Por AVELINO FIERRO.— “(…) Seguí andando y llegué a uno de los bares del barrio viejo. Estaba maldormido, casi sin peinar, con la habitual barba de cuatro o cinco días, los pantalones remendados y la chaqueta también vieja, con coderas zurcidas. Un paseante, yo creo que turista, me echó una moneda de cincuenta céntimos. No me molestó, ni mucho menos. (…)”.