Días de 2023 (8)

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021» y «Días de 2022»… continúa con su sección «Días de 2023». En esta ocasión, el autor reproduce por escrito lo que contó en la inauguración, en Factor. Espacio San Feliz, de la exposición de fotografías de Cecilia Orueta sobre la Ibiza que conoció Walter Benjamin.

Por AVELINO FIERRO

El pasado 30 de junio presentamos en ese nuevo y elegante espacio para actividades culturales, en San Feliz, en la ribera del Torío, la exposición de fotografías de Cecilia Orueta sobre la Ibiza que conoció Walter Benjamin. Público abundante, expectante. La tarde, clara; nubes blancas cogidas de la cintura como un rebaño de adolescentes. Llevaba conmigo abundante documentación y algunos libros del pensador escritos en aquella época, el último tiempo feliz de su vida.

Era mi cumpleaños. Dudé entre desenvolverme en una especie de happening (junto a la mesa del conferenciante estaba esa escultura de madera, enorme, de un lector desnudo) o rendirle homenaje al filósofo “que hurgaba en los trapos de la palabra y en los jirones del lenguaje”.

Pensando en que quizá no tendría otra ocasión para hablar de estas dos personas de mi devoción –la fotógrafa y el filósofo–, opté por lo profesional, convencional y campanudo, marmóreo y de extensión.

No fue un discurso conceptualmente oscuro, pero no tuvo momentos sonoros o galvanizantes que zarandearan al auditorio, que llegó –sin duda– a sentirse consumido por el tedio y se mantuvo, sin embargo, en la suprema elegancia de la no deserción.

Al finalizar, G. se acercó y me dijo: “A mí, todo lo que pase de cincuenta minutos…”. Y otro amigo me pidió que aquello discurseado –simples anotaciones a veces enmarañadas, citas a mansalva– lo pusiera, en parte, por escrito.

Es lo que ahora hago.

SOBRE UNAS FOTOGRAFÍAS DE CECILIA ORUETA    

Hace unas semanas tuve que revisar notas y lecturas para reflexionar sobre la forma de observar y de trabajar de los dibujantes. Tenía que hablar de unas ilustraciones para un texto de Franz Kafka.

Aquellos apuntes se pueden trasladar en buena parte a este momento, porque en las estrategias o en el teatro de operaciones del dibujante y del fotógrafo hay zonas comunes: mirar el mundo, los objetos, la forma en que se eligen unas imágenes y se descartan otras, conforme todo a una educación y preparación técnica, a un aprendizaje y a una cultura.

Walter Benjamin, en Calle de dirección única, se refiere a ese proceso en el campo de la escritura. En el epígrafe “¡Cuidado con los peldaños!” anota: “El trabajo en una buena prosa tiene tres peldaños: uno musical, donde es compuesta; uno arquitectónico, donde es construida, y, por último, uno donde es tejida”.

Pero nos hemos adelantado al exponer todo el proceso. Volvamos atrás, al inicio: al acto de mirar y elegir.

Hay otra frase que me gusta citar. Me parece muy ajustada a la forma en que tendría que desplegar su actividad todo creador. Aunque esté referida a la creación poética.

Álvaro García, en el prólogo a uno de los libros de Auden, Otro tiempo, dice: “La grandeza poética de Auden consiste en una doble agilidad, limpieza de mirada y conciencia del oficio, saber ver lo que importa y hacérnoslo memorable”. Limpieza de mirada… Saber ver lo que importa…

En carta desde la Fonda Miramar, en San Antonio, Ibiza, del 23 de mayo de 1933, Benjamin le comunica a G. Scholem que quiere retomar de nuevo el tema de la novela. Esas reflexiones pasarán a su ensayo El narrador, publicado en 1936. En él W.B. copia una extensa cita de Paul Valéry, para mí uno de los pensadores más acertados sobre las teorías estéticas.

“La observación artística puede alcanzar una profundidad casi mística. Los objetos sobre los que se posa pierden su nombre: sombras y claridad conforman un sistema muy singular, plantean problemas que le son propios, y que no caen en le órbita de ciencia alguna, ni provienen de una práctica determinada, sino que deben su existencia y valor, exclusivamente a ciertos acordes que, entre alma, ojo y mano, se instalan en alguien nacido para aprehenderlos y conjurarlos en su propia interioridad”.

Alma, ojo, mano…

El fotógrafo mira, observa, sabe que tendrá que materializar ese instante. No conoce a la perfección el punto de llegada, pero ya intuye o prevé un cierto resultado. Y en todo este proceso influyen elementos culturales, obsesiones más o menos persistentes, una educación sentimental, una biografía personal.

