Por TOÑO MORALA
Era por finales de mayo, cuando el espejo del silencio se miraba entre amapolas y el trigo verde. A ella, le gustaba esconderse entre los pocos álamos blancos altivos, rodearse de la sombra eterna de la melancolía. Su vestido de gasa blanca la vestía de diosa… bailaba y reía sola… enamorada, mientras el espacio se quedaba muerto, con esa suave brisa solitaria sobre su pelo. Así contemplaba la mirada lacia. No había pájaros que dieran la nueva al mundo, y los sueños se escondían entre sonrisas. La ausencia atormentada llegó como mármol frío, como esos dioses alados del viento. Se marchó sin despedirse de las amapolas, dejando al trigo herido; inerte se dejó llevar por la brisa del olvido, mientras aquel año, en la otoñada, el pan sabía a ella y a su recuerdo… Sí, era por finales de mayo… cuando el espejo del silencio se había roto de tanta belleza sencilla. Jamás volvió una tarde como aquella… tan amiga.