TAC 2025 / “Al vaivén”, un espectáculo para desnudar el alma

El público forma parte del propio espectáculo. Fotografía: Juan A. Berzal.

Detener el tiempo y reflexionar sobre la fugacidad de la vida ha sido siempre uno de los temas más debatidos entre los filósofos, desde Aristóteles. Interrumpir las prisas y pensar lentamente en compañía de un libro o de la gente cercana son algunas de las propuestas a las que nos invita la bailarina y creadora Olga Martínez en su espectáculo ‘Al vaivén’.

Por ÁNGELES CASARES DE LA FUENTE
Fotografías: JUAN A. BERZAL

Acudir a una función de teatro en la calle es olvidar por un momento preocupaciones y dejarse arrastrar por la ilusión de encontrarse con lo inesperado. Con este sentir me sumé al corrillo de espectadores que se formó para ver Al vaivén, una obra de Olga Martínez.

El lugar escogido para la representación ante el público era el Campo Grande (Valladolid). La mañana estaba fresca, aunque lucía el sol y la sombra de los árboles matizaba su reflejo. La primavera nos rodeaba con su estallido de verdor. De vez en cuando se oía el llamativo cántico de los pavos reales que, en la lejanía, buscaban a quien asombrar con el abanico esplendoroso de su hermosa cola.

El público comenzó a congregarse bastante antes de dar comienzo la función. Muchos espectadores, hombres y mujeres de diferentes edades, estábamos dispuestos a pasar un buen rato de recreo. Nada hay en el espacio que nos haga suponer que allí va a suceder algo; ninguna instalación, ni visual ni acústica, nos indica tal cosa. El lugar solo lo ocupa la torre del palomar, destacada en un lateral de la plaza, y en una esquina la estatua del fotógrafo que nos acompaña escondido bajo su pétrea tela.

La bailarina Olga Martínez en un momento del espectáculo. Fotografía: Juan A. Berzal.

A la sombra de un libro

A mi lado, una espectadora comenta que tiene mucha curiosidad por ver qué sucede, yo también la tengo. Sin embargo, la hora se acerca y estamos asombrados por la ausencia de movimiento. Olga Martínez llega a la plaza del Fotógrafo, casi por sorpresa, desde el paseo del Príncipe. Enseguida abrimos un pasillo por donde accede al redondel del lugar. Transporta un carrito sobre el que cabalgan una mecedora y unos altavoces que ya desprenden sonidos armoniosos. Parecen escasos elementos, pero suficientes para despertar nuestra imaginación.

Nada más empezar comienza a interactuar con el público, algo que será una constante durante la actuación. Al principio danza sujetando entre sus manos un libro; sus ágiles pasos captan nuestra atención. En su forma de moverse se desprende algo que logra una atmósfera compartida. Luego inicia algunos compases y figuras mientras nos invita a seguir sus evoluciones, cosa que hacemos con entusiasmo. Después toma de las asas su carrito y emprende la marcha.

Libro y espectadores, dos protagonistas de ‘Al vaivén’. Fotografía: Juan A. Berzal.

En ese momento me percato de que se trata de un espectáculo itinerante y tras ella viajamos siguiéndola como lo haríamos si fuera el propio flautista de Hamelín. Por el camino se para a recoger hojas y aspira el aroma de las ramas de los árboles mientras nos invita a impregnarnos de la naturaleza.

Cuando nos detenemos, vuelve a la danza con el libro en las manos y busca entre nosotros un lugar donde acomodarse para leer, quiere que detengamos con ella el tiempo en ese espacio nuestro en el que hemos creado una isla. Más adelante vuelve a emocionarnos con sus pasos de baile compartidos esta vez por la mecedora y su movimiento de vaivén, un símil de la propia vida, convirtiéndola en un elemento que acompaña su coreografía.

Un momento de la actuación de Olga Martínez. Fotografía: Juan A. Berzal.

El alma desnuda

El final tiene que llegar, aunque nos gustaría continuar un rato más, y lo hace con una sorpresa sencilla y sin embargo, mágica que deja maravillados a los asistentes.

Su espectáculo entretiene, divierte y emociona. Solo hay que dejarse mecer por ese vaivén y asistir con el único equipaje del alma desnuda.

Concluida la función, me acerco a la actriz y bailarina de la obra que acabo de ver y me indica que ya había actuado en grupos en otras ediciones del TAC, pero esta es la primera vez que lo hace de forma individual. El espectáculo estaba previamente montado, pero va evolucionando día a día. Nace como obra de investigación creadora con la mecedora y un aro como símbolos de distintos momentos vitales y que fue creciendo con el tiempo y sucesivas aportaciones.

Al preguntarle sobre las diferencias que encuentra a la hora de interpretar un papel con respecto a que sea en una sala o en una calle, señala que la itinerancia genera mucha vida, pueden surgir situaciones que no esperas y te retroalimentas de lo que da el público, aunque haya pautas marcadas la mirada cercana es muy importante. Cada lugar tiene su magia. La sala aporta un espacio que ya está generado y un abrigo de luz, pero la comunicación es indispensable en ambos lugares.

La intérprete propone al público detener el tiempo por un instante. Fotografía: Juan A. Berzal.

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