Y en el caso de estas fotografías también existe un estudio previo, un proyecto. Cecilia Orueta ha leído el libro del poeta Vicente Valero, Experiencia y pobreza, sobre la estancia de W.B. en Ibiza, las cartas del filósofo de esos años ibicencos, sus libros esenciales (Infancia en Berlín, Calle de dirección única, Historias y relatos, escrito en Ibiza –recuerdo bien que se refirió extensamente al relato “La cerca de cactus” cuando visitábamos una casa payesa musealizada–, los ensayos sobre el haschis…). Puede incluso que conozca el libro del fotógrafo Raoul Hausmann, fundador en Berlín del Club Dadá, sobre su estancia en la isla entre 1933 y 1936.

Ha analizado también –y esto es esencial– los escritos de Benjamin sobre París y sobre la figura del paseante, del flâneur. Alguien recorre una ciudad inmerso en una especie de “experiencia aurática”, de dialéctica entre la cercanía y la lejanía. Fournel, un escritor-flâneur, ya comparaba su propia forma de mirar con un “daguerrotipo móvil” años antes de la invención de la cámara fotográfica.

Susan Sontag ha asociado al flâneur con la figura del fotógrafo, aludiendo a la distancia creada entre él y el objeto de su percepción. Cita a fotógrafos como Paul Martin, Arnold Genthe o Eugène Atget, por el que también se interesa W.B. en su ensayo Pequeña historia de la fotografía.

Cecilia ha acumulado información. Y podemos decir que ha operado, como lo hacía el filósofo, a través de una doble vía, “intuición mística y visión racional”. Y ha pensado, como él, en la fotografía enhebrada en el relato de la historia. Cierto que Cecilia Orueta ya ha desarrollado cometidos similares: con un referente literario ha acometido otros proyectos, como el de Patrick Modiano o el de un escritor siciliano que no vamos a desvelar porque es un trabajo inacabado.

Pero ¿cómo clasificaremos o denominaremos estas fotografías que hoy podemos contemplar?

En su libro Fotografía poética, Raich Muñoz, después de hacer un recorrido por escuelas y autores, desde la Nueva Visión hasta la fotografía de la indiferencia o lo banal, nos trae hasta el momento actual donde no hay una línea imperante: Fotografía Creativa, Neopictorialismo, Fotografía Plástica. Pero anota que tanto en unos como en otros autores contemporáneos “prevalece la idea de mostrar una belleza visible en su forma que mantenga su aura, según el término utilizado por Walter Benjamin”. “Una manera poética, añade, para referirse a una fotografía capaz de expresar sensaciones y de invitar a ser contemplada. Una fotografía que capta la belleza para, posteriormente, añorar su ausencia…”.

Parece estar describiendo la forma de trabajo y los resultados de Cecilia Orueta. Sus imágenes son como esa mirada un poco miope del pensador alemán, desenfocadas, sombras breves, trazos de luz, soledades, fantasmagorías –este es un término importante: en el relato “Al sol”, Benjamin habla de mujeres que aparecen flotando sin moverse con el rostro vuelto hacia el que mira; dice de las especulaciones cosmológicas de Auguste Blanqui, “La eternidad a través de los astros”, que son la última fantasmagoría del siglo XIX; en “La cerca de cactus” las máscaras avanzan hacia O’Brien, el narrador–. Hay en sus fotos borrosas lejanías, masas de agua desfiguradas, bosques atravesados por el sol. Por ello, en varias tomas recurre a la sobreexposición, dejando que la luz inunde el objetivo de la cámara.

Detiene el presente y hace que regrese el pasado en imágenes que relampaguean. Un pasado a veces alucinado, como un delirio, como un ensueño, tratando de fijar lo que Bergson llamó un “incesante desvanecimiento”.

Fotografías que se debaten entre el referente y su ausencia. Que emergen –diría Maurice Blanchot– liberadas de las limitaciones y exigencias de la vista, ahí donde aquello que hay que percibir permanece invisible para poder acercarnos a ello.

Un pasado que parecía sepultado vuelve a nosotros desperezándose, emborronado, iluminado a veces con luz de acuario, con una luz como debía de ser aquella de los Pasajes parisienses que tanto escudriñó Benjamin; vuelve a nosotros pleno de belleza, finura y modernidad.

Gracias a la inteligencia y sensibilidad de Cecilia Orueta. Una fotógrafa refinada, exquisita, singular.

1 comentario

  1. Enhorabuena, es laudatorio cómo has sido capaz de darnos una visión filosófica, antropológica, sociológica y literaria (con cronología histórica) en tan breves comentarios… pero tan intensos. Texto para releer sin duda.
    Felicitación de nuevo

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