Delhy Tejero, una pintora injustamente silenciada en el panorama artístico español del siglo XX

Imagen del cartel: Autorretrato (2-2-1945) de Delhy Tejero. Colección Javier Vila Tejero.

Con motivo del 50 aniversario del fallecimiento de Delhy Tejero (1904-1968), las localidades de Toro y Zamora acogerán próximamente distintos actos en torno a la figura de esta pintora tan injustamente relegada hasta hoy mismo en el panorama artístico español del siglo XX. El próximo 10 de agosto se inaugurará en la Antigua Iglesia Mercedaria de Toro la exposición «Cruce de miradas», que se podrá visitar hasta el 14 de octubre. En breve, además, se reeditarán los diarios –actualmente agotados– que abarcan un largo periodo de su vida: desde la década de los años 20 hasta 1968, año en que falleció la artista zamorana.

«El desentendimiento de la crítica para con Delhy Tejero no debería durar ya más tiempo. Quienes no la conozcan se llevarán una sorpresa si se acercan a ver esta delicada exposición que da cuenta del quehacer de la artista infatigable que ella fue», señala el escritor zamorano afincado en León Tomás Sánchez Santiago, uno de los grandes conocedores de su obra y autor del texto que figura en el díptico de la muestra, y que reproducimos aquí:

Por TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

El caso de Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904 – Madrid, 1968) es una de esas flagrantes cuentas pendientes que la pintura española aún tiene contraída con quien por encima de su circunstancia trató de mantener contra viento y marea un lenguaje pictórico que evitó un nuevo desentono de la pintura hecha en España en relación con el panorama estético europeo.

En realidad, la incorporación de las mujeres a la aventura de la Vanguardia no cuenta en España con demasiados ejemplos contrastados, ello incluso recordando aquí nombres obligatorios de una nómina que sólo de un tiempo a esta parte está obteniendo el reconocimiento que se merece: Maruja Mallo, Remedios Varo, Ángeles Santos, María Blanchard, Rosario Velasco

Delhy Tejero es otra de ellas, oscurecida por la dispersión subterránea de su producción tanto como por su personal actitud huidiza a lo largo de su vida. Quizás fue ella la más avezada de todas, en cuanto que mantuvo una actividad continua –con obra en España, París o Italia, mucha de ella desaparecida en los zarandeos de la historia europea de mitad de siglo– y en una gama múltiple de registros que hacen de la pintora zamorana paradigma de la irremediable formación ecléctica de los artistas españoles de su época, testigos de renovaciones continuas estéticas en un país donde a su vez la anomalía –política, ideológica, social, expresiva– era la ley impuesta sobre la vida cotidiana. Ello haría aún más penoso el tránsito de esta artista singular y fuera de serie por las diversas posibilidades de la pintura, desde ejemplos déco hasta murales, ilustraciones en revistas de aquella hora moderna, inmersiones surreales o, ya al final, su descubrimiento de la fuerza pura de lo matérico y del abstracto (“La anécdota no es pintura”, dejó escrito en un apunte de sus últimos diarios).

Su personalidad, por otra parte, es fascinante: viajera errante por Europa y Marruecos, celosa defensora de su independencia, capaz de soportar toda sobriedad con tal de mantener un continuo acercamiento al misterio de la pintura, la postura de Delhy fluctuó entre una ansiedad por asimilar las diferentes oleadas renovadoras que irrumpieron durante los años 20 y 30 del siglo pasado y una paciente labor de intuitiva investigación en la España anémica de las décadas posteriores a la guerra civil. Las sucesivas modulaciones de su expresión no traicionaron un mundo propio, resumido en su convicción de que la inocencia era el último reducto de sabiduría del ser humano, lo que la alejó de cualquier tentación de exhibicionismo o de gratuidad en su exigente relación con la actividad artística.

No debe olvidarse que Delhy Tejero forma parte, por edad y por formación estética, de la generación del 27. Pertenece por derecho, pues, a esa facción de la generación que será luego conocida como “el otro 27”, hombres y mujeres un tanto desatendidos al quedar sepultados bajo la sombra descomunal de esos otros autores que todos hemos invocado tantas veces. Con un pasado espinoso, un presente suspenso en incertidumbres de todo tipo y un futuro todavía más vulnerable, la pintora Delhy Tejero parece encarnar en sí misma la dura experiencia de no poder contar con una identidad suficientemente sólida y suficientemente visible como para moverse, tras los años de aprendizaje, con confianza en una época y en un espacio difíciles: la Europa engolfada en el siniestro preludio de una guerra mundial.

Así, Delhy Tejero estaba colocada en las peores posiciones para asumir con suficiente naturalidad esa tensión histórica: era mujer, pertenecía a una familia de hondas convicciones religiosas y tradicionales, había nacido en un ámbito alejado del bullicio en que se resolvía el mundo en aquellos momentos y, para colmo, sintió enseguida el aliento del Arte, con mayúscula y sin adjetivos, en una época en que el arte se adjetivaba obligatoriamente. ¿Alguien se extrañará de que llegara a sentirse incómoda hasta de sí misma? ¿De que no cupiera en su propio cuerpo, de que no quisiera saber su edad, de que se compadeciera hasta de su nombre?

