Zíngaros

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Por TOÑO MORALA

Hay pueblos tan inmensamente ricos en humanidad y cultura que la cuestión económica queda en un segundo plano; pueblos que siempre se han llevado bien con la tierra, y que trabajaron lo justo para comer y poco más. Nómadas que el resto del tiempo lo pasaban aprendiendo a sonreír, a hacerse felices entre ellos, y a vivir con dignidad. Así ocurrió con el pueblo “Zíngaro”, aquellos gitanos que provenían de la vieja India y que llegaron a Europa a compartir su cultura y sus formas de vida. La música la llevaban de un lado para otro, y sobre ella, encontraron la esencia del sentimiento y la unidad de su cultura; y así pasaron cientos de años, y así fueron repartiendo alegría y vida. Aquel año pasaron por pueblos y ciudades; acampaban a las afueras, en los arrabales, y desde allí, preparaban sus espectáculos llenos de luz. Mientras unos tocaban múltiples instrumentos, otros bailaban al son con gracia y esmero, las niñas y niños recogían unas monedas en un plato, y descalzos y sonriendo se metían al poco público en los roídos bolsillos. Aquella Zíngara tenía los ojos del color del cielo, el pelo negro y la tez morena, y sobre ella, la belleza se había posado tiernamente. Al rato, comenzó a bailar una danza desconocida, mientras los músicos iban acelerando su melodía y dejando al público boquiabierto por tan buen espectáculo… se le acercó un hombre, le dejo unas monedas sobre el plato, y balbuceó unas palabras al aire… —¡Cuando se apaga el cielo, los sueños se regalan a tus manos, y la sonrisa se hace pan sin tierra prometida…!

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