Por VÍCTOR M. DÍEZ
Un silencio de semicorchea heló la barra del bar Bohemia, al enterarnos de que D. Luis había “entregado la cuchara”. El deceso nos dejó tristes y huérfanos de su presencia a los parroquianos habituales. “Vino el lunes tan contento porque el médico le había dicho que estaba todo bien”, me dijo Manolo, el barman. D. Luis era un caballero elegante, un músico de los de los viejos tiempos. Hijo de militar, aprendió a tocar el saxofón de muchacho, bajo la marcial disciplina paterna. Ahora se había retirado de casi medio siglo de hacer fiestas y verbenas con su orquesta. Era musical en todo: el andar, la sonrisa, el saludo, en su manera de entrar al feliz vino del mediodía. “Le dijo a su mujer que iba a ponerse los zapatos para acompañarla a la compra y allí quedó”, me comentaron en el barrio. ¡Qué paradoja, al ir a ponerse los zapatos! Él, que toda la vida había sido vendedor de calzado. Unos zapatos con alas para el músico elegante. Echaremos de menos sus historias de cómo se hacían entonces los contratos, de cómo se alargaban las actuaciones, del mapa musical de la provincia y alrededores. Echaremos de menos los trazos de su canción.
Camino por una calle de León y me parece ver, de lejos –mide 1´90–, al fotógrafo JM López. No puede ser, me digo. O puede ser mi miopía, pienso. ¿López? pero si anteayer estaba en Siria, en Alepo, fotografiando francotiradores, pobres diablos maniatados con un tiro en la cabeza junto al río, jugándose la vida para enviarnos testimonio. No puede ser, me froto los ojos. Pero sí, con su característico andar, con su aspecto heavy, con su bonhomía bajo el pelo revuelto. Vuelvo a casa con la duda ¿Qué hace aquí López? Al poner la radio oigo su voz: “Estamos preparándonos para volver. Queremos entrar en Siria por el lado contrario”. Todo explicado: un par de duchas, ropa limpia, un caldo de madre, unos orujitos… Y otra vez a la trinchera. ¡Qué puta es la guerra!
La locura es un idioma sagrado. Irse o estar idos. Benditos locos que recorren el mundo arrastrando sus pies. Nuestra única patria son nuestros zapatos, moriremos con las botas puestas. Tocan los oscuros músicos de una boda. Y esta perseverancia de las apariciones, Ruinas, viejo.

Doy fe de que fueron algo más que unos orujitos
Me gustaMe gusta
Siempre con los paisanos queridos y respetados en lo hecho y por hacer
Me gustaMe gusta
Hay gente que no tenía que morirse nunca. Algunos músicos, algunos fotógrafos, algunos escritores como Víctor M. Díez.
Me gustaMe gusta
Te quedó redondo, muy chulo.
Me gustaMe gusta
gracias, compañeros.
Me gustaMe gusta