Tres factores condicionaron la evolución estética e ideológica de la artista toresana: el fuerte ancestralismo de su lugar de origen, la formación de corte regeneracionista que ella vivió en Madrid (la educación que se ofrecía en la Residencia de Señoritas sobrepasaba, desde luego, la de cualquier mujer convencional de la época) y la atracción irresistible de las novedades de todo tipo que ya imperaban desde antes de los años veinte. Son tres propuestas imposibles de conciliar entre sí en una sensibilidad de alto voltaje como era la de Delhy. La indecisión pero a la vez la incapacidad de renuncia revelan un poderoso volumen moral que acaba traduciéndose en dos repercusiones decisivas: una identidad tirante, magnetizada por las nuevas propuestas del siglo XX pero asimismo obediente al legado de los cánones anteriores; y una proyección de esa indecisión en su obra, lo que supone que su potencia creadora se derrame en un haz de necesidades expresivas que parecen intentar reunir en un presente subjetivo, ensoñado y extemporáneo modelos y formas desentendidas en principio entre sí.

La exposición conmemorativa que ahora se presenta en Toro, cincuenta años después de su muerte, deja suficientes pistas como para que cualquiera comprenda qué poca justicia se ha hecho con una artista cuya recuperación sigue siendo responsabilidad ineludible de quienes sentimos que aún es tiempo de revelar en toda su extensión la importancia de una pintora que soportó con entereza el accidentado siglo XX en el que vivió, trasladándolo a su pintura.

Ese es el sentido que quisiera tener CRUCE DE MIRADAS, título deliberado de esta exposición con el que se pretende invitar a responder hoy, ya en el siglo XXI, con una mirada interesada a aquella otra mirada amorosa que la artista toresana ponía sobre las cosas del mundo, una mirada llena de intensidad y de inocencia, de libertad para plantear un relato empañado por una verdad fiel al Arte y en el que se mezclan deseos incombustibles y esa desazón que sobresaltaba cualquier atisbo de sumisión en su pintura, hecha a la vez de riesgo y de consolación.

EXPOSICIÓN: CRUCE DE MIRADAS / DELHY TEJERO

  • Lugar: Antigua Iglesia Mercedaria (c/ Rey de Labradores 3). Toro, Zamora.
  • Fechas: Del 10 de agosto al 14 de octubre 2018.
  • Horario: De martes a viernes 17,30 a 21 h. Sábados, domingos y festivos 12 a 14 h.
  • www.delhytejero.com
  • Delhy Tejero en la Wikipedia
Tagarabuena, 1964. © Obra de Delhy Tejero. Colección Ayuntamiento de Toro.

:: Sobre Delhy Tejero

[Delhy Tejero, nombre usado desde 1929 por Adela Tejero Bedate]

1904 Nace en Toro. Su madre muere cuando ella sólo tiene seis años. Su padre se encarga de la educación de ella y de sus dos hermanas.

1925 Viaja a Madrid. Ingresa en la Escuela de San Fernando. Entre sus profesores, Romero de Torres y Moreno Carbonero la consideran dotada de excepcionales cualidades para la pintura.

1928 Vive en la Residencia de Señoritas, en el ambiente intelectual y artístico que caracterizo a la institución. Conoce a Lorca y se relaciona con la familia Valle-Inclán.

1930 Comienza su carrera, reclamada como ilustradora por las primeras revistas de la época: ABC, Blanco y Negro, La Esfera, Crónica…

1931 Sale al extranjero, París y Bruselas, buscando nuevas técnicas expresivas. Es nombrada profesora de la madrileña Escuela de Artes y O cios.

1932 Medalla a las Artes Decorativas en la Exposición Nacional por su cuadro Castilla.

1933 Primera Exposición Individual en el Círculo de Bellas Artes en Madrid. 1934 Homenaje en Toro, recibe su nombre la plaza de la casa donde nació.

Viaja a Marruecos, allí le sorprende la Guerra Civil española.

1937 Es profesora de dibujo en el Instituto de Toro. Realiza las pinturas murales del Hotel Condestable de Burgos. Viaja a Italia.

1938 Reside en Capri, Italia. Regresa a París donde toma contacto con el Surrealismo. Conoce a Picasso, Breton y Oscar Domínguez.

1939 Expone en París con el grupo Surrealista.

1944 Realiza el Retablo Mayor de la Iglesia del Plantío en Madrid.

1946-48 Es galardonada en distintas Exposiciones Nacionales. Gana por concurso el mural del Salón de Plenos del Ayuntamiento de Zamora.

1953 Participa en la primera Exposición de Arte Abstracto en España, celebrada en Santander, junto a Millares, Saura etc…

1955 Expone por cuarta vez en la sala de la Dirección General de Bellas Artes, con un éxito crítico que la emplaza entre los mejores artistas del momento.

1959 Realiza varias exposiciones en Salamanca y Valladolid. Experimenta con nuevos materiales.

1965 Realiza el mural para el Colegio de PP Mercedarios de Madrid y otro en la nueva sede de la Tabacalera en Sevilla.

1966 Viaja a París por última vez. En estos años realiza cinco retablos para nuevas Iglesias.

1968 Muere en Madrid el 10 de Octubre a los 64 años.

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