Los últimos lapiceros…
Un nuevo micro-relato inédito del poeta afincado en Mansilla de las Mulas.
Por TOÑO MORALA
Los días pasan, y el campo está triste, es la lenta vida del invierno. Las heladas, la nieve, el frío, hacen que todo parezca que está dormido, y en ese paso del tiempo, los sueños de lo bucólico no tienen quién les escriba. Habían llegado todos de golpe; nadie sabía el porqué de tantos lapiceros repartidos por toda la ciudad, aparecían en los sitios más… en los baños, en alguna mesa de la cocina, encima de las mesitas, e iban acompañados de manuscritos con una preciosa letra; aparecían inacabados, como queriendo invitar a que los terminara quien los había recibido. Era el alba perezoso de un mes de enero; algunos empezaron a leer los textos de los manuscritos y se quedaron asombrados de la humildad y la gran variedad de palabras tan bellas que traían. Unos comenzaban hablando del campo, de la primavera, de las flores, los pájaros; volcándose en la amistad, la bondad, las sonrisas de los niños, de manos entrelazadas, de abrazos por dar, de caricias por regalar, y de besos que se llevaba el viento a lugares remotos; y ahí lo dejaban. Los más sensibles, al terminar los textos… cogieron los lapiceros y comenzaron a escribir. Lo curioso del caso radicaba en que eran ellos, los propios lapiceros, quienes guiaban los dedos y la mano; eran ellos, los últimos lapiceros románticos, quienes terminaban los textos de los sueños de lo bucólico que nadie había escrito.