
La trashumancia fue una de las costumbres más arraigadas entre los ganaderos de la comarca zamorana de Aliste que desplazaban a pie sus ovejas hasta los montes de Sanabria en busca de pastos frescos. Si a mitad del siglo XX eran numerosos los “churreros” alistanos que enviaban sus reses en verano hasta el agostadero sanabrés, en la actualidad solo cinco ganaderos juntan sus rebaños en una cabaña para realizar ese viaje por las vías pecuarias. 80 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta por una cañada muy deteriorada, denuncian los pastores. El fotógrafo Carlos Blanco convivió con ellos en esta singular travesía ecológica.
Texto: ISAAC MACHO
Fotografías: CARLOS BLANCO
La cabaña óptima de ovejas para recorrer los viejos caminos de trashumancia, según los entendidos, está entre las 2500 y 3000 cabezas. El último viaje de “los churreros” desde la comarca de Aliste a Sanabria (los sanabreses los conocen por este nombre porque la ganadería alistana procedía de la raza “churra”, aunque en la actualidad hay otras influencias) se componía de 2396 animales. Un número idóneo para transitar por caminos ganaderos entre estos dos espacios zamoranos.
Después de varios años esperando acompañar a los pastores por este corredor ecológico hacia las montañas de la alta Sanabria, Carlos Blanco, por fin, tuvo la oportunidad de unirse al grupo de trashumantes y recoger sus vivencias en imágenes. Como alistano, natural de Latedo, era conocedor de esas tradiciones pastoriles pero le faltaba experimentarlo personalmente. A pesar de la dureza del viaje para pastores y animales por esta infraestructura verde, al fotógrafo enseguida le llamaron la atención “la sabiduría y habilidades que los pastores tienen para manejar y guiar el ganado”.
Un conocimiento que regala la práctica diaria del oficio y que facilita “saber en todo momento cómo están los animales, qué necesitan, cuándo han de parar, si han comido lo suficiente, si necesitan agua, etc.” Las miles de jornadas que estos profesionales abrigan en sus biografías, les permiten leer e interpretar a la perfección todos los movimientos de los territorios que pisan: “cuáles son los mejores pastos para sus ovejas, dónde se encuentran los puntos de agua, qué lugares son los ideales para dormir, de qué manera hay que entender y descifrar cualquier conversación con las gentes de estos lugares con solo mirarles a los ojos…”.

La sabiduría de los mastines
En la perspectiva profana de Blanco, los mastines que guardan el rebaño, o cómo él los define, “la sociedad de los mastines”, merecen un capítulo aparte. Tras integrarse en el grupo de “los churreros”, su primera impresión fue de asombro ante el enorme tamaño de estos guardianes del ganado, su pelaje resistente adaptado a los diferentes climas, su fuerza y lealtad hasta convertir a este perro de lobo en un verdadero patrimonio cultural en los itinerarios de la trashumancia.
Al fotógrafo le chocó de forma extraordinaria comprobar cómo más de una docena de mastines, procedentes de cinco rebaños de ovino, “eran capaces de organizarse y repartirse las tareas entre ellos mismos. Unos delante del ganado, otros mezclados con las ovejas o alejados del pelotón explorando el terreno”, y hasta aquellos que se colocaban detrás cerrando la comitiva.
“Yo me quedaba atrás haciendo fotos y ellos, sorprendentemente, se paraban a esperarme asumiendo su cometido de que como buenos vigilantes eran los últimos”. Durante la noche, recuerda también, “se repartían el espacio envolviendo al ganado y cuando detectaban algún tipo de animal o ruido extraño salían en tromba a su búsqueda amenazándoles con fuertes ladridos”. Sin embargo, prosigue, “cuando el rastro que olían, intuyo que podía ser de lobo, el destacamento que salía lo hacía en silencio mientras el resto quedaba con el ganado”.
Contemplar el comportamiento de las ovejas fue otra de las enseñanzas que se llevó en la mochila Carlos Blanco de este desplazamiento interior y a pie. Tan extrañado se quedó el fotógrafo del modo de actuar de las ovejas que al referirse a esa actitud utiliza términos como “carácter”, “personalidad”, “confianza”, pese a comprobar, en un primer momento, una conducta más bien esquiva y asustadiza.

