Respeto

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Tenían razón quienes lo votaron: Trump no es un político. No tiene nada que ver con el significado y las formas que la política, casi desde Aristóteles, había tenido hasta ahora. No calcula, no mide ni se mide. No utiliza un lenguaje lleno de inflexiones, a menudo equívoco, que suele camuflar obviedades o decir cosa distinta y disimulada de la que esperan los votantes. No respeta las reglas de juego ni a sus adversarios. No es educado. No niega sus errores ni atiende sus compromisos, los ignora o se desmiente a sí mismo sin ningún rubor. Manda y los demás obedecen.

Pero entonces, ¿quién es? ¿A qué modelo de persona responde? Porque tampoco es nada nuevo y quienes se presentan a representar responden siempre a un prototipo en quien creemos reconocer las soluciones que buscamos. Este caso parece sencillo, si han visto cine o leído novela negra se define rápido: Trump responde al tipo mafioso, una mezcla no depurada de extorsionista y capo, que ofrece protección por un módico precio, que da miedo y, a la vez, exhibe los tics cuñadistas pertinentes para parecer simpático a cierta gente y reclamar la sonrisa forzada de sus lacayos. En esos términos y salvadas las distancias, sus bailecitos, el peinado cortinilla o el cutis naranja son el gato y los carrillos de Marlon Brando.

Aseguraban que, al menos, no mentía, pero no. Dice lo que se le ocurre en cada momento, hoy es un pacto y mañana será un duelo, hoy un bombardeo ilegal y mañana una duradera y maravillosa paz. Es capaz de contradecirse en la misma frase porque si alguien le llama la atención es insultado (los medios que lo critican son “escoria”). Para qué discutir con inferiores. Engañó a sus electores, de acuerdo, cuando dijo que no intervendría en guerras externas, pero ¿quién espera que haga algo de lo que prometió? Y, sobre todo ¿quién espera que no haga lo que le da la gana en cada momento y al día siguiente lo contrario?

Si hay que fabricar un teléfono cien por cien estadounidense y no se puede, la americana será “su alma”, aunque las tripas, como en todos, se confeccionen en China. El caso, por supuesto, es venderlos. Con su marca. MAGA, Trump, todo son marcas. Si hay que vender armas estadounidenses, nada mejor que aumentar por capricho el porcentaje exigido a sus vasallos de la OTAN de un día para otro (hace seis meses era menos de la mitad…). “Me tienen que decir que sí”, pensará ufano.

Por ese motivo oponerse a él es, por supuesto, una obligación moral y, por ese motivo, seguramente, Pedro Sánchez esté ganando crédito no sometiéndose al dictado del nuevo capo de la OTAN. Más aún si uno lee los rastreros mensajitos de Rutte y reconoce al típico esbirro de esas pelis y novelas, que le llama “papi” –¿padrino?– y pone mala cara a quien se meta con él. Trump es un chollo para los verdaderos demócratas, la prueba del algodón.

Y también por ese motivo Trump podría llegar a ser un regalo para la democracia. Si no se la carga antes.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 29 de junio de 2025)

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