No hay idea que valga una vida

Viñetas publicadas por la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
Viñetas publicadas por la revista satírica francesa Charlie Hebdo.

El atentado terrorista contra Charlie Hebdo vuelve a poner de manifiesto la debilidad del respeto a las libertades de opinión y de expresión así como el fanatismo que puede provocar la interpretación dogmática de cualquier creencia religiosa. Reproducimos un artículo de Tomás Guillén Vera, publicado en el diario digital últimoCero.

Por TOMÁS GUILLÉN VERA
últimoCero

Baruc Spinoza, un filósofo que sufrió varios atentados a lo largo de su corta vida por ser un judío heterodoxo, publicó en 1670 una obra titulada Tratado teológico político. En ella, la reflexión sobre el valor de las profecías, los profetas, la ley divina, las ceremonias, los milagros, etcétera, o sea, sobre los contenidos de la religión judía, lo conduce a terminar la obra con un capítulo que titula: “Se hace ver que en un Estado libre es lícito a cada uno, no sólo pensar lo que quiera, sino decir aquello que piensa”. Como nadie –decía Spinoza– puede transferir a otro su facultad de raciocinar libremente, es violento el dominio de los espíritus de los demás, por lo que, como el fin del Estado es verdaderamente la libertad, será un gobierno violentísimo aquel en el que se niegue a cada uno la libertad de decir y de enseñar lo que se piensa. Así pues, en el gobierno democrático, todos se obligan con su pacto a obrar según la voluntad común, pero no a juzgar y a pensar de ese modo, porque las personas no pueden pensar del mismo modo, por lo que, cuanto menos se concede a las personas la libertad de pensar, más se las aparta de su estado natural y, consecuentemente, más violentamente se gobierna. Spinoza fue incluido en el “Índice de autores prohibidos”, que ha estado vigente desde 1564 hasta 1966, junto a creadores como Voltaire, Stendhal, Victor Hugo, Flaubert o Alborto Moravia; junto a pensadores como Pedro Abelardo, Maquiavelo, Hobbes, Descartes, Locke, Pascal, Hume, Rousseau, Kant, John Stuart Mill, Bergson, Croce o Sartre. La lista es inmensa. De hecho, se ha censurado a la mayoría de los pensadores cuya contribución a la historia de la humanidad ha sido fundamental para el progreso de la justicia y los derechos humanos, y es que la libertad de pensamiento está íntimamente unida al desarrollo del conocimiento, la ciencia y la creatividad, logros difíciles de digerir para cualquier dogmático.

El atentado terrorista perpetrado contra la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo que ha causado doce muertos y cuatro heridos graves vuelve a poner de manifiesto la debilidad del respeto a las libertades de opinión y de expresión así como el fanatismo que puede provocar la interpretación dogmática de cualquier creencia religiosa. Sin embargo, este hecho, que es monstruoso y puede parecernos excepcional, tiene poco de extraordinario, porque la historia de la humanidad está plagada de respuestas violentas a la libertad de pensamiento y expresión. De hecho, si repasamos, aunque no sea más que a vuelapluma la historia de la filosofía, de la ciencia o de la literatura nos encontramos con constantes censuras y ataques a la libertad de pensamiento y expresión. Desde el primer filósofo griego conocido, Tales de Mileto, hasta los pensadores y creadores más innovadores y que más han aportado al progreso de la justicia, del conocimiento y de la sociedad, la inmensa mayoría han sufrido en sus carnes la ira de la censura y hasta de la violencia, por ejemplo: Sócrates, Platón, Agustín de Hipona, Averroes, Guillermo de Ockham, Galileo, Bertrand Russell, Charles Darwin, José María Díez Alegría, Hans Küng o Juan José Tamayo.

La libertad de pensamiento y expresión es considerada por cualquier dogmático como un azote contra esa verdad que únicamente posee él mismo; ahora bien, la libertad de pensamiento y expresión es un derecho humano fundamental, universal, inalienable, intransferible y no negociable. Esta libertad va de la mano de la libertad de conciencia, de la libertad de información y de la libertad de cátedra, así como del derecho a la educación y del derecho a la información, y estas libertades y derechos están íntimamente unidas al desarrollo del conocimiento, la ciencia y el arte. Pero no hay más que entrar en las páginas de Amnistía Internacional o Human Rights Watch para darse cuenta de lo amenazadas que están todas estas libertades y derechos.

Los terroristas utilizan la libertad que les da el sistema, la democracia, en el caso del atentado en Francia, para eliminar de un plumazo el primer derecho y el más fundamental de todos, el derecho a la vida, sin el que los demás derechos y libertades no existen y carecen de valor. Los terroristas temen la libertad de prensa, pero necesitan a la prensa para sobrevivir. En España tenemos una profunda y desgraciada experiencia en este sentido.

