
Por AVELINO FIERRO
Para Luis Santamarta
Veo los tejados plegados sobre sí mismos, contraídos y sojuzgados por la helada de la noche. Un poco más allá de las antiguas vías todo está difuminado por la niebla que hace suyas estas primeras horas, con un abrazo molesto, algodonoso y gélido, opresivo, que todo lo iguala. Me parece estar solo en el mundo. Sólo dos palomas, también grises y pálidas, se mueven entre una chimenea y las antenas. Y en el bloque de casas tras el parque una mujer en bata con un enorme rulo en el pelo, pasa un paño por los cristales. Ni una luz para entibiar las habitaciones de las casas. Ni una persona, nadie, nadie en la calle. Ni sonidos, salvo el petardeo hace unos instantes de la pequeña moto del cerrajero.
Es lunes y todo está contrito, alicaído, abatido; dura demasiado la crisis en el barrio y estos días navideños parecen traer más tristeza al corazón, aunque uno trate de olvidar lo que hace daño y quiera ser insensible a todo, acunándose en un presente de electrocardiograma plano, ovillado en el butacón desvencijado en su cuartel de invierno. Que todo siga siendo, pero que no nos roce. Ése es el deseo. Que los planetas sigan girando sobre sus goznes sin sosiego, la escarcha se desperece en su suave murmullo sobre los prados, los cirios eléctricos se enciendan a esta hora en el altar de las iglesias y una nueva arruga crezca en el rostro de esa mujer que va dejando de ser joven. Que siga el asedio del frío y de una pena inexplicable entre estos muros y en el parque y entre estas casas modestas de ladrillo, pero me agito en silencio para que a mí no me alcance esa rueda del Absoluto. Déjame Señor en mi tristeza vacía al lado de la luz tenue de mi lámpara, en este paisaje desolado de mis horas. Sigue Tú, sigue pasando inmisericorde las páginas y días de tu libro, en el que no nos reconoces, en el que no dibujas nunca nuestros rostros, sigue con tus siderales injusticias. Pero a mí, déjame en mi estanque de sosiego, en mi yermo desolado, con estos pocos libros, con mi dolor de espalda, mi músculo piramidal, pero no vengas, no me abraces, noli me tangere.
Mientras, en las habitaciones duerme todavía Mar. Y Javi y Alfredo, llegados de Madrid para pasar la Noche.
Ayer he salido, ya sin luz, a recorrer los prados y las últimas casas del barrio de San Lorenzo. Ya no hay tapiales ni huertos en estas traseras de la catedral, ni se oye el chirriar de las ruedas de un carro de bueyes ni las madreñas sobre el empedrado como en las viejas fotografías. Las mirábamos hace días buscando alguna que sirviera como felicitación para estas fiestas.
Se traspasa un viejo mesón, y en el bar Curueño, aunque sigue la luz mortecina y la salida de humos parece dirigida al interior del local, hay animación. Tras la barra hay una pareja de jovencitos. La crisis va a acabar dejándolos sólo para abrir, cerrar y habitar los bares. En una calle oscura donde las guirnaldas de un adorno navideño titilan en un balcón, veo salir de una furgoneta a una mujer desgreñada abrazando un pollo de corral.
He pensado en Luis Santamarta, que está bastante averiado, el pobre. Saldrá adelante, seguro. Recuerdo ahora la apretada página de un dietario, puede que fuera allá por el 93:
“Hoy, Nochebuena, hemos pasado por el velatorio del padre de Luis. Se había quedado con sus hermanos en el pueblo. Era ya de noche y no habían regresado. No habían acabado de abrir la tumba. Dimos el pésame a Ana, su mujer. También estaba su hermana, que había sido madre hace unos días. Y así la muerte y la vida se mostraban en la tragedia y en la alegría. Al árbol viejo le retoñaban unas ramas. Todas las preguntas se habían encontrado y fundido en aquella sala de luz mortecina con las dos puertas de las verdades de la vida abiertas de par en par. Salimos a la noche iluminada de estrellas, campanas y hojas de acebo. Multitud de bombillas de colores y sonsonetes de villancicos. Vemos amigos que vuelven para estos días y todo ayuda a estar alegre y desear ¡Feliz Navidad!, y no pensar que el tiempo inmisericorde va escribiendo cada vez con más desgana nuestras pequeñas historias, la tuya y la mía.”
He pensado en José Luis Piquero, que vendrá en unos días acompañando a Eva a una lectura poética, y en el mucho tiempo que hace que no nos vemos. Tengo para él un disco para su viaje de vuelta, para que recuerde aquella road movie de hace tanto. En la anterior entrega de este diario está al final un verso suyo que se ajusta bastante a lo que uno siente estos días, de viento frío y corazones convalecientes de tristeza.
