
Por TOÑO MORALA
Aquella infancia donde casi todo era observado desde la inocencia de ser niño, y también con aquellas ganas de aprender y descubrir el mundo. Tiempos de memoria taciturna y sobresaltada por el compromiso racional de ver y descubrir. Aquella tarde había bajado a la escalinata que daba a la pequeña plaza, donde se ponían las mujeres los miércoles y sábados a vender: hortalizas, huevos, pollos vivos… al mediodía se marchaban y dejaban los despojos… hojas de berza, de lechuga… De repente apareció él como por arte de magia, lentamente subía, trepaba como cansado y con miedo; de vez en cuando se paraba, oteaba a su alrededor y seguía su camino lento, muy lento. El niño se puso a jugar… la algarabía del momento le hizo olvidarse de aquel ser minúsculo, débil e indefenso. El cansancio le sentó de nuevo en la escalinata, mientras aquel gusano ya era ciudadano de la piedra labrada… había emigrado sin querer en aquel tren de hojas para la vida.