Comunidades y museos

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Los grupos humanos que se reconocen como tal buscan afanosamente una representación común que les proporcione certezas, seguridad, un relato colectivo y satisfactorio; algo semejante al calor del hogar a una escala mayor, la de una comunidad. Para ello suelen recurrir al pasado, pues en él encuentran explicaciones (y deformaciones) que ofrecen (y justifican) fórmulas para habitar el presente y confortarse. Por eso los museos. Y también por eso los museos son –a diferencia de otros– un monumento en construcción, porque esa explicación cambia y se enriquece, se desmantela, se deforma, se amplía o jibariza en función de lo que el grupo hace con ellos o espera de su interior y guarda allí.

En nuestros días, cuando ambas nociones, comunidad y museo, se han fundido o licuefactado (en sociedad y pensamiento tan líquidos) cabe preguntarse si tienen sentido los museos de territorio o, con otra forma de llamarlos, los museos de comunidad. ¿Son esos museos reflejo fidedigno de territorios y comunidades? ¿Pueden serlo? ¿Satisfacen sus esperanzas o anhelos? ¿Compensan por el desalojo o traslado de sus bienes, convertidos en bienes museísticos o, peor aún, «musealizables»? ¿Existe alguna vía de comunicación entre comunidad y museo que engrane a ambos? ¿Existen aún, en 2024, comunidades entendidas como tal? ¿Tiene futuro el Museo en ese entorno de incertidumbre sobre su sujeto y sus objetos y objetivos?

Se habla de descolonizar los museos como si fueran otra cosa que el reflejo de la sociedad que los alumbra. Por supuesto que es preciso hacerlo, pues por origen y actividad son, entre otras cosas, una herramienta de colonización. La propuesta no es nueva; estaba en la Nueva Museología de los setenta, bienvenida su modernización. Los museos han de servir a las comunidades que los crearon, los mantienen o son representadas por ellos; la nueva definición de  museo acordada por ICOM insiste en ello. Sin embargo, ese proceso de ida y vuelta en que ambos cooperan no resulta sencillo ni directo. A menudo intermediarios y equívocos, malentendidos o intenciones espurias se cruzan para su fracaso. El museo es entonces blanco de censura, que no de mala prensa pues esta es obra ajena.

A menudo, quejas y enojos no llegan a quienes debieran atenderlos. Se convierten en letanías que consuelan de un presente desfavorable con vindicaciones idealizadas. A menudo, quienes deben representar no se relacionan con los representados o son cubiertos de hojarasca por quienes se aprovechan de ese cortocircuito para medrar atizándolo.

Este viernes, la Fundación Cerezales Antonino y Cinia y el Museo de León han celebrado un Encuentro en la encrucijada de la misión de ambas instituciones ofreciendo a comunidades y museos espacio de reflexión acerca de un futuro común. No existen soluciones prodigiosas –los verdaderos problemas no suelen tenerlas– pero tal vez ayuden algo más de confianza, oportunidad, conversación y el aire fresco de otoño.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 20 de octubre de 2024)

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