Ni mula ni buey ni reyes ni nadie que conduzca en el Vaticano

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[Ilustraciones: AlexPlays / Soluciones Creativas]

Por ANTONIO BERMEJO PORTO

El Papa Benedicto XVI acaba de publicar un librito titulado ‘La infancia de Jesús’ que socava la tradición belenística al señalar que en el Evangelio no se habla de animales. En cuanto a los Magos de Oriente, el autor glosa que son una alegoría de la humanidad cristianizada. Para rematar, desde el observatorio del Vaticano y su vasta experiencia como astrónomo clasifica la estrella de Belén dentro de la clase supernova. De las ovejas y los peces que beben en el río no dice nada.

El libro es fruto de escribir con lapicero en la azul noche vaticana. Por supuesto no aporta ni una sola comprobación científica y si San Juan se permitió escribir un evangelio de los hechos de Jesús un siglo después de ocurridos, el Jefe católico entra en la crónica de ambiente navideña como el sucesor de Pedro por su casa.

Esta deslumbrante luz arrojada sobre la materia de Belén confirma el dogma de que María mantuvo su virginidad tras la concepción y aún después del parto, que ya es forzar la nota, como si fuera impuro que El Salvador pasara por su canal de la vida.

La Iglesia Católica tiene estas cosas, como si no fuera ya difícil propagar la fe en un superser invisible y aparentemente pasivo, se inventan lo de la Santísima Trinidad –sin que nadie les hubiera preguntado– la Virginidad de la madre de Dios y el Cuerpo Místico de Cristo, que es una especie de computación en nube.

Hasta no hace mucho la Iglesia se había ido replegando de trinchera en trinchera ante el avance científico, especialmente desde el chasco de lo de Darwin. Cuentan que la esposa del Arzobispo de Canterbury, tras oír una conferencia sobre el origen de las especies, le comentó a su marido: “Querido, si descendemos de los monos, espero que no se entere nadie.” De ese modo iba quedando reducida su cosmogonía monoteísta a los vacíos que le ofrecía la ciencia. Pero con el cuento creacionista del Big Bang –formulado por un cura belga– y lo del diseño inteligente en la evolución –atribuido falsamente a Sarah Palin– vuelven a la carga. No hay quien conduzca en el Vaticano.

Denis Diderot, el famoso enciclopedista francés escribió algo así como que cuando el individuo se enfrenta a las grandes preguntas existenciales –de donde venimos, a donde vamos o a donde nos llevan– bucea en la noche con la tenue luz de su razón, entonces aparece alguien que le anima a extinguir su débil antorcha para así encontrar el camino. Es el creyente.

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