He pensado en ese diario y en que sus lectores no han entendido que en él no hablaba mal de nadie, que quienes se paseaban por él tenían un retrato amable; estaban allí con sus pequeñas miserias, su engreimiento y su vanidad tan estéril. Lo que hice fue recoger, con la asepsia de un cronista, unas palabras. Y por la boca muere el pez. Y que otros, los saqueadores ignorantes, los mercaderes, los codiciosos, ésos sí eran los impíos, los pobres de corazón.
Por ello, he pensado en los versos de Ledo Ivo: “que florezca en el mundo una alborada / –hormiguero de luz, nube bermeja– / y corrija la injusticia de las estrellas”.
He pensado en Pablo Andrés Escapa, y en sus cuentos de Navidad. Y en Toño Manilla y su poema para los fines del año. Y en Patrick Leigh Fermor, que ha estado desde sus páginas de El tiempo de los regalos recorriendo conmigo bajo la nieve el camino que separa Aquisgrán de Colonia y como, en la catedral, hemos visto mujeres arrodilladas, mezcladas con monjas, y sentido el murmullo de la segunda mitad del Gegrüsset seist du, Maria y el tintineo de los rosarios que llevan las cuentas de las plegarias acumuladas. Y he comprendido cómo en estos templos de torres abiertas los fieles creen que sus oraciones llegan antes a su destino que las dichas bajo una cúpula donde las sílabas pueden revolotear durante horas.
He pensado en el libro en el que están los poemas navideños que Joseph Brodsky escribió durante los últimos veinticinco años de su vida y en que en él lo dibujé sentado en su silla del enorme piso, asediado por el frío, viendo cómo la nieve ha ensillado los tejados, temblando de rabia y de curiosidad por la Nada y los espacios vacíos. O recordando su niñez y sus paseos hasta el ancho río blanco y helado como la lengua de un continente sumida en el silencio.
Yo también pasearé en unos instantes hasta el río dormido para cerrar los ojos y dejarme sobrecoger por el silencio y la noche, por un clamor de aire muerto. Lo haré cuando se pare esta canción de Jóhann Jóhannsson. Y quizá, a la luz de una farola y de los brillos del agua helada de las orillas, te lea estos versos de Valery Larbaud que llevo en un papel, que copié para incluirlos en el anterior diario sólo porque eran hermosos y hablaban de la niebla y de un día triste de invierno sobre el mar gris, de amor y de los dioses antiguos.
Versos, palabras puede que impuras, para ver si acunados y mezclados con los anhelos lívidos de los inocentes, los harapos de los niños muertos, el desconcierto y las heridas de los desolados, los pulsos pequeños en las sienes, la ceniza de los silencios, con el rumor de ángeles que no te exasperen, pueden llegar hasta Ti, a tus ojos llenos de sombra y puedas sentir algo de la música del mundo… tus ojos cargados de vacío.
Un poema de principio a fin. Excepcional
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Precioso Ave. Un beso. Chus
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Amicum-philosophum de melancholia, mania et plica polonica
(«Al amigo-filósofo, de la manía, de la melancolía y de la plica
polaca»: título de un tratado del siglo XVIII que se conserva en la
biblioteca de la Universidad de Vilnius. [Nota del autor.])
Insomnio. Un trozo de mujer. Un vidrio
repleto de reptiles que se abalanzan hacia afuera.
La locura del día se desliza del cerebelo
al cogote donde ha formado un charco.
En cuanto te meneas, el interior percibe
cómo en este lodo helado alguien
sumerge una pluma fina
y lentamente traza «maldición»
con letra que se tuerce en cada curva.
El trozo de mujer con crema
suelta al oído palabras largas
como una mano en mugrientas greñas.
Y tú en las sombras estás solo, sobre la sábana
denudo, como un signo zodiacal.
Joseph Brodsky (1971)
De «No vendrá el diluvio tras nosotros» (Antología 1960-1996)
Versión de Ricardo San Vicente
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Muy bueno. He pasado un bien rato. Gracias!
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Gracias, Ave. Asun
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Impresionante la ilustración. precioso relato.
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En estos momentos vivo soportanto mis crisis y también las ajenas, más estas que aquellas (echo de menos las tildes. Me haces recordar ese tu barrio, tu parcela cotidiana de la ciudad, la que duerme con tus sueños (y los de Mar. Gracias por enseñármela, por definirla, para que la disfrute al rozarla camino de mis quehaceres laborales. La has humanizado: la has envuelto con la melancolía de tus lecturas y apuntes. Y ahora yo la abro y recibo como lo que es: un hermoso relato, un valioso regalo en estas fechas de luces y de apagón de 19 a 20 horas
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Graacias AVEMAR. No estés triste. Tienes LIBERTAD. Un precioso dibujo. Un comienzo.
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