
Por ANTONIO BERMEJO PORTO
La primera vez que escribí sobre este personaje fue en abril de 2011, indicando que no había jugado en su vida más que pachangas, siendo el más célebre exponente de la generación de napoleoncitos que hablan de presión sobre las líneas enemigas como si dirigieran artilleros, granaderos y húsares en Austerlitz. En aquella época las encuestas le resultaban favorables. Era la opinión de una masa social y de aficionados solo pendientes de los resultados, como si fueran accionistas. En su día me resultó curiosa esa adhesión inquebrantable al entrenador, por parte de quienes pueblan un Estadio Bernabéu que se caracteriza por sus silencios, ya que la afición –salvo casos de urgente remontada– no suele animar al equipo cuando sale al campo, espera a ver qué hacen, como en La Maestranza de Sevilla. A Mou en cambio lo entronizaron nada más llegar, quizá porque sus puñaladas mediáticas aliviaban al personal de su sed de títulos.
En realidad el espectador difícilmente puede valorar la profesionalidad del entrenador porque a los únicos que ve son a los jugadores alineados, con lo que todo lo demás es pura conjetura. Pero hay algo que sí puede exigirse de la cabeza visible del equipo, y es que no se pase el día pisando charcos y/o callos. A Mourinho le encanta. Montó el show con Guardiola, mientras el Barcelona batía al Madrid en juego y títulos y hasta le endosaba una manita. Ganó una Copa del Rey (contra el Barcelona) y una Liga, lo que no está nada mal si no tenemos en cuenta que sus permanentes polémicas y desplantes en los medios de comunicación le granjearon al Madrid un odio en los campos rivales desconocido hasta ahora.
Últimamente le ha tocado a Casillas, el galáctico de guardia y probablemente el mejor portero del Mundo, al que desprecia en favor de un desconocido que recibió cuatro goles en la ida de las semifinales. Los resultados de ambos porteros son similares, pero los cuatro de los alemanes acabaron con el sueño de la décima. En los últimos dos partidos, cuando la megafonía anunció el nombre del portugués la grada le dedicó sendos abucheos, tras lo cual aplaudió clamorosamente a Iker.
Aquí, en Camelot, pensamos que la jugada no le va a salir bien. Ha saltado a la arena sin tener en cuenta que Casillas es un retiario con el tridente de sus dos eurocopas y su mundial. Acabará prisionero en la red del portero y tendrá que emigrar a la Pérfida Albión donde volverá a poner a prueba la emblemática flema británica.
Nota: Aquella columna (de 2011) se gestó en la cafetería de al lado de casa, donde Jose –con los títulos– ha dejado de ser culé discreto y se ha puesto impertinente, mientras que a Fernando ya no le gusta el Mister. Afortunadamente, Nieves mantiene su dulce y escéptica sonrisa.