Días de 2023 (16) / Presentación del libro ‘León al pie de la letra’, de David Rubio

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021» y «Días de 2022»… continúa con su sección «Días de 2023»

Presentación del libro ‘León al pie de la letra’, de David Rubio.
23 de noviembre de 2023.
Salón de los Reyes del Ayuntamiento de León.

Por AVELINO FIERRO

Me ha pedido el compilador y editor David Rubio una breve autobiografía literaria. No se la ha pedido a los demás escritores que aparecen en este libro. Yo sé que con ello quiere favorecerme, le guía una buena intención. Trata de justificar mi participación en esta obra. Quizá porque leyó en el blog de unos lectores ropavejeros que yo había ascendido –al ser incluido– de Regional Preferente a Primera División.

Pero creo que ni unos ni otro llevan razón. A unos les diré que soy algo más que el mejor escritor de mi barrio. Ya sé que tengo que pararme a la altura del número 145 de Mariano Andrés, porque allí vive mi amigo Antonio Manilla, que siempre había sido poeta, pero hace un par de años escribió una novela a la manera cervantina y recogió un premio importante.

Si sigo hacia el sur tendría que detenerme en el edificio de la Imprenta Moderna, porque allí ha cogido casa Julio Llamazares. Pero puedo estirarme hacia el oeste casi todo lo que quiera, por el barrio de San Esteban y hasta los altos de Nava y los depósitos de agua, esos depósitos en un altozano con vista privilegiada sobre esta urbe y que están incluidos en mis itinerarios por León.

Y en el este llego hasta La Candamia y más allá, hasta Valdefresno, porque allí vive Alberto, otro que novela mucho mejor que yo. Así que, en lo que es mi territorio, llevo tiempo sintiéndome cada vez más seguro.

Tengo una ventana alta desde la que diviso la ciudad, los prados de la Huerta del Obispo, San Lorenzo, el barrio de Nocedo, las Ventas y otras zonas más o menos deprimidas –mi distrito postal es el 24008, y si vives aquí y pides un crédito tienes que contar con un avalista solvente– que tienen calles oscuras y zonas de riesgo, con personajes urbanos que están a veces en mis escritos, que tienen algo de legendarios, símbolos –como diría Luis Mateo Díez– que flotan en el carácter fragmentario y en la severa opacidad de lo urbano. Si viviera en Ordoño no escribiría, allí la ciudad no se te impone como algo irremediable.

Voy a publicar mi octavo libro. Todos han tenido, hasta ahora, un cierto éxito municipal. Así que no veo por qué tengo que justificarme, ni contar para qué o para quién escribo. Ricardo Piglia, el escritor argentino, también en situaciones como esta decía sentirse incómodo, porque toda respuesta parecía oportunista: “escribo para mujeres divorciadas de entre cuarenta y cincuenta años”, “para los jóvenes”, “para los muy lectores”, “para mí mismo”.

Ya sé que no he cosechado premios. A Pereira una vez, en Valderas, le dieron un queso. Me contó que se lo había entregado una chica muy mona, concejala de cultura o algo así. Él se lo agradeció mucho, pero le hizo saber para futuras colaboraciones la ventaja del taloncito.

Así que tengo mi habitación propia, mi mirada (Jordi Doce, hablando de Paul Auster, dice que la escritura es ante todo mirada). Escribo lo necesario; diré aquí que no le dedico mucho tiempo, y quizá puede parecer presuntuoso, pero es que me sale de corrido. Cosa distinta es que, como decía Umbral, no hay que creer en los escritores a tiempo parcial ni de tardes de domingo. Y escribo lo que escribo: diarios, dietarios o crónicas de las luces horizontales y febriles de las tardes, sobre el vaivén del mundo, la belleza convulsa, sobre el tiempo fugitivo…

Yo creo que en mis diarios hay también pasajes y metáforas razonables sobre la vida y el destino de esta ciudad.

Pero no voy a negar que estar en esta antología me ha resultado muy salutífero. Llevaba una temporada en que la vida se me había puesto convexa –esto es una distinción o categoría de Juan Ramón– en vez de cóncava, donde todas las cosas resuenan, los gritos de los niños, los aleteos de los pájaros, los suspiros de las mujeres… Y nada funcionaba bien, ni las transaminasas, ni los movimientos peristálticos, ni la escritura.

Consulté a un psicólogo clínico. Me recetó Lexatin 1,5 mg. en desayuno y comida; Orfidal a la noche. Pero desde primeros de octubre, en que supe por David Rubio que iría en esta obra, me ha suspendido la medicación. Y me ha recomendado –ya sé que es un placebo– dar mis paseos diarios y nocturnos por la ciudad con este libro, León al pie de la letra, en el bolsillo. Y acariciarlo de vez en cuando.

Con ello he recuperado el tono vital. Y el tono en la escritura, que ya sé que el tono no es propiamente el estilo, pero ha vuelto cierta música a mi prosa.

Gracias, David. Para mí es la mejor manera de entrar en este invierno que se presume bastante duro, nada tranquilo.

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