Valor

 crisisPor FERNANDO CAYO

Últimamente he llegado a un nivel de saturación extraordinario con respecto a la queja. Me quejo yo y todos mis internos personajes, mi parte femenina, mi niño interno… Mi enano fascista está insoportable y hasta mi abuelo interno –que normalmente reconforta– se ha aliado con mi interno padre represor para quejarse y tocarme las internas napias. Pero no soy un hecho aislado, algo que tampoco me consuela, más bien al contrario. Amigos, conocidos, familia, todos se quejan, todos nos quejamos. La cosa está fatal… ¡Ya no aguanto más! ¡Ya no puedo más!

Primero fueron las noticias en radio y demás medios de comunicación. Luego la presión real, que fue subiendo y subiendo hasta que nos metimos de golpe y porrazo ¡Zas! en un infernal bucle paranoico de queja y más queja. El mayor, brutal y más devastador efecto de este tremendo y estudiado colapso económico que vivimos es, sobretodo, la depresión generalizada; el miedo y la depresión generalizada. El hecho de que todas las conversaciones giren en torno al mismo tema se ha convertido en algo realmente insufrible. Es un espanto que espanta al más fiero optimista.

¡Lo han conseguido, señores, nos han metido el miedo en el cuerpo! Pero no nos equivoquemos. ¡Los más crueles terroristas, los que más aterrorizan, los que meten miedo de verdad, no están en un desierto de Afganistán escondidos en una cueva, vestidos con harapos, agarrados a sus fusiles de asalto y mesándose las barbas mientras planean el siguiente atentado contra el mundo civilizado! ¡No! ¡Los terroristas que tenemos que temer están en el poder y controlan los medios de comunicación! Se les reconoce con facilidad: tienen chóferes, ropa cara, buenas casas, suculentas dietas, suelen ir afeitados –salvo que quieran tapar algún que otro defectillo facial– y no usan pistola. Pero hasta que en algún momento nuestro amado pueblo despierte de su letargo, tome el toro por los cuernos y mande a la mierda a toda esa ralea de políticos corruptos, banqueros avariciosos y tecnócratas miserables que nos gobiernan y empecemos a crear un sistema de vida global más justo, equitativo y sostenible, por favor, no nos atormentemos con más quejas. Multiplicamos el efecto de la crisis, les estamos haciendo el trabajo.

No quiero ser oveja repetidora, zombie amplificador, no quiero. Disfrutaré de la vida, con una caña menos, sin ir al cine, viviendo en una casa más pequeña, buscando trabajo en el extranjero o haciendo la bendita revolución. Cualquier opción es más energética, vital e interesante que la aburrida y empantanante queja.

No digo que cerremos ojos y oídos. No propongo que escapemos sin mirar atrás, no. Digo que dediquemos a la crisis solo el tiempo que necesite, que no seamos sus voceros y propagandistas. Solo pido, me pido a mí el primero, os pido, un poco de higiene mental. Pensemos qué podemos aportar de valor. Aportemos algo de valor a nuestra situación, a los seres humanos que tenemos alrededor, a nosotros mismos, al espacio que nos rodea. Seguro que eso que cada uno de nosotros tenemos que aportar vale infinitamente más que el índice Nikkei, el Ibex 35 y la “prima” de riesgo, que además me han dicho que es muy pija y de fabricación digital. Me quedo con lo analógico. Sustituyamos el no se puede hacer nada, por el hagamos lo que esté en nuestra mano. Busquemos el hueco por donde filtrar algo de luz a estos tiempos oscuros. Sabemos lo que quiere el enemigo. No dejemos que se salgan con la suya. Ya es hora de que las quejas que se escuchen vengan de otro lado.

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