
En homenaje a la poeta Guadalupe Grande, fallecida repentinamente en estos primeros días de 2021, quisiera compartir aquí algo cercano y cálido: su mirada sobre la poesía y el poema. Nos conocimos en Valencia, a principios de febrero de 2010, cuando participamos en el ciclo ‘Poéticas en Fuga’ que organizó la Asociación Poética Caudal, y pasamos unos días memorables llenos de actividades, lecturas, presentaciones… Guadalupe leyó entonces un texto sobre la poesía de Olvido García Valdés, titulado “Objetos al acecho o la intimidad de la extrañeza”, y le gustó la propuesta de publicarlo también en Isla Kokotero, mi antiguo blog de poesía ya desaparecido, así que me lo envió a los pocos días por mail. Allí se publicó y hoy lo reproducimos aquí. La foto, en la que Guadalupe aparece en el interior de un coche acompañada por el poeta Antonio Méndez Rubio, la tomé en aquellos días. / Eloísa Otero
OBJETOS AL ACECHO O LA INTIMIDAD DE LA EXTRAÑEZA
Por GUADALUPE GRANDE
I
Qué es un poema, qué artefacto de conocimiento o vida es un poema? De alguna manera, detrás de cada poema hay una pregunta, una extrañeza, un desconcierto. De alguna manera, tal vez el poema sea el desprestigio de la certeza. Tal vez.
Ahora me pregunto
qué es un poema y qué la enfermedad, los grados
de sufrimiento tras los que corre
el alma. No sé dónde va el alma, conozco
en cambio bien figuras
que la noche espolea.
No sé de los poemas, sólo por semejanza.
Entonces, ¿cómo crece un poema? O ¿cómo surge un poema? Qué hace que la escritura devenga en palabra poética y ésta en poema.
Hay quienes escriben versos con estructura poemática, llegan a la poesía habilitando el espacio de la página para el lenguaje poético, desbordan el poema hacia la página, hacia el sonido, hacia la letanía, y no es tanto el poema sino el lenguaje poético el habitante de esa página, pienso en poetas de la estirpe de Whitman o Perse. Sólo me estoy preguntando si ‘Hojas de hierba’ o ‘Annabasis’ son libros de “poemas”.
No pienso en el abandono de forma y medida, ni en una cuestión de ausencia de contención como en una forma necesaria para el encuentro con la poesía. Cómo tampoco, desde la antípoda de esta preponderancia del lenguaje, me referiría a la construcción del poema desde una forma predeterminada, desde una medida preconcebida. Entre el abandono de las “formas” poéticas tradicionales, y la forma “poema” reconocible y reconocida por la tradición, hay una tercera opción. Es un asirse previo al artefacto-objeto en que puede convertirse un poema. Es intuir una huella, previa a la palabra, en la que van a habitar las palabras. Creo que en el caso de Olvido, el poema precede al lenguaje poético, existe antes como objeto receptor de las palabras, es como un hueco en la página, así como la cuenca es el habitáculo del ojo, así como el cuerpo es la forma de la vida.
II
Porque se trata de mirar lo real vivo con toda la extrañeza que ello conlleva, se trata de prestar una atención minuciosa al hecho existir que, “sujeto a tenderse como objeto”, nos permita indagar al tacto el tono de las cosas como si ese tono fuera su contorno.
Como quien reza escucha, sobrevive
en la áspera música
del ojo; si sólo quedan nombres, arráncales
sus hijas de raíz, contempla
esas desnudas cepas abrasadas.
Se trata de ver el sonido de lo vivo al tacto, de escuchar esa áspera música del ojo que rescata las palabras desnudas, unas palabras que ya no son exactamente conceptos, sino algo menos rotundo y a la vez más real. Unas palabras que son arrancadas de la idea y que van del ojo al hueso, como van del decir al poema, van del ojo al hueso, no de la mirada al pensamiento. Van del decir al hueco que es el poema, no del discurso a la página poemática, van del objeto que es el ojo al objeto que es el hueso. Se trata de un diálogo de intimidad entre objetos. A tientas, hacia lo real.
Lo miré porque hacía rato que no lo sentía
(…) El árbol era verde, era
real, estaba la lámpara encendida, no había
luz, no había ventana.
III
Todo tiende a ser materia objetual en los poemas de Olvido García Valdés, todo tiende a ser una íntima y árida revelación, así como ante la extrañeza de la infancia los objetos se revelan, se definen en sus contornos, son cuerpo que habita el mundo. Y no sucede que los poemas sean una resolución de esa extrañeza, sino una forma de habitarla.
No hay mirada en quien dobla la chaqueta
y, después de colocarla sobre los zapatos,
avanza hacia el río.
La emoción
son distintas proporciones de ácido.
Pero la muerte tiene
ojos de infancia.
Porque se trata de algo que tiene que ver con la visión de lo real, no con la mirada sobre la realidad, es el ámbito del poema como lugar de lo real, como huella dejada en la página para lo real. Se trata del lugar –el poema– donde el objeto que es lo real alcanza su particular epifanía, sin escándalo ni festejo porque lo “imprescindible es superfluo”. Porque, ¿qué es imprescindible salvo lo vivo?
IV
Y no es cuestión de las pequeñas cosas, no es cuestión de lo humilde en contraposición con la grandilocuencia, como no se trata de lo popular frente a lo culto o de lo contenido contra lo feraz. No era humilde Emily Dickinson, era obcecadamente indagatoria, perseveraba en la extrañeza. No era culto Lezama, era intransitivamente sabio en su prodigalidad. No, no es sólo la valoración de lo ínfimo desprestigiado, sino el lugar –el poema–, el arte-facto, la huella en la que las palabras, el despojamiento retórico de las palabras, no es desconfianza del lenguaje sino sospecha del prestigio del lenguaje. Sin pórticos, sin clausuras.
ninguna elevación sin embargo
puedo hablar a los otros
miro frutas fresas
antes de tiempo
miro frutas
la piel
encendida de las naranjas
Mirar, indagar, perfilar, no ver, ni saber ni definir. Se trata de acercarse a la paradoja que es el poema acrecentando su carácter de aporía, no las palabras como instrumentos conceptuales para la operación del pensamiento, sino las palabras como objetos vivos en la experiencia de memoria e indagación que es el poema, abrir la intimidad de esa experiencia: a la extrañeza de la infancia, a lo extraño de la muerte, al duelo de lo enfermo, hacia una hora, un lugar del tiempo en el que “casi en la oscuridad” se entrecierran los ojos, (como un saludo).
GUADALUPE GRANDE
Valencia, 2010
Texto leído en el ciclo ‘Poéticas en Fuga’
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