Días de 2023 (10)

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021» y «Días de 2022»… continúa con su sección «Días de 2023» y con el relato iniciado en la entrada anterior, cuando se subió a un tren con destino a Barcelona…

Barcelona (2)

Por AVELINO FIERRO

Llegamos muy de madrugada a la ciudad. Una negrura brillante lo inundaba todo; puede que en eso influya la cercanía del mar y este calor, que al rozar la superficie del agua hace subir por el aire pequeñas pompas de cristal.

Desde una esquina al final del edificio de la estación comenzaron a aparecer lenta y ordenadamente los taxistas en sus coches negros y amarillos. Dentro, muchos de los rostros tenían también un levísimo resplandor: la piel brillante de los pakistaníes.

Durante el trayecto, Mar me fue dando noticia de los comentarios –todos desfavorables– que había encontrado en la página web del hotel que yo había reservado. “No te lo quise decir antes porque te habrías puesto de mal humor”. Y comenzó a desgranar una ristra de opiniones de clientes en todos los idiomas (ella es un poco políglota y creo que esas frases gruesas e interjecciones le habían servido para dar un repaso a su vocabulario en lenguas de la Unión Europea e incluso de más allá).

Yo estaba tan cansado del viaje que eso me ayudó a reaccionar con resignación, desgana y abulia ante el esperado aborrascamiento. Incluso comencé a crear para mis adentros personajes y escenas de mucha intriga, busilis, morbosidades y tunanterío. También se me iban apareciendo palabras ya desusadas de aquel barrio tan céntrico –el Raval– en el que teníamos nuestro destino: suripanta, blenorragia, ribaldo, pulastro o porongudo.

En Las Ramblas sólo quedaba algún grupo de borrachos o personajes alunados y amarrados por el desvarío. Y estaban esos vendedores de cervezas heladas en la noche sudorosa; son para mí los dueños y señores del misterio del frío.

A la recepción se llegaba tras ascender con las maletas por una escalera aviesamente empinada. En un pequeño vano u hornacina, a media subida, había una estatua en escayola de la Venus de Milo, con polvo sin soplar desde semanas en los pliegues de su carne y sus vestidos.

En la recepción dormitaba en un sillón desvencijado un personaje argentino. Tras los trámites del check in, nos envió a nuestra habitación en el tercer piso. Se podía llegar a ella a través de varios recorridos; incluso había un ascensor que no utilizamos, al ver que sus teclas tenían la numeración tan borrada que hubiera sido necesario para ponerlo en marcha intentar un exorcismo.

En aquel momento aparecieron al fondo del pasillo dos mujeres rubias masticando un idioma del Este, hermosas, turistas yo creo, serenando el aire de aquellas estancias, que presumíamos más canalla y navajero.

La habitación era amplia. Una gran cama y un tabique a su izquierda que cortaba el espacio y dejaba lugar para otra cama como de niño. Yo había exigido baño propio y allí estaba, con su ducha, sanitarios, paredes y suelo aparentemente limpios.

Abrí la ventana y desde ese momento todo lo confuso, inquietante y quién sabe qué derivó hacia un remanso. Aquello eran las entrañas de un recinto alejado del tráfico, del turisteo, de la inhumanidad –habíamos visto a diez metros de la entrada del hostal a un hombre caído, con la pierna gangrenada, invisible a dos guardias urbanos– y del ruido. Un insomne en camiseta de tirantes fumaba y miraba hacia la bóveda nocturna, por la que momentos antes se había deslizado una gaviota. Había balcones con geranios y ropa tendida. Escaleras –lo cierto es que algunas parecían un poco absurdas y enmarañadas– hacia el cielo. La luz era neblinosa y estancada, frágil y tersa a la vez; como una estampa de la infancia, como un recuerdo muy nítido.

(Continuará…)

6 Comentarios

  1. ¡Qué bonito! Sospechaba ya que ese supuesto tugurio iba a ser un refugio. Las opiniones en Internet son lo que son, pero no suelen ser románticas ni válidas para cualquier alma viajera. Bien hecho, bien contado. Muy bien contado.

    Carolina Larrosa

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