
La sala Espacio Abierto (C/ Alonso Pesquera, 4), en Valladolid, culmina la temporada expositiva con una muestra de pintura del artista vallisoletano Ramón Abril. La inauguración tendrá lugar el jueves 22 de mayo 2025, a las 19:30 horas, y se podrá visitar hasta el 28 de junio de 2025. Horario: Jueves y viernes, de 19 a 21 horas; sábados, de 12 a 14 horas.
Ramón Abril: El paraje del alma
Por JAVIER REDONDO
Tras un largo periodo sin pintar, centrado plenamente en su labor como diseñador, Ramón Abril ha retomado la pintura como un ejercicio íntimo de memoria. El estudio, invadido nuevamente por lienzos y formatos de gran expresividad, se convierte en el escenario de una búsqueda: la del recuerdo como impulso creativo. Sus nuevas piezas, cargadas de color y trazo gestual, persiguen una melodía visual en la que resuena la estela de sus trabajos anteriores.
La naturaleza y el paisaje reaparecen como elementos centrales de su obra, no tanto como representaciones externas, sino como proyecciones del alma. En sus composiciones, el paisaje deja de ser un fondo para convertirse en un “paraje del alma”, un territorio simbólico donde se libra el combate entre lo exterior y lo interior, entre el mundo y el espíritu. Es en este proceso donde el acto de mirar se transforma en un “placer de mirar”: una experiencia contemplativa que aspira a elevar el alma.
Abril concibe la pintura como una forma de reconquistar el mundo interior a través del exterior. En este tránsito, la soledad y el aislamiento se revelan esenciales. Solo en ese silencio nace la posibilidad de experimentar y traducir lo vivido en imágenes que se sienten absolutamente primordiales: formas elementales que evocan el nacimiento del mundo, los orígenes, el contraste perpetuo entre orden y caos.
Su trabajo establece un diálogo claro con la mirada de los artistas románticos del siglo XIX, quienes también utilizaron el paisaje como medio para explorar la emoción humana y el misterio de la existencia. La obra de Ramón Abril actualiza esta experiencia romántica desde una sensibilidad contemporánea, en la que lo emocional y lo visual se entrelazan para construir una visión profundamente personal del mundo.
Equilibrio inestable
Por RAMÓN ABRIL
Al mismo tiempo que pintores –en buena medida, antes–, somos espectadores, miramos pintura con avidez, miramos arte. ¡Y cuántas satisfacciones vienen por ese lado, la de contemplar eso de difícil catalogación, esa forma de expresión que hacemos los humanos desde que vivíamos en cavernas!
Desde que recuerdo me ha interesado la pintura, y desde muy pronto también su historia, su evolución. Y muy especialmente, es natural, lo que entendemos como “Arte Moderno”, con una vida ya de más de 150 años…: “Mantener el paso ganado. Hay que ser absolutamente moderno”, sentenció Arthur Rimbaud en 1883 en Una temporada en el infierno. Desde ese momento, las vanguardias artísticas avanzaron como una locomotora que se nutrió de todo tipo de recursos artísticos, sociales, políticos…, sin parar nunca, imbuida de ese empeño por la modernidad. Sin detenerse, mirando en muchas direcciones, alimentándose unos artistas de otros, unos movimientos se suceden o inspiran a otros y se prestan o roban energía o soluciones. Una historia para muchos apasionante y que no nos cansamos de ver en exposiciones, museos…
Cuando comencé a pintar, como espectador, una de las primeras exposiciones que me produjeron más honda impresión, en una época con mayor dificultad para ver pintura en general que la actual, fue la de Robert Motherwell en la Fundación Juan March de Madrid (1980). Un pintor enorme, uno de los más representativos del Expresionismo Abstracto americano, integrante de la denominada Escuela de Nueva York, culto e inteligente. En la entrevista que se incluye en el catálogo de su exposición, a una pregunta sobre el papel de las nuevas generaciones de artistas (¡hace ya cuarenta y tantos años!), venía a decir que el Diccionario del Arte contemporáneo ya estaba básicamente escrito, y solo restaban pequeñas aportaciones, notas a pie de página. Así, en la década de los ochenta se certificó el fin de las vanguardias artísticas como tales (para otros incluso el fin de la historia…), y en mi opinión, se aceptó que lo que antes era un recorrido que avanzaba en múltiples direcciones, pero avanzaba, es ahora un movimiento circular en el que nos vamos encontrando parecidos paisajes una y otra vez. Lo que no deja de tener sus ventajas, como por ejemplo poder disfrutar del arte de cualquier época sin sufrir la obsesión de etiquetarlo como más o menos rompedor o novedoso. Aquí viene a cuento, por aquello del equilibrio inestable, una cita del diseñador gráfico –de los grandes– Tibor Kalman que decía que siempre hay alguien que se las arregla para sacarse de la manga trucos, cosas nuevas estupendas… Todo este siglo y medio de arte moderno, más toda la historia anterior, es por tanto nuestro alimento, lo que nos sustenta y empuja.
Posiblemente, a la hora de pintar, de crear, como lo queramos denominar, todo lo que has visto, analizado, padecido… (y un largo etcétera), queda a un lado –¿en equilibrio?– y deja paso a tu capacidad de trasladar a un soporte, a un espacio, a lo que sea donde quieras mostrar tu voz, un impulso que sea solo tuyo y merezca ser visto. En la correspondencia entre Henri Matisse y Pierre Bonnard –nada menos– a menudo desnudan sus temores y frustraciones; también alegrías. La verdad es que un pintor existe con una paleta en la mano y hace lo que puede (…). La teoría es un poco esterilizante (escribe Henri Matisse). Y Bonnard responde: el único terreno sólido para el pintor es la paleta y los tonos.
Pues bien, esta muestra en Espacio Abierto, es en la actualidad mi paleta y mis colores.
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