película que veía Martín como consuelo, “socios habere malorum”, y como manera de afirmación y negación ante su nueva realidad, taparse los sonidos del ‘folleteo’ de su madre con un sujeto, Ray, para él indeseable.

El vuelo de Martín nos proporciona su punto de vista, su punteo progresivo en la decadencia de su madre. No conocemos, si bien pudiéramos sospecharlo, el punto de vista de Alicia, pero no es lo mismo. El nombre de Alicia es episódico, en la novela se la conoce por la madre de Martín.

Está búsqueda, pues se trata de una búsqueda de sí mismo por parte de Martín con el contrapunto de la pérdida de la dignidad de Alicia. Ya digo, forma y contenido adoptan esta aleación contrapuntística, en la forma no siempre es acertada, en el contenido es donde seduce.

Esta danza y contradanza, punto y contrapunto, muy empleadas para destacar ciertos juegos de ausencias y presencias –léase la página 44 donde el director del centro al que acude Martín le hace una entrevista y él se evade en sus evocaciones, en sus lejanías de autodefensa–. Pero este punto y contrapunto, insisto, no es solo técnica narrativa sino contenido argumental: Primero danza y contradanza de madre e hijo, esta es la principal; luego danza y contradanza de Alicia y su nueva pareja; danza y contradanza de Martín y esa pareja, de la que sale expelido, vomitado como un sputnik. Encuentro y desencuentro, danza también con otros modelos varoniles como Tadeo, el vecino de la vivienda de Lavapiés un tanto anarcoide, que vive de vender rosas a los enamorados por los bares. Madre e hijo, Martín y Alicia en su viaje al fin de la noche entrarán en contacto con el mundo de la delincuencia, de la mendicidad, del tráfico y la adición a la droga, de las dificultades escolares, de las casas de acogida, de la cárcel, de la violencia de género, etc.

En esta danza cada vez más acelerada, cada cual encuentra su camino, Alicia parece abocada a un callejón sin salida y Martín madura por las circunstancias, saliendo expelido de la centrifugación del baile, pero decidiendo no hundirse como los demás bailarines bajo la colina, sino volando hacia su lugar de origen, donde le espera su abuela, hacia La Argentina, donde, de niño había sido feliz. Ahora sabiendo lo que quiere y lo que rechaza. Ha pasado.

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