Una derrota de la cirugía / [Miguel Delibes: ‘Señora de rojo sobre fondo gris’]

Ilustración de un neurinoma del acústico (la afección que sufría Ángeles de Castro, esposa de Miguel Delibes) procedente de un Atlas de Anatomía Patológica del siglo XIX.

Una derrota de la cirugía

[Miguel Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris]

En 1974, pocas horas después de ser operada de un tumor benigno conocido como «neurinoma del acústico», falleció Ángeles de Castro, la esposa del escritor Miguel Delibes, evocada años más tarde en su libro Señora de rojo sobre fondo gris. Cumplidos ya cincuenta años de aquella operación con desenlace inesperado y fatal, el neurocirujano leonés David Santamarta reflexiona sobre la evolución de la neurocirugía en nuestro país y sobre cómo «el tratamiento de los neurinomas del acústico y de lo que en el argot se conoce como tumores de la base del cráneo —casi siempre benignos y en adultos jóvenes—, sigue siendo un reto mayúsculo y un motivo de largos desvelos».

Por DAVID SANTAMARTA

Sixto Obrador (1911-1978) pasó a la historia menuda como pionero de la neurocirugía. Tuvo una accidentada formación gravada por la Guerra Civil en España y la Segunda Guerra Mundial en Europa, y comenzó la andadura práctica en Madrid bien entrada la década de los cuarenta. Su periplo vital y profesional fue recogido en una amena biografía por el psiquiatra Diego Gutiérrez Gómez (1923-2013) y el neurocirujano José María Izquierdo (1944-2024). A su paso por la prestigiosa Clínica de la Concepción, apadrinado por el doctor Jiménez Díaz, el relato se detiene en un episodio habitual en el mundillo hospitalario. El que resulta del choque profesional entre don Sixto y un joven colega. Dice así:

«Otro episodio que conturbó, muy transitoriamente, la vida profesional de Obrador en la Concepción fue el incidente que tuvo con su colega Gonzalo Bravo, neurocirujano casi veinte años más joven que Sixto. El joven Bravo era hijo de un conocido otorrinolaringólogo de Bilbao que tenía cierta amistad con la familia Franco (…).

Gonzalo Bravo se fue a EE. UU. (…). Cuando volvió a España, hacia los años sesenta, la Clínica de la Concepción era uno de los mejores lugares para trabajar, con magnífico ambiente científico y posibilidad de ejercer la medicina privada. Por ello, (…) Bravo comenzó a trabajar en la Concepción.

Pronto surgieron desavenencias entre Obrador y Bravo. Tenían una formación diferente y una concepción distinta de la neurocirugía. Para Sixto, era una cúspide a la que se llegaba tras una dura escalada durante la que había que superar alturas previas (…). Bravo, en cambio, traía una formación técnica y menos fundamentada en ciencias básicas. Por otra parte, el sistema por el que Bravo había entrado en la clínica no fue bien visto por algunos, incluido el propio Obrador (…).

La crisis se precipitó al intentar Bravo independizarse del servicio, creando su propia unidad neuroquirúrgica. La reacción de Obrador fue simple: planteó a don Carlos (Jiménez Díaz) y a los órganos rectores, o Bravo o yo.»

La rivalidad entre Madrid y Barcelona, Cataluña y Gobierno Central, pasa a veces por largas épocas de bonanza. Al comienzo de la década de los noventa era una cuestión de afectos futbolísticos. Si había algún desencuentro, estaba descafeinado ante la euforia por las olimpiadas. En Barcelona el decano de los neurocirujanos era Fabián Isamat (1930-2019) y su homólogo en Madrid, Gonzalo Bravo (1928-2013), aquel que en tiempos incomodara a Obrador. Para un veinteañero aprendiz del oficio, en aquella época ambos eran un par de altivos y distantes neurocirujanos.

Tras la muerte de Bravo, la revista de la especialidad publicó una reseña firmada por dos de sus discípulos. Guiados por el aprecio y la gratitud, los pupilos se deshacían en elogios describiendo a una persona dotada de cualidades excepcionales dentro y fuera del quirófano.

Las dos fuentes citadas evocan, pues, en aparente contradicción, figuras bien distintas. Es cierto que las necrológicas tienden a glosar la figura del finado. Cabalmente, quien sigue siendo una referencia en la disciplina, Ramiro Díez Lobato, reconoce en la reseña de quien fuera su mentor, Eduardo Lamas (1927-2012): “Las semblanzas sobre los vivos exigen sostener la mirada y así, suelen contener más verdad y menos alabanzas que las escritas cuando nos abandonan.”

Una nueva referencia a Bravo –sin mencionar su verdadero nombre– es la que aparece en Señora de rojo sobre fondo gris (1991), el homenaje literario que Miguel Delibes rinde a su mujer, cuando el dolor por una temprana viudez parece ya asentado en el tiempo. La evocación de la figura femenina idealizada, los avatares que rodean la enfermedad y la época en la que se desarrolla son los ejes de una narración que destaca además como relato de una dolencia concreta, bien definida en la nómina de la patología neuroquirúrgica. La presentación clínica y la evolución de un neurinoma del acústico de gran tamaño culmina con la hospitalización y el inesperado desenlace de una cirugía fallida. Por las páginas del relato van desfilando sucesivamente, conforme se perfila el diagnóstico, un médico amigo de la familia, un otorrinolaringólogo, un neurólogo y, finalmente, un neurocirujano. Un hombre frío y distante, de porte castrense, que con frecuencia aparece escoltado por su equipo. El dramatismo de la narración y la desolación del alter ego de Delibes se reflejan en la estampa final del cirujano flanqueado por un séquito de acólitos mudos dirigiéndose a su encuentro. El texto se detiene en uno de ellos, un pelirrojo cuyos zapatos chirrían contra el suelo encerado del pasillo. Un detalle trivial que contrasta con lo que de verdad importa, el resultado fatal de aquella cirugía.

Más tarde, es el propio Gonzalo Bravo quien en el cénit de su carrera (1992) aparece entrevistado en una revista semanal de actualidad, en una sección que llamaban Los elegidos. La periodista se interesa por sus lecturas: «Cuando hablamos de libros me dijo que, desde hace meses, tenía sobre la mesilla de noche uno que todavía no se atreve a leer: Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. Días después —continúa la periodista Nativel Preciado— averigüé que la enferma, cuya desgarradora historia narra magistralmente Delibes, fue operada hace veinte años por el doctor Bravo de un tumor benigno y, por causas que nadie logró aclarar, murió a las pocas horas de la intervención. El impacto que le causó aquella tragedia ha marcado su vida profesional».

La confidencia de Bravo a la periodista indica que, a pesar de los años transcurridos, la herida seguía abierta. En la década de los setenta, cuando tuvieron lugar los hechos del libro (1974), la neurocirugía como especialidad quirúrgica comenzaba a asentarse en este país. Por extraño que pueda parecer, cincuenta años después de aquella cirugía fallida, con los quirófanos repletos de pantallas resplandecientes, el tratamiento de los neurinomas del acústico y de lo que en el argot se conoce como tumores de la base del cráneo —casi siempre benignos y en adultos jóvenes—, sigue siendo un reto mayúsculo y un motivo de largos desvelos.

(en memoria de María Elena Álvarez Álvarez)

Miguel Delibes, con el retrato de su mujer. Foto: Archivo de la Familia Delibes.

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