
Por TOÑO MORALA
Había desechado acudir al psiquiatra; no por nada en especial, sino porque su dolor interno, ese sufrimiento crónico era incurable; demasiado tiempo escuchando estupideces alrededor de la vida, demasiado cansancio por llevar sobre los hombros… atormentados hatillos de otros que no quisieron luchar para cambiar algo la vida y el mundo. El leve susurro del aire le calmaba en los momentos serenos de paz interior y cerraba la mirada al mundo, y se escondía de sí mismo para no estorbar el devenir del resto de seres vivos; el silencio lo compartía con la soledad, y abrazados sobre su pecho, escuchaban el latido cansino de aquel corazón que lloraba clandestinamente, entre las sonrisas y risas de los que más se mentían a sí mismos. Aquel atardecer se recostó sobre la hierba de septiembre, y cuando llegó la noche se había quedado dormido entre sueños de silencio… cuando despertó, tenía que ir al curro, ponerse los cascos antirruido, los guantes para el frío y dar martillazos sin ton ni son para poder comer, casi siempre en silencio… —¡Mañana hay que pagar el recibo de la luz…!, le musitó su mujer.