Herencia pastoril
Conscientes como son los habitantes de la comarca de Aliste de que las ovejas no saben de domingos ni de fiestas de guardar, los pastores que nacen ya con esa sentencia a cuestas “ejercen, transmiten y se sienten orgullosos de continuar con esta profesión heredada de sus antepasados”. En los días que el fotógrafo alistano convivió con ellos, constató que se trata de “personas amables, cordiales, muy observadoras y respetuosas”. En buena lógica, se encuentran plenamente adaptados a la naturaleza, son prácticos y desarrollan esa máxima de los emprendedores a la hora de tomar decisiones pensando siempre en la eficiencia como una de sus máximos objetivos.
Si a esas características de fuerte personalidad se une su “modestia” y que, en muchas ocasiones, “infravaloran sus propios méritos sin tener en cuenta que son los depositarios de una cultura ancestral pastoril, muy arraigada en la comarca, su austeridad y presencia se agiganta” como los viejos robles que pueblan los terrenos de la comarca. Ante esta afirmación por parte de Carlos Blanco, no es raro que Tomás García, pastor de El Poyo, y uno de los integrantes de esa caravana trashumante de Aliste a Sanabria asegure que su trabajo “no es duro porque es algo que he hecho siempre y me lo paso bien”.
La conversación sí halla un punto de encuentro de cierta solemnidad al pararse a responder a la pregunta de cuál suele ser habitualmente el momento más delicado durante la estancia veraniega en la alta Sanabria a casi 2000 metros de altitud. Nicolás Silva, hijo y nieto de pastor, nacido en Valer y vecino de Pobladura, contesta sin dudarlo: “el frío, las nieblas y las tormentas con aparato eléctrico”.
García trae a la memoria cómo las ovejas cuando ocurren fenómenos atmosféricos extraordinarios se amontonan y “no se mueven hasta que no pasa el episodio violento”. Confiesa que curiosamente son los perros los que más se asustan con los truenos. “Unos se tiran al suelo, otros se esconden donde pueden porque, según afirma, en Sanabria las tormentas son salvajes”. Y da cuenta de las diferencias que existen entre las dos comarcas en estos casos: “en Aliste ves un relámpago y no suena apenas, mientras que en la alta Sanabria estalla con estrépito, tan fuerte como los truenos hasta el punto de que retumban las peñas de la sierras al estar la tormenta tan cerca de la nube”.

Jornadas de 24 horas
Para Carlos Blanco, “el pastoreo, la agricultura y la actividad rural” acarrean históricamente una leyenda negra no solo desde el punto de vista social sino también económico y emocional. Eso ha provocado, en su opinión, el éxodo de los pobladores rurales a la ciudad y el tan traído y llevado azote de la despoblación. “Ese menosprecio del pasado aún perdura en la mente de algunos pastores”, sentencia.
Si en 1992 el número de ovejas y cabras que hicieron trasterminancia de Aliste a los pastos de Sanabria fue de 19.275 unidades, en 2024 recorrieron los 80 kilómetros que separan el comienzo de la vía pecuaria hasta el término de Aciberos, únicamente 2.396 cabezas. La conclusión es elocuente: en algo más de tres décadas se han reducido drásticamente las explotaciones ganaderas.
“La trashumancia no tiene futuro”. La frase es de Tomás García que con 51 años ya tiene guardados en su zurrón 27 años de “churrero”. Del mismo parecer es Nicolás Silva quien reconoce que el negocio ganadero “da para vivir igual que cualquier otro trabajo, pero es muy sacrificado ya que hay que estar las 24 horas pendiente del ganado”.
García saca a colación otros argumentos: “la trashumancia tiene los días contados porque no la apoya nadie. Nos habían quitado las tasas y ahora las han vuelto a poner y no sabemos por qué; no nos arreglan ni un refugio, no disponemos ni de una cerca; en vez de darnos facilidades solo ponen trabas. Es una vergüenza que las cañadas estén en tan mal estado”. Ante esa situación, lanza un modesto deseo: “Qué menos que nos tengan preparada la cañada igual que les acondicionan los paseos a los senderistas… Nosotros hacemos la trashumancia porque estamos acostumbrados a hacerla todos los años, pero a ver quién va a venir detrás…”. El pastor se lamenta asimismo de que al llegar con las ovejas al agostadero sanabrés, las vacas, que pastan a sus anchas, les tienen desbaratados sus pastos.
El panorama, según reconoce Silva, es poco alentador. “Nosotros ya estamos acostumbrados, pero los jóvenes tienen otro ritmo de vida y no es para que se queden a cuidar el ganado”, advierte.

