Acostumbraba a acompañar a su padre a los teatros en los que trabajaba. A ella le encantaba trastear por esos inmensos edificios cargados de historias misteriosas mientras su padre se maquillaba en su camerino. Aprovechaba esas horas previas a la entrada del público, en las que el teatro todavía estaba vacío, deshabitado y silencioso.
Recorría con cuidado los pasillos enmoquetados que conducían al patio de butacas. Se sentaba en una butaca del tercer piso y desde allí espiaba a algún compañero de su padre que calentaba en el escenario para la representación del día, observaba a algún técnico dirigir un foco, a otro probar el equipo de sonido, o curioseaba desde su escondite cómo la señora de la limpieza pasaba la fregona por las tablas de la escena. A veces simplemente disfrutaba, callada y divertida, de la presencia imponente del teatro.
Era un escondrijo genial, perfecto para ver todo amparada en la penumbra, acogida por el arrullo mudo del teatro vacío. Observaba el brillo tímido de la inmensa lámpara de araña. Acechaba como un leopardo en la jungla en el rellano de la escalera de acceso al hall del teatro. Aquello realmente sí que era un territorio de caza, un laberinto maravilloso, una cueva oculta en las profundidades de la tierra.
Aquel día estaban en el Teatro Calderón, un enorme y maravilloso edificio del siglo XIX. Su padre y ella habían llegado muy pronto a los camerinos y, aprovechando que él se preparaba para la función, ella dio comienzo a su ritual de exploración del teatro. Unos de los técnicos de la compañía que salía para tomarse un café la sonrió. Su padre estaba en el camerino y no había nadie más a la vista. Era su momento: abrió la puerta de acceso al escenario y entró.
Le encantaba esa sensación de espacio abierto. Una corriente de aire le acarició la nuca y le hizo mirar hacia arriba. A una altura inmensa estaba el peine. A ella siempre le hacía gracia ese nombre, peine. Su padre le había enseñado que el peine es la zona superior de la tramoya, desde donde bajan todas las cuerdas y tiros que sujetan las varas donde se cuelgan los focos, las bambalinas y las patas, esas telas laterales que enmarcan los decorados. Patas también era una palabra bastante divertida. Todo era como una enorme jaula, un barco pirata, un inmenso desván cargado de secretos colgando de sus cuerdas. Caminó hasta el centro del escenario sorteando los paneles que componían el decorado de la función. El telón de boca estaba subido y podía ver frente a ella todo el patio de butacas. Era una enorme concha dorada ribeteada de terciopelo rojo; las butacas se veían desde allí como un ejército de soldados preparados en perfecta formación para acurrucar a los espectadores.
Cuando llegó al proscenio, la parte del escenario más cercana al público, se detuvo. Desde allí veía la forma de herradura del teatro con sus cuatro pisos de altura y las balconadas de cada uno de los pisos .
Solo se distinguían en la penumbra los pilotos luminosos que marcaban los pasillos y las luces de emergencia, esos guardianes dormidos a la espera de los espectadores. Una de esas pequeñas luces, en el segundo piso, llamó su atención.
No estaba segura, pero le pareció que aquella luz empezaba a moverse lentamente trazando círculos. Empezó a levantarse una leve brisa y oyó un murmullo de viento. Pensó que alguien habría abierto una puerta, pero ya no pudo girar la cabeza para mirar. Era imposible despegar su mirada de lo que estaba viendo. Aquello era magnético, hipnótico. En el fondo del patio de butacas, naciendo de esa mágica luz del segundo piso, crecía veloz un enorme agujero negro que giraba como el agua escapando por el sumidero de un lavabo. Se le puso la carne de gallina y, aunque sus pies estaban clavados en el escenario, sintió un enorme vértigo. El agujero negro se hizo más grande y transparente, las balconadas del teatro y el fondo del patio de butacas habían desaparecido, la brisa era ya un viento huracanado y en el negro empezaron a aparecer otras pequeñas luces… Lo que ahora tenía enfrente era… una ventana… una ventana a un cosmos cuajado de estrellas y galaxias. Aquello era maravilloso, extraño y emocionante.
De aquel enorme torbellino espacial, atravesando el sonido del viento, salían frases, voces y sombras que parecían venir del pasado o del futuro. Presencias de hombres y mujeres se asomaban al teatro desde este agujero y se disolvían para que aparecieran otras figuras como arrastradas por el viento. Hablaban distintas lenguas. Algunas voces cantaban… otras eran imágenes que bailaban entrelazándose con esferas luminosas de colores.
Si quisiera, pensó, podría separarme del suelo y salir flotando del escenario para formar parte de ese inmenso torbellino. Sintió que su corazón se alargaba y se transformaba en una especie de cordón umbilical que unía su cuerpo con ese universo ventoso y giratorio en el que se había transformado el fondo del patio de butacas. Cerró los ojos, abandonándose a esa sensación, fundiéndose con ese vendaval de luces, sombras, voces y, por unos segundos, se disolvió.
Poco a poco la tormenta espiral fue amainando. Ahora una suave brisa acariciaba su cara. Cuando volvió a abrir los ojos, el agujero negro había desaparecido. Su corazón agitado galopaba mientras las luces de los pasillos y de las salidas de emergencia volvían a ocupar su sitio. Todo volvió a tomar su forma original en un abrir y cerrar de ojos.
Mientras calmaba su respiración se dio cuenta de que algo le había cambiado por dentro. Notaba… notaba que… era muy extraño: su corazón seguía unido al espacio… seguía estirado como un cordón umbilical unido a ese cosmos de estrellas infinito. Sonrió y, echando un último vistazo al inmenso patio de butacas, salió del escenario y se dirigió al camerino de su padre. Él ya estaba vestido para la representación. Le ofreció un bombón envuelto en papel dorado mientras hacia sus ejercicios de vocalización, esos que a ella siempre le habían parecido cantos de una tribu salvaje y lejana. Extraños sonidos de lo profundo de la tierra.

No estaría mal para una definición del Teatro: La espiral que nos trae los extraños sonidos de lo profundo de la tierra.
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