©Fotografía de MURCIEGO.
Por ANTONIO BERMEJO PORTO
Hace muchos años el Gobierno lanzó una campaña para detener los incendios forestales con grandes carteles que rezaban: “Cuando un monte se quema, algo suyo se quema”, a lo que el Perich apostilló: “Señor Conde”. Por la misma época el Ministerio se preguntaba en las vallas publicitarias: “¿Quien quema el monte?” a lo que el gracioso de guardia contestaba con spray: “Los conejos”. Tras muchos años de holocausto veraniego, puesta en órbita de sofisticados satélites, creación de cuerpos especializados y morteradas de pasta en pérdidas, repoblaciones y ayudas a los damnificados, la pregunta sigue en pie: “¿Quien quema el monte ahora que casi nunca es del Conde y los conejos están razonablemente fuera de sospecha?”
La televisión sigue asegurando que entre las causas de los incendios descuellan el tonto del culo de la barbacoa, el panoli de la paella, los vidrios rotos y las colillas tiradas por la ventana del automóvil. Ya es mala suerte que los restos de una botella tomen la forma de una lente que con el diámetro y la distancia focal adecuada sea capaz de concentrar los rayos solares y hacer fuego. Prueben en la terraza con el culo de un botellín y verán. Con las colillas pasa algo parecido, arrojadas a gran velocidad sobre un pavimento incombustible resulta improbable que prendan la cuneta y acaben arrasando el monte.
Como la gran mayoría de los incendios —y siempre los más terribles— son provocados, la siguiente causa investigada es el cabrón del pirómano, pero la piromanía es un trastorno mental que se centra en producir el fuego, observarlo y en algunos casos hacerse el héroe llegando el primero a extinguirlo, lo que tampoco concuerda con esos desastres con cinco focos desplegados por conocedores del terreno concertados para sincronizar el encendido e inmediatamente esfumarse del lugar.
Aquí, en Camelot, pensamos que el Reino no está plagado de organizaciones de piraos que se conforman contemplando su obra en las fugaces imágenes de la televisión. Lo que hay son incendiarios cuya conducta deriva de intereses económicos —en Italia lo llaman ecomafia— cuestión por la que los medios de comunicación pasan de puntillas y los organismos oficiales parecen tener poco o ningún interés en investigar.
El Derecho Administrativo intenta atajar el interés de lucro con sanciones de hasta un millón y restricciones reguladoras sobre el terreno afectado durante al menos 30 años. Los jueces pueden, asimismo, acordar que se limiten o supriman las actividades en las zonas afectadas por el incendio, así como la intervención administrativa de la madera quemada. Pero después viene la Administración autonómica —por ejemplo la valenciana— establece excepciones a la norma y cambia la calificación de los terrenos.
Y con tantos millones de parados, a los pastos, las papeleras, las urbanizaciones y las subvenciones se suma el autoempleo. En Sicilia un gran número de paisanos y paisanas en invierno trabajan repoblando y en verano de bomberos. Como en el chiste del sepulturero: “Yo no le deseo mal a nadie, pero a mí que no me falte el trabajo”.
