Días de 2023 (y 21)

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021» y «Días de 2022»… pone fin, con esta entrada, a su sección «Días de 2023»

Por AVELINO FIERRO

Ocho de enero. Lunes en el calendario. Me he despertado muy temprano. Desde la habitación miro a la luna, que está en conversación con Venus, en voz baja para no molestar a los durmientes del barrio. Una luna mínima, rojiza, con los ojos y ademanes cansados como si hubiera estado trasnochando, de copas en un último bar de las afueras para dar por cerrados los días de fiesta. Para ponerse ya hoy el traje de faena y comenzar las tareas de la semana, del año, bien en serio.

He tanteado los libros que están en el mueble al lado de la cama y he subido con tres de ellos, los primeros del montoncito más próximo. Uno, con poemas de L. A. de Cuenca; otro, sobre teorías poéticas de una autora que al parecer ha ganado un premio importante y del que voy entendiendo menos o nada; y Las Ninfas, de F. Umbral, que ayer comencé a leer porque había escrito en las anotaciones de mis Diarios una frase sobre las niñas burguesas de casino de provincias. Lo compré en el noventa y cuatro en una librería de viejo.

Y ya aquí, en la habitación alta, que es biblioteca, he ido al estante de la poesía a por una de las ediciones de Gil de Biedma, con la idea de releer en los Poemas póstumos los versos del que lleva por título “Píos deseos al empezar el año”. Y en el libro he encontrado –no tenía ni idea de ello– un recorte de periódico, una columna de Manuel Vicent titulada “Madurez” y que comienza así: “A esta altura de la vida uno ya sólo aspira a ser decente y a estar delgado, a comer pequeñas raciones de alimentos muy seleccionados, a sorprenderse de que salga el sol cada día”. Y sobrescrito en los mínimos márgenes en blanco que deja ese papel ya amarillo, consigo leer unas anotaciones a lápiz, el inicio de un poema mío con el título “Viaje al Sur”: “Cambiaba el año, yo de vida…”.

Esos apuntes tendrán más de treinta años. No recuerdo si fueron pasados a limpio y acabaron en un cuadernillo; tendré que buscarlo. Uno no trama nada en estos primeros días de enero, pero puede que en aquel entonces hiciera propósitos de mejora, de enmienda. Pero lo que es hoy, ya lo dicen, tengo que aspirar a estar delgado, y a atender al mundo de otro modo no sé si mejor, menos intenso.

Lo intentaré, aunque algunos cambios en la oficina me van a tener unos meses un tanto atareado; a  ver cómo estoy de cintura para enfrentarlos y torearlos, para cargar la suerte, para citar de frente a los días laborables que vendrán llenos de sorpresas y expedientes, con los cuernos bien largos, y embarcarlos en el embroque, desviarlos y aminorar su empuje, dar un par de naturales o verónicas y rematar la tanda con algún pase de pecho.

Más intrincada será la faena con los papeles culturales. Y los sueños. Aquí están, del lado izquierdo de la mesa, reseñas, artículos, recortes muy variopintos: Pasolini, Saint-Exupéry, la inteligencia artificial, Raymond Williams, un dosier sobre arquitectura, “La vida es una catástrofe” –así titula el periodista la entrevista con un filósofo–, Azorín, Tik-Tok y los jóvenes… Los libros no leídos. Otra vez tú. Los crepúsculos, las mañanas.

Abrumado, decidí a eso de las diez de la noche salir a pasear hasta el bar habitual, para encontrar allí a Javi Fidalgo y Julio Llamazares en la partida de ajedrez, en la mesa de los murciélagos. Llegaron al poco Edu y Tacho. Y otros parroquianos, sobre los que se habían condensado pequeñas nubecitas, smogs individuales llenos de planes, arrepentimientos, piadosos deseos embarullados. Afanes, anhelos. Estaba sonando esa canción de Keane: This is the last time.

No volví demasiado tarde. Estaba comenzando a helar. Ni un alma por la calle. Ah, sí. Unas jovencitas caminaban lentas por San Mamés, charlando con un tono de voz agradable. Y en una ventana abierta alguien, al lado de las luces del árbol navideño, fumaba.

 

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