El circo de la Fórmula 1

Por ANTONIO BERMEJO PORTO

Dos o tres domingos al mes –hoy por ejemplo– el forofo de Antonio Lobato y el par de expertos que van corrigiendo dos de cada tres de sus comentarios, nos venden un supuesto deporte en el que pilotos de diversas nacionalidades compiten por el campeonato del mundo de los coches más rápidos del orbe. En las informaciones sobre la clasificación, parrilla de salida y tiempos, cada piloto sale identificado con la bandera de su país –que suele llevar en el casco– y que se iza solemnemente en la ceremonia del podio, mientras suena el himno nacional correspondiente. Antes y durante la retransmisión, todas las televisiones hablan de la ventaja o desventaja de puntos de sus pilotos nacionales frente a los foráneos, y las gradas se pueblan de banderas y nombres de corredores, con la única excepción de los ferraristas, que primero hacen ondear la bandera del cavallino rampante y solo después animan a los chóferes de la escudería.

Aquí, en Camelot, menos Lady Elena y Sir Juan Luis –a los que aún parece tirarles más Raikkonen– somos todos de Fernando Alonso, pero como el resto de los millones de espectadores, vivimos un doble engaño: ni es deporte, ni competición de pilotos, ya que en realidad, los que corren son los coches y siempre gana el que mejor combina velocidad y fiabilidad. De deporte tiene bien poco, ya que ni es la actividad física lo que prima –aún se recuerdan barrigas como la del colombiano Juan Pablo Montoya– ni los contendientes tienen las mismas cartas. Se trata por tanto de una competición de escuderías en la que los pilotos juegan un papel secundario, por lo que su talento y audacia solo sirven para el desempate entre las mecánicas, lo cual por cierto coincide con su origen histórico como campeonato de constructores.

Desde hace décadas el jefe de pista es un tal Bernie Ecclestone –doble de Andy Wharhol– que cambia las normas de año en año y a veces durante la temporada. La razón es siempre la misma, penalizar a los equipos más rápidos para mantener la ficción de que son los pilotos los que compiten. Por eso se obliga a utilizar dos tipos de neumáticos de los suministrados para todos –en la esperanza de que alguno le vaya mal a los líderes– y se prohíbe repostar, para lastrar al máximo los bólidos y que la diferencia entre los de clase alta, media y baja sea menor. En la versión norteamericana de la NASCAR, como son muchas vueltas, en cuanto uno adquiere ventaja, sacan el coche de seguridad por menos de una colilla en la pista.

Hamilton es el mejor piloto después de Alonso y, sin embargo, los últimos campeonatos los han ganado Vettel y Button que simplemente son buenos pilotos y en su momento tuvieron los mejores coches.

Desde hace algunas temporadas, después del himno de los galardonados, suena el de la escudería, pero casi nadie le presta atención.

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