La India de los seis sentidos (I)

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Por MAR PELÁEZ
(Texto y fotografías)

Viajar en avión es demasiado rápido. En un chasquido de dedos estás allí. Tan pronto en Madrid, tan pronto en Delhi. Tan pronto en el ‘primer mundo’, tan pronto en un mundo totalmente desconocido e impactante. Jamás habría imaginado nada igual. Puedes haber leído seis guías y diez libros, haber visto varias veces el Ghandi de Attenborough, haberte recreado con La Ciudad de la Alegría, o haber escuchado con atención las historias de viajeros anteriores, pero el choque es de órdago, brutal, y coge desarmado al más realista, al más soñador, a cualquiera que no haya pisado nunca antes la India.

Cuántas preguntas, hasta que te das cuenta de que las respuestas dependen exclusivamente de lo que cada uno busque. Los estereotipos que a lo largo de tu vida te has ido confeccionando de la India se agolpan en tu mente y es necesario ordenar la gran cantidad de imágenes que viajan de forma incesante de un lado al otro de tu mente. Pero ¿cómo adaptarme al cambio que supone la fantasía de la realidad? Ante mí se abría un tiempo para descubrirlo y, ¿por qué ponerse límites?

Bienvenido a LA INDIA. A La India de los seis sentidos. La misma que se huele, se mira, se saborea, se oye, se palpa y, sobre todo, se siente. Y ¿se entiende? Algo más de un mes en ese fascinante país ofrece una respuesta somera de lo que es este lugar y sus habitantes. Si te dejas clichés en casa, soportas el pasmo y el desconcierto de los primeros días, los rechazos que provocan determinadas imágenes y te dejas embelesar por todo lo que ofrece este subcontinente, ajeno a la multitud, la contaminación sofocante, la lucha desigual de la limpieza urbana contra la suciedad indescriptible y el ruido ensordecedor, te llevas a casa el susurro de una filosofía de vida.

Pese a todas las sensaciones contrapuestas extraídas del viaje, en el momento preciso de la despedida no quería regresar a casa. Nunca me hubiera imaginado nada como la India, y mucho menos como Calcuta. Este país te sugiere todo menos indiferencia. Hubiera deseado en multitud de instantes resultar invisible para haber podido detenerme y empaparme de su vida, de sus emociones, de sus sueños.

Ahora, sólo podía extraer mis propias conclusiones. Y la primera se refiere a la religión. A ese lastre que impide a los indios más desfavorecidos rebelarse contra la miseria y la injusticia que les oprime. Y a esa misma religión de la que se valen los ricos para prolongar una situación que les favorece. Esas creencias a las que se agarran, sin embargo, para abrir los ojos cada mañana y verse un día más envuelto en tanta podredumbre. Porque lo que está claro es que la pobreza no se esconde en la India, se muestra a todo aquel que no mire hacia otro lado. ¿Dónde estáis los ricos de la India? ¿Dónde está esa potencia mundial en informática?

Allí te das cuenta de que es imposible luchar contra 1.000 años de resignación. A ti sólo te queda elegir entre tres opciones de vida: huir, ser mero espectador o comprometerse. La India es mágica, es misteriosa, es un mundo entero. Huele a rosas e inmundicia. Sabe a picante. Suena a ruido infernal. Se ve colorida y alegre. Se palpa humedad y suciedad. Pero sobre todo se siente a la gente. Es todo esto, y también dura y desconcertante. ¿Me gustó la India? He tenido tiempo suficiente para meditar la respuesta: Volveré a la India. Cuando llegas a España y echas la vista atrás, algo se remueve dentro de ti, y no deja de hacerlo.

(continuará…)

Los blogs de MAR PELÁEZ:
Miradas del Sur
y Pasaporte al mundo

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