Querido diario (14)

Ilustración de Avelino Fierro.
Ilustración de Avelino Fierro.

Por AVELINO FIERRO

Para Sendo García Ramos

Tengo ante mí un pedazo del mundo. La ventana enmarca un trozo de cielo, dos grandes masas de azul, clara y oscura, la que sigue embozada en la noche y la que se despereza hacia el amanecer. La negrura ha abandonado hace unos instantes el firmamento y hay jirones, manchas moviéndose muy lentas, celajes sin encajar, como si un pintor seráfico de brocha gorda estuviese restañando las grietas de la bóveda celeste, preparando sus paredes, antes de que venga el color en esta mañana cerca ya de la primavera, el rompimiento de gloria.

Abajo veo las siluetas de los edificios al otro lado de la calle, sus tejados. Más allá, adivino otros, un único manchón, sin volúmenes; hay algún puntito de luz en las ventanas, en las cocinas y habitaciones de los madrugadores. Ya no hay luz en las farolas de estas calles de barrio a pesar de la oscuridad. Sí veo aquellas, lejanas, de la urbanización sobre las lomas, recortando la línea del horizonte.

En los breves momentos que pasan mientras escudriño esas variaciones en el exterior y escribo estos párrafos, una luz rosada, tenue, comienza a teñir de leve carmín una parte del cuadro, ruborizándolo, en esa zona media entre la línea de tierra y dos tiernas manchas de nubes que parecen charlar distraídas, cansinas, con poco color, demacradas como si hubieran estado de fiesta en los afters, en La Escollera, el Lolita, la 54…

Como esos jóvenes que vuelven de amanecida, sin color en las mejillas, con miradas transparentes que acaricia el velo suave de la brisa, con flores de escarcha en los cabellos, que vienen dando tumbos, pateando latas de cerveza, riendo por cualquier cosa; que se detienen en un rincón tibio para besarse, prolongar la noche, conjurar el silencio del tiempo a solas.

De momentos así, de una ciudad antigua, de esas vidas que se viven cada día y cada noche y que se olvidan, y de las palabras que se dicen los amantes, “no te rías de mí, no apartes la mirada”, habla la canción de Keane (“Bedshaped”), que ahora suena como un murmullo que estremece mi habitación y trae lágrimas y ojos negros y se deshace en el silencio. De momentos así habla el poema de Carlos Sahagún, “Es el momento, el tiempo del abrazo. Y te vas. Queda la noche gris sobre mi pensamiento.”

De esta luz escribió tantas veces Claudio Rodríguez, que apuró tantas noches llenas de alcohol y palabras, noches “de piel de gamuza o córneas, correosas, nunca humanas”.

Dentro de poco saldrá el sol. El viento,
aún con su fresca suavidad nocturna,
lava y aclara el sueño y da viveza,
incertidumbre a los sentidos. Nubes
de pardo ceniciento, azul turquesa,
por un momento traen quietud, levantan
la vida y engrandecen su pequeña
luz. Luz que pide, tenue y tierna, pero
venturosa, porque ama. Casi a medio
camino entre la noche y la mañana,
cuando todo me acoge, cuando hasta
mi corazón me es muy amigo, ¿cómo
puedo dudar, no bendecir el alba
si aún en mi cuerpo hay juventud y hay
en mis labios amor?

El mundo ya amanece, leve. Ya no están los altos álamos tras la primera fila de casas, al otro lado de las vías. Ah, cómo me acompañaba su baile, la música de sus hojas, los brotes en lo alto de sus copas, los pájaros con sus devaneos, que los poblaban tantas horas. Los arrancaron hace unos meses. ¿Servirá la poesía para hablar de cosas tan banales, de los que tienen oído sólo para el ripio, de las insensibilidades? Está mudando el azul a gris, se ha levantado viento. Y rompe a llover.

Llueve, como en el poema de Blas de Otero: “Ahora sí que está lloviendo en Bilbao. / Es el siete de agosto y llueve como en mi infancia, delicadamente / e insistentemente, llueve llenando el aire de eees, de leves letras / débiles e indecisas…” “España se ha parado.  Duerme… llambria de luz, alba exilada…”

Aquí, es siete de marzo, mañana desolada de otro tiempo, también en crisis. Despoblado corazón. He tomado del estante el libro del poeta, regalo de la nieta de un periodista astorgano. En la primera página, él escribió “Esther, felicidad para ella y España”. ¿Para qué sirve la poesía? Te lo pregunto a ti, Martín, el solitario. Tú, que lo has leído todo y escrito tanto. ¿Sólo sirve de consuelo para apaciguar el llanto, o también levanta muros y construye una casa para el hombre? ¿Hay que volver a Blas de Otero, a los pronombres, a éste, aquél; al vosotros también?

Mañana desolada, ya teñida de gris. Llueve, llueve. Como en el poema de Borges, como en la infancia de Miguel d’Ors, como en la noche triste de Biedma o en las húmedas calles de Vinogrado. Llueve. Y pasan los días y no amanece, no viene el alba en el poema de Toño Llamas.

Momentos de soledad, sin otra alma que llevarse a la boca. Y tú, ¿estás ahí, acurrucado amor, que no te siento? ¿Oyes mi lamento, oyes cómo mueren las luces que te cuento?

1 comentario

  1. Hay muchas preguntas en esta entrega del Diario, muchas. Probablemente ese estado de permanente cuestión, esos momentos suspendidos entre lo que nos trae y nos lleva la vida cada día puede ser la poesía sin saberlo, incluida la lectura de tu Diario.

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