Por VÍCTOR M. DÍEZ
Oigo en la radio a un dietista explicando que, en los yogures, los grupos de bacterias se comportan buscando un equilibrio entre las que acidulan (ácido láctico) y las que endulzan (fermentación de la lactosa o azúcar de la leche). Esa armonía funciona, continúa el dietista, como Chicago años 30: cuando se rompe el equilibrio comienza la guerra de bandos, se desata la violencia y reina el caos.
Madurando (fermentando, mejor) la idea, vino en mi ayuda el ministro Cañete al decir que él comía yogures caducados y que discutía con sus hijos por ello. «¡Con lo que se ha comido aquí!», suelta en su tono jadeante Cañete. Y te imaginas a sus hijos acojonados, pensando que, a malas, igual se los come a ellos. E imagino, también, a los yogures caducados con su guerra interior desatada por desequilibrios entre bandas, temblando ante las fauces del voraz ministro.
Unas cosas me llevaron a otras. De Chicago a mi nevera y de la fecha de caducidad a los grandes partidos del país. El partido gobernante como un organismo descompuesto por un yogur de “mango” en malas condiciones. Guerra de bandas. El tesorero Bárcenas a quien nadie parece conocer ahora, la gürtel como música de fondo, los sobres de “manteca” que volaban como azucarillos en Génova, la voladura controlada de las informaciones del diario El Mundo, los de enfrente haciendo “tostas, tostitas”, la recién retirada de la política Esperanza Aguirre, desenganchándose, pidiendo regeneración… ¡Qué miedo!
En fin, la democracia toda enanizada, entre la “fecha de caducidad” y el “consumo preferente”, gran debate. Esta semana evitaré el vial de los lácteos en el súper.
