
Tercera entrega del poeta, ensayista y crítico literario uruguayo afincado en México, y que forma parte de un libro en curso –”un libro que escribo cuando me entra una especie de velocidad de ira”–, titulado ‘Prosapiens’. En esta ocasión el autor reflexiona sobre el arte del alejamiento y la cultura de la aproximación…
Por EDUARDO MILÁN
Hay mezcla para rato. Se podría consumir sólo mezcla. Un poema muestra distintos ángulos: es posible una relación de cada ángulo con otros ángulos de otros poemas. Se trata de la aproximación. Un rasgo distintivo ahora general atraviesa el cielo: no es un cometa que nos hará polvo, es la cultura de la aproximación. La cosa artística consistió en su diferencia. Acaso un paréntesis en el siglo XVIII presenta en el mismo arco autonomía del arte y pie de igualdad entre los objetos, objetos de arte y objetos de uso común. Uno de los mejores momentos del siglo revolucionario que, tal vez, no sea el XVIII sino el XIX. Marcel Duchamp fue un revolucionario francés, el ready-made obra de la Comuna, el arte estaba en la calle transformado en lucha detrás de las barricadas. Lo modifica todo. La posibilidad de mezcla, de manipular repertorios, cambió el concepto de arte: el arte del alejamiento, el objeto extraño, “como cuando se apaga el televisor” (Julio Cabrales), sólo existe para parcelas de sensibilidad que ocupan el Pabellón B de la imaginación. Los hijos del “ya hecho” pero no por “encontrado”, la pugna amable, linde siempre, entre la cosa-cosa y la cosa-de-arte. “Ya hecho” en el sentido de que pertenece al pasado, estética perimida, fuera del espacio que distribuye los incipientes huevos de lo nuevo. Lo nuevo, que tiene que ver con el Otro. El Otro, que ya no se desplaza ni llegará. Ya está aquí en fórmula migrante. Asiste ahora al nacimiento de lo nuevo pobre, lo nuevo falto, lo nuevo entreverado. Sobre la cima de la edad –a eso de los sesenta cuando no baja a escasa altura por la presa diaria para los recienvenidos críos– lejos de los barrios residenciales, contra los cerros y ahí entre, en sus grietas, hay otra jerarquía, ahora imaginaria: lo de lo nuevo producido a gran escala mientras duermes, en tu sueño. Ahí, entre las grietas de tu sueño donde el águila no llega, trabajan publicistas del nuevo sueño que dura aproximadamente un año, no más, tres, cuando raro, si se trata del sueño del año. Un sueño del año –el elegido entre meses y meses– se cotiza bien en la bolsa. Bien quiere decir precisamente eso: bien. No más, tampoco menos. El espacio requerido para que la fantasía baile su único vals con su única orquesta, sola, para sí misma. Las orugas siguen ciegas con su vacío sin asomo de alas.
Entregas anteriores:
Prosapiens (1)
Prosapiens (2)