El coche que caía

Por SERGIO JORGE

El hombre leía distraídamente el periódico mientras su hijo jugaba con un bonito coche rojo. La mesa del bar, abarrotada de vasos y platos, apenas dejaba hueco al bólido de Rayo McQueen. Aún así, el pequeño se esforzaba por abrirse paso entre los restos de un copioso desayuno. Los cubiertos vibraban a cada paso del veloz juguete, conducido con fiereza por el niño, que cada vez aumentaba más el ruido mientras su padre permanecía enclaustrado en su lectura. Pero, de pronto, el hombre giró la vista y gritó a su hijo: «¡Vas a caer los vasos!»

Los ojos del niño miraron a su padre y mostraron el miedo a una reprimenda mayor. Pero el resto de clientes del bar, incluido el camarero, también se fijó en la escena familiar. Y no lo hicieron por miedo a la rotura de vasos y platos (bueno, el camarero sí temía lo peor), sino por una expresión que chirriaba y que había quedado en el ambiente. ¿Puede alguien caer algo? ¿Incluso aunque se trate de un juguete sólo animado por las portentosas manos de un niño?

El verbo ‘caer’ es, sin ningún tipo de duda, intransitivo. Es decir, describe la acción de la persona o cuerpo que está en movimiento hacia el vacío (en este caso el suelo del bar). Pero no implica nunca la acción del sujeto que ha causado ese movimiento, puesto que entonces sería transitivo. Así que, en todo caso, si el niño causara el destrozo de la vajilla del bar lo único que podría haber hecho es tirar los vasos o platos. Serían ellos los que se caen

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