
Tras debutar como dúo hace unos años, los poetas leoneses Ildefonso Rodríguez y Juan Carlos Pajares regresan a las tablas este viernes 1 de diciembre, a partir de las 21:30 horas, para ofrecer un concierto de tangos «mano a mano» en Amarone Vinnería (C/Cascalerías 3, en León).
Para este dúo de escritores —Ildefonso Rodríguez también es músico—, las letras de los tangos son verdaderos poemas. Escritas en un argot local rioplatense llamado lunfardo, suelen expresar las emociones y tristezas que sienten los hombres y las mujeres del pueblo, especialmente «en las cosas del amor».
En su espectáculo, cantando tangos «mano a mano» con la sola ayuda de una guitarra acompañando a la voz, el público disfrutará redescubriendo la gran poesía del tango: romántica, rebelde, mestiza y urbana. Eso sí, desde dos registros diferentes, pero complementarios, desde dos visiones personales para ir del lado de acá al lado de allá, como escribió Cortázar.
Se viene de donde se sueña
Reproducimos a continuación un texto de Juan Carlos Pajares, miembro de este dúo singular, en el que intenta explicar «por qué un onubense afincado en León canta, o pretende cantar tangos».
Por JUAN CARLOS PAJARES
No estuve en los bulines ni en las academias donde las minas socavan el corazón de los malevos, tampoco en los conventillos donde, aún con el humo del llano y el llanto de la indiada en la ropa, desensillan los gauchos y los gringos, y mutatis-mutandis remansan en aluvión de guapos, compadritos y algún gil. No asistí, en los peringundines arrabaleros, al baile rítmico y etílico perfumado de candombe, en el que las parejas se distancian al compás y escuchan el cuerpo del otro, ni a las interminables payadas donde se postergan los cuchillos para desenfundar las palabras hasta que uno de los contendientes caiga del contrapunto. No estuve en el bacán Cabaret Armenonville, no caminé el tango bajo los caireles de su gran araña, ni me reflejé en sus espejos, ni me embriagué con el veneno irrevocable de sus orquídeas (“Entrada para autos y carruajes”; “Hermosa terraza y jardín”; “El lugar preferido de los sportmans”, rezaban los afiches) cuando, ahora hace cien años, Gardel y Razzano pasaron el tango de los pies a la boca, lidiando aún con la resaca, tras dos noches y dos días, sin pausa y con mucho humo, en la mansión de Madame Jeannette. No estuve, o quizás sí estuve, porque se viene de donde se sueña. Así, quizás fui uno de los que embaucaron y embarcaron a Contursi, desahuciado, en pijama, en su propia Noche triste, bajo la nieve de París, de vuelta a Buenos Aires, para que, por última vez, adivinara el parpadeo de las luces que a lo lejos iban marcando su retorno. Donde seguro de alguna manera estuve, fue en el barco que alcanzó mi abuelo para volver con la frente marchita después de un malogrado intento de hacer sus Américas. Si no fuera por esa circunstancia yo no estaría hoy cantando tangos ante ustedes, o quizás, los estuviera cantando, por derecho, en algún cabaret de la desembocadura del Río de la Plata.
