Por TOÑO MORALA
No hay dramas en la sobrevivencia de los sueños, si acaso, alguna penuria sin compartir y el aprendizaje de la renuncia. De niño recuerdo aquellas ventanas arañadas por un gris abandonado, con papel de periódico viejo para tapar la entrada del frío por las rendijas. Afuera, otra noche había muerto entre las manos de una alborada pálida; esas que no dejaban nada al libre albedrío. Parecía que fuera el atrezo de una mala obra de teatro. Se le notaba que era de cartón piedra pintada de sueños de naranjas.
Los más pequeños dormían tiernamente abrazados unos a otros entre almohadas de borra, piernas, brazos, y manos. El murmullo del hambre se escuchaba en la cocina. No existían preguntas; el hervidor con leche se repartía en los tazones de la dignidad, y en sus adentros, se migaba pan para la esperanza, mientras el simulacro estaba servido. La muerte se había vuelto costumbre y ceremonia; y sí existían los demonios… tenían nombre y apellidos.
Eres humano, amigo. SIMON
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