Diario 2024 (8)

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021», «Días de 2022» y «Días de 2023»continúa, con esta entrada, su sección «Diario 2024».

Por AVELINO FIERRO

La luz de los focos ilumina la Colegiata, y se proyecta también sobre la maquinaria y restos de materiales que se han empleado estos días en reparar el empedrado. Esas sombras forman una figura movediza que titila y hasta parece tener vida, como si fuese a jadear o a quejarse ahora, cuando paso sobre ella. Puedo ver ya a Edu recogiendo las sillas en Tula Varona y oigo su clac-clac al plegarlas. Dentro, acodado en la barra, Amancio, el escultor, charla con Manuel. Manuel ha cambiado de partido político, pero ni antes ni ahora lo he visto quejarse ni decir nada parecido a “nadie se acuerda de nosotros”, o “todavía no se ha solucionado nada”.

La música que suena es “Summer in the City”, de The Lovin’ Spoonful. No hay demasiada gente en las terrazas del fondo de la calle. Y no sé por qué. Está cayendo la noche y la temperatura es agradable; un aire leve sopla en las hojas de las acacias; todo lo demás es inmóvil, y de una mansedumbre moteada.

Llegan Rafa y su hijo Mateo, al que acompaña un amigo que ha venido aquí a pasar unos días y que vive en Pensilvania. No se van a quedar para despedir a Javi Pablos, porque han reservado para cenar en un restaurante japonés. Salgo a despedirlos y veo venir a Julio; le digo que los acompañe, que nos veremos luego, que esperaré a que Edu limpie y haga caja.

Me quedo en el umbral. Pasa una feminista de ojos negros. Escucho a la vez la aspiradora y los ruidos de los coches que van por la calle. En verdad pueden apreciarse muchos matices en este trozo de mundo, que vibra y no calla. Caminamos hasta el Altar, donde está el grupo; también ha venido Tasio. Se queja de lo malo que ha sido el año para los tomates. Tasio, jubilado, cocinero en su restaurante. Alterna historias sobre comensales, sobremesas eternas y caprichosas con cargo a fondos públicos, recetas con tanto detalle que a veces se lo afeamos porque no somos capaces de involucrarnos, gestos como el de picar las verduras –“eso relaja más que cualquier clase de yoga”– y paradas constantes si vamos caminando, que hacen que Javi Pablos le vaya dando empujoncitos. Los ojos le brillan en algunos pasajes; en esos momentos ya no está con nosotros, sino con sus perolas que borbollean y en las que puede estar haciendo una sopa de cebolla o un pollo de corral. Y lo cuenta en presente, dándole una patada en el culo a la puta nostalgia.

No todo fue hablar de cocinillas. Podríamos haber seguido tan ricamente escuchando a Tasio, haciendo los demás algunas aportaciones, porque ninguno de nosotros desconoce el esencial hecho evolutivo de que la cocina alumbró la palabra, y de que la cocina fue –como escribió Faustino Cordón– la partera del hombre. Alguna vez se volvía sobre ello: “El problema es que se están acabando las semillas”. Y yo hablaba entonces, cómo no, de las mejoras semillas de tomate, las de mi padre, las p.ave, que ya circulan ellas solas mundo adelante.

En El Oriente la conversación giró hacia los temas musicales. A la altura de Jabalquinto se habló de cómo lugares que se restauran con el dinero de todos acaban en manos de particulares. En otras calles los ingredientes del guiso se volvían contundentes, se hablaba de literatura como un guiso a fuego lento, y de otros menudillos culturales para llevar a la boca. Esto sucedía en los tramos de poca luz, de sombras a medio hacer y tacto de terciopelo. Esas oscuridades, donde el mundo es menos opulento y el ajetreo menguante, nos llevaban casi a la pureza. Julio habló de Miguel Torga; yo musité para mí unos versos de Antonio Carvajal: “Iban oscuros a la noche sola. / Su voz, su paso, resonaban…”.

Juntábamos ideas, bebíamos el paisaje de la calle, sus círculos y encajes, los rostros adolescentes, la vida incesante. Jabuto se empeñaba en pagar otras rondas –al día siguiente regresaba a Ibiza– y en que todas las cosas siguieran resonando. Perdíamos efectivos; a la cervecería ya llegamos diezmados. Volvían allí los cuentos y los cantos, al mencionar Tasio a su tío Felipe y aquella ocasión en que invitó a dar una conferencia en la ciudad a Federica Montseny. Avisé a Gonzalo, el dueño, para contárselo, porque sigue soñando la quimera libertaria. Estuve charlando con Gloria, que ha resucitado tras su accidente en la autopista, y con Adrián, acribillado de piercings. Comienzos y finales. El aleteo de la noche. Coágulos.

Pero todo ese torbellino amable no nos servía para aplacar el tiempo. El muy idiota persistía, inclemente, sin detenerse. Con sus pies desnudos, crecidas sus alas.

 

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