Convivir con el lobo
Los pastores alistanos llevan realizando la práctica ganadera de la trashumancia cientos de años. Y para los habitantes de la comarca de occidente zamorano el nombre del lobo va unido indisolublemente a sus más ancestrales costumbres. No en balde nacieron y viven en una de las zonas que más y mejor ha convivido con el rey de las especies en la Sierra de la Culebra.
En la ruta trashumante que ha seguido Carlos Blanco no hubo encontronazo alguno con el ágil depredador de pelaje denso y tonos grisáceos. Sin embargo, Tomás y Nicolás podrían llenar cuadernos enteros con episodios en los que el lobo es el protagonista. “Es muy astuto”, afirma con rotundidad Silva. “A veces, se acerca un lobo solo, saca a los perros tras él y cuando se van todos, viene otro detrás y ataca al ganado”. Noche y lobo es un matrimonio ideal, señala. Al respecto, evoca el refrán tan utilizado en todo el contorno: “la noche es buena para el lobo”.
Tomás García y el carnívoro son viejos conocidos desde que este experimentado pastor tenía 17 o 18 años. “No lo he visto una, muchísimas veces”, sostiene, y cuenta una historia ocurrida durante una de estas estancias veraniegas: “una noche que llovía mogollón por lo que tenía puesto el traje de agua estaba acompañado de un perro pequeño y este no hacía más que ladrar insistentemente. Con tanta desazón me levanté a mirar y, de repente, me metí de frente con el lobo que estaba comiendo una oveja entre las escobas, a dos metros de mí”. ¿Qué hizo? “Como no se veía nada porque era noche cerrada y llovía, ayudado con la linterna, le di dos voces y el bicho se marchó. Luego los perros se encargaron de que no comiera el animal muerto”. El experimentado pastor reconoce que “llevamos dos años que en Sanabria no nos mata ninguna”, pero a renglón seguido relata con temple que “lo normal es que todos los años acabe con una o dos”.

Los rumores del silencio
El sonido de los changarros y esquilas que portan los animales, el esporádico balido de las ovejas y el ronco ladrido de los mastines no ocultan, a pesar de ese aparente ruido exterior, la profunda sensación de silencio que envuelve las horas acompañando la marcha de la cabaña hacia los montes sanabreses.
“La soledad es una sensación que te envuelve durante todas las horas y días que dura el desplazamiento trashumante hasta Sanabria y de vuelta a Aliste, al finalizar el verano, y lo hace de manera sobrecogedora, intimista, te hace tomar conciencia de ti mismo”, resalta Blanco.
Aunque se trata de una larga caminata en la que el fotógrafo va rodeado en todo momento de animales y en compañía de los pastores, “la realidad es que en mi caso se convirtió en un viaje al interior que me ponía constantemente en contacto con mis propios pensamientos”, observa. Trashumancia para Carlos Blanco fue una etapa de meditación, aprendizaje y alivio. Una experiencia de soledad vivida “en positivo, enriquecedora, aunque –asume- puede llegar a ser un elemento negativo al que enfrentarse o sobreponerse en función del tipo de persona o la propia personalidad de cada uno”, asegura. Y si a título personal la prueba ha sido chocante para él, también ha tenido tiempo para intuir que los propios pastores conviven diariamente con ese sentimiento en medio de cierto desasosiego aceptado.

El generoso y escabroso paisaje de este bien de dominio público, esencial para la movilidad geográfica y la gestión de los recursos naturales, favorece el contacto del hombre con la naturaleza y la mejora de la calidad de vida en el medio rural. Las reducidas vías pecuarias de trasterminancia como la de Aliste-Sanabria, entre los 80 y los 100 kilómetros de recorrido, constituyen un ejemplo vivo de este patrimonio natural y cultural.
La realidad, sin embargo, es muy tozuda. Desgraciadamente, los desplazamientos de ganado a pie, caso de los “churreros” de Aliste hacia Sanabria, han ido a menos en los últimos años, un contratiempo paralelo a la ganadería extensiva que reduce su volumen temporada tras temporada.
Según el Libro Blanco de la Trashumancia en España, el declive de este movimiento ganadero es apreciable con solo comparar las cifras en dos momentos diferentes. El Concejo de la Mesta alcanzó las 3.750.000 cabezas trashumantes a mediados del siglo XVIII, mientras que en la última mitad del siglo XX la composición de la cabaña ganadera era aproximadamente de 1.300.000 de ovino, 100.000 de vacuno y 85.000 de caprino.
Paralelamente, muchas vías pecuarias han sido ocupadas por otro tipo de usos e infraestructuras, cañadas roturadas, ocupación de los caminos ganaderos, cuando no abandonados. Paradójicamente, en la sociedad actual existe una creciente sensibilidad en materia ecológica y de espacios naturales. Un aldabonazo para incrementar su defensa y conservación. Pero, ¿por dónde irá la nueva realidad agraria y ganadera trashumante en los próximos años?