Se equivocan quienes piensan que las libertades se conquistan con la violencia y las armas. La libertad no es ni puede ser el privilegio de algunos para someter a quienes consideran sus adversarios o enemigos, porque construyen una sociedad sometida a la voluntad del más violento y, por ende, a la voluntad del más inmoral. El éxito de la violencia elimina el oxígeno necesario para la vida humana. El violento, el terrorista es un claro ejemplo de lo que no debe ser, puesto que los muertos a manos de la violencia  nos colocan en la antesala de la muerte de la paz.

(II)

Frente al terrorismo, sea del signo que sea, religioso o político, ahora frente al terrorismo islamista surgen muchos interrogantes. Por ejemplo: ¿En qué cabeza cabe que no podamos preguntarnos por la racionalidad o irracionalidad que mueve las creencias religiosas o de otro tipo, como para que tengamos que ocultarlas y no podamos publicarlas? ¿Cómo es posible tener que callar y aceptar la discriminación o el trato vejatorio sufrido por las personas en nombre de cualquier creencia religiosa o política? ¿Qué justifica que se tenga que aceptar y soportar la imposición a la sociedad en general de una creencia religiosa, sea la que sea, cuando la religión es una vivencia subjetiva que pertenece, por tanto,  a la intimidad de las personas?

Tenemos muy cerca en la historia la quema de libros hecha por los nazis, que quemaron la obra, por ejemplo, de autores como: Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Albert Einstein, Sigmund Freud, Heinrich Heine, Franz Kafka, Erich Maria Remarque, Stefan Zweig, Ernest Hemingway, Jack London o Máximo Gorki. En el ámbito religioso, está muy vivo el recuerdo de la condena a muerte de Salman Rushdie por la publicación de su novela Versos satánicos o, en otro orden y, ya en el siglo XXI, la condena a muerte de Roberto Saviano, amenazado por la mafia, por la publicación de Gomorra.

En España hemos sufrido durante la postguerra civil y la dictadura la represión más dura hacia la cultura y la creatividad, representada por la matanza de miles de maestros, profesores e intelectuales y por el exilio de tantos otros que pudieron escapar de una cárcel o de una muerte seguras. Junto a esta represión, hemos sufrido la imposición del catolicismo como religión del Estado y única religión admitida; otra barbaridad más, fruto del dogmatismo de quienes vencieron con las armas, pero fueron incapaces de convencer con la palabra y con sus actos.

El terrorismo es la máxima expresión de una violencia que reduce al ser humano a la condición de inhumano, porque actúa movido por la conciencia de producir el mal. Pero para vencer el fundamentalismo es preciso saber, en primero lugar, que uno se equivoca y que lo fundamental para las personas y la humanidad es todo aquello que contribuye al crecimiento de los seres humanos como personas, o sea, como seres libres, individual y socialmente libres.

El reconocimiento de las opiniones de los demás nos coloca en el camino de liberarnos de prejuicios y tabúes, y de ser libres. Las ideas sólo pueden ser combatidas con ideas, de ahí que el análisis y la crítica de las ideas sean los instrumentos para enfrentarse a las opiniones ajenas –y a las propias, claro está–. Es decir, los posibles errores cometidos como consecuencia de la libertad de pensamiento y expresión se curan con más libertad de pensamiento y expresión. La irracionalidad, la falta de sensatez, los prejuicios culturales, ideológicos, religiosos o de otro tipo se superan enfrentándose a ellos mediante la lectura, el debate y la reflexión. Compartir las ideas, escuchar a los demás, pensar y reflexionar son el mejor antídoto contra la rigidez y la estolidez humanas y de cualquier discurso. La defensa de la libertad de opinión y de prensa va indisolublemente unida a una concepción humanista de la vida, la sociedad y la historia, un humanismo que no entiende el terrorismo.

La democracia es imposible sin la libertad de pensamiento y expresión. La palabra ausente, silenciada, acallada o muerta nos deja huérfanos, hiere nuestra dignidad y niega nuestra identidad de seres humanos. Cuando el vendaval del odio aprieta el gatillo de la muerte y pretende acallar cuantas voces resuenan en el lado opuesto de los prejuicios propios, el terrorista mata y coloca la muerte como amenaza. A las amenazas contra la libertad de pensamiento y expresión sólo se las vence con democracia y, por tanto, con libertad de pensamiento y expresión, con libertad de conciencia, derecho a la información y a la educación, con la elevación al máximo posible de la cultura democrática. Si respondiéramos a la muerte con la muerte, al odio con el odio, si hiciéramos buena la ley del talión, como decía Gandhi, mañana todos estaríamos ciegos y, peor aún, sólo sobreviviría el último Caín. Ninguna idea vale una vida.

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