
Lo más triste de nuestros políticos no es que nos mientan, es que se acaben creyendo sus propias mentiras.
Por JESÚS SUÁREZ
En el espléndido libro-entrevista que es ‘El cine según Hitchcock’, el mago del suspense explica a François Truffaut qué es el Mac Guffin. Es lo que buscan los personajes a lo largo de la película (los planos de una fortaleza, un secreto de Estado de interés vital, un mineral del que depende el curso de la guerra) pero que, en realidad, no tiene ninguna importancia para el desarrollo de la trama y que al director, y al espectador, le trae absolutamente sin cuidado. El Mac Guffin evoca un nombre escocés y es posible imaginarse, nos dice, una conversación entre dos hombres que viajan en un tren. Uno le dice al otro: ‘qué es ese paquete que ha colocado en el maletero’. Y el otro contesta: ‘es un Mac Guffin’. Entonces el primero vuelve a preguntar: ‘¿qué es un Mac Guffin?’, y el otro replica: ‘pues un aparato para atrapar leones en las montañas Adirondaks’. El primero exclama entonces: ‘pero si no hay leones en las Adirondaks’, a lo que contesta el segundo: ‘entonces esto no es un Mac Guffin’. La anécdota muestra, concluye Hitchcock, el vacío, la nada del Mac Guffin.
Uno se percata de que la deriva soberanista que resuena desde Cataluña, y que irrita y entretiene a un tiempo a la derecha mediática (el TV-party, podríamos decir), es un genuino Mac Guffin. En lugar de dedicarse a resolver la crisis, a solucionar los problemas de los ciudadanos, los políticos catalanes se empeñan en debatir y profetizar sobre algo que, en realidad, a nadie importa y nadie, en realidad, sabe qué significa. Y lo peor es que ellos, como los actores de las películas de Hitchcock, no son conscientes de la insignificancia del Mac Guffin, un burdo y nimio pretexto para que la acción prosiga.
No hace falta irse a Cataluña para comprobar que la política a veces se parece a una película de Hitchcock. Todos los gobernantes tienen un Mac Guffin. Unos hablan del modelo territorial, otros de la estrategia de innovación, pero todos se enredan en una infinidad de piruetas verbales que nada dicen y a nada conducen. Lo más triste de nuestros políticos no es que nos mientan, es que se acaben creyendo sus propias mentiras. Aunque, siendo sinceros, todos tenemos nuestro Mac Guffin. Pero ello no debería impedirnos distinguir lo importante de lo superfluo.