Diario 2024 (9)

© Ilustración: Avelino Fierro.

Avelino Fierro —autor de entregas agrupadas bajo títulos como “Querido diario”«Calendario»«Desde mi celda», «El cuaderno naranja»«Días de 2021», «Días de 2022» y «Días de 2023»va poniendo fin, con esta entrada y la próxima, a su sección «Diario 2024».

Por AVELINO FIERRO

En el tique de venta de Ropa tendida anoté: En la librería Universitaria, comprando el libro de Óscar García Sierra (estos días he comprado novelas, pago con tarjeta y en lugar de la bolsa de plástico de siempre, llevo una mochila con libros, periódicos y papeles de la oficina. Le digo a Raúl, el librero, que estoy preocupado, que puede que se me esté cambiando el metabolismo). También en este tique escribí “conversación ayer en la calle”. Sucedió así: a la altura del edificio de Tráfico, un hombre de edad mediana que llevaba en una mano unos papeles timbrados y en la otra el teléfono, decía: “No, no, no te preocupes; en una semana me operan y, por el momento no he perdido la empresa”. Cruzaba yo la ciudad por la calle principal, de la Audiencia a los Juzgados; pensé en detenerme y escuchar, para ver de dónde sacaba este hombre su fuerza, de dónde le venía tal entereza, o a quién a toda costa trataba de tranquilizar. No lo hice por respeto a aquella persona, a aquella manifestación de intimidad. Juro que en ese instante recordé a Jonathan Franzen, que en su artículo de 2008 “Sólo llamo para decirte que te quiero”, anotaba: “Hace sólo diez años, en Nueva York (donde vivo) todavía abundaban los espacios públicos mantenidos colectivamente, en los que los ciudadanos demostraban respeto por su comunidad no imponiéndole sus banales vidas de alcoba… Todavía era posible ver el uso de los Nokias como una ostentación o una afectación de gente acaudalada…”.

El caso es que he comprado y estoy leyendo novelas. Quizá lo que me traigo ahora entre manos no lo sea. Ni siquiera lo sabe su autora. ¿Memorias, dietario, libro de viajes, ensayo sobre la literatura y el mundillo literario? Hablo de Los íntimos, de Marta Sanz. Estuve con ella cuando lo presentó, así que me citará dentro de seis o siete años cuando escriba la continuación.

Sé que en Los íntimos aparezco nombrado porque coincidimos hace no mucho dando un pregón. Aquel texto lo he colocado en mi último libro como si se tratara de un prólogo; estoy orgulloso de esos folios, me quedaron guapos, en ellos hago una defensa apasionada de la lectura.

Leo ahora un párrafo de Marta, “No quiero ser la mujer que susurra dentro del hueco de la fresquera. No quiero que el cansancio de mi voz limite mi mirada, que muta en perro parlanchín o en asesino o en recogedora de fresas”.

Y quizá el otro libro que terminé de leer hace unos días, tampoco sea una novela: Ropa de casa, de Ignacio Martínez de Pisón. Porque son memorias literarias o autobiografía. Se trata más bien de lo segundo. De hecho, Ignacio anotó en la dedicatoria: “Para Avelino Fierro, que tendría que escribir su propia autobiografía, a lo mejor no tan distinta de esta”. Le había dado la enhorabuena por su libro y también le había dicho que me había arruinado el mío, mi biografía, mis memorias: hemos vivido la misma época, aunque yo soy un poco mayor que él y no soy de Zaragoza. En el turno de preguntas del público estuve a punto de levantar la mano para decir: “Ignacio, sé de corrido la alineación del Real Zaragoza de los años de gloria. Quería que lo supieras, por si quieres completarla en una segunda edición; aquí sólo has puesto a los delanteros, y eso lo sabe cualquiera: Canario, Santos, Villa, Marcelino y Lapetra”.

Los otros dos libros sí son novelas, metáforas del autoconocimiento –dice un crítico–, relatos escritos para saber quiénes somos, para trazar círculos concéntricos de escritura ficticia en torno a lo que más inquieta, nuestra propia identidad: El mejor del mundo, de Juan Tallón, y Ropa tendida, de Óscar García Sierra.

Con Juan estuvimos comiendo Héctor Escobar y yo en La Taberna de la calle La Rúa. Me empeñé en ir allí y les enseñé una hoja de periódico amarillenta, enmarcada, en la que el titular dice: “El idioma castellano nació en el  municipio de Chozas de Abajo”. Ese es  mi pueblo y de ahí me vendrá esta manía de redactar. Está colocada en un lugar alto, entre carteles de toreros y cofrades, sobre un armario frigorífico en el que están puestos a enfriar los verdejos, godellos y albariños. Algún día que acabemos bastante chumaos le pediré a Vicente, el tasquero, que me deje subir a investigar la fecha del noticiario, el autor, y alguna cosa más, por ver si esa información que me enorgullece es de fiar. Por el momento sólo me había empeñado en invitar y en que uno de los platos fueran las ancas de rana.

Óscar es un jovencito, con dos novelas publicadas en una editorial importante. El amigo Héctor dice de él que es un escritor poligonero. Por eso anteayer llevé a la presentación de su Ropa tendida un poema de Pablo García Casado que está en la antología Quien lo probó lo sabe. 36 poetas para el tercer milenio, que comienza así: “Los polígonos, las áreas comerciales, las oficinas iluminadas. En todas partes el rostro de la angustia, los horarios, y esa puerta que nunca cierra”. Se titula “Sabbat” y lo llevé –impreso en un papel verjurado y de tono apergaminado– porque en él había dibujado un centro comercial en un descampado, con la luna saliendo iluminando los cristales.

Charlamos un rato y le insistí en la importancia de un libro de fotografías que retrata el mundo de sus novelas, el de unas comarcas determinadas y el fin de la industrialización, el fin de la minería del carbón en nuestra tierra. Cecilia Orueta es su autora, quien durante un año, en veinte viajes –acompañada por su amiga Mar Astiárraga– recorrió esos lugares que han desaparecido, así, tan de repente, como el dibujo de un corazón hecho en el vaho de una ventana.

Todo esto viene a cuento porque me siento tan extraño… Y porque sólo leo desde hace tiempo ensayos, poesías, escribo diarios y siempre quise hacer caso a Pla y no leer novelas después de los treinta y cinco años, un síntoma –dice– de primitivismo muy acentuado. Menos mal que he seguido leyendo sobre otros asuntos para no llegar a corromperme: los poemas de Sergio Fernández Salvador, una recopilación de artículos de Foxá, la Ética para tiempos oscuros de Markus Gabriel, los viajes de Martínez Oria,  Zona de divagar de Jordi Doce…

Pero ahí están, van apareciendo otras señales de alarma, aparte de convertirme por unos días en lector de novelas. Ayer no salí por la noche, hoy escudriñé mi rostro durante un buen rato en el espejo. Y estuve pensando en ir al Rastro dominical, cosa que no he hecho en los treinta años que lleva instalado en el Paseo de Papalaguinda. Algo está pasando, quizá eso que digo, se me ha cambiado el metabolismo, o simplemente sucede que me hago mayor, previsible, rutinario, sólito, del montón.

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