
Nueva entrega del poeta, ensayista y crítico literario uruguayo afincado en México, y que forma parte de un libro en curso –”un libro que escribo cuando me entra una especie de velocidad de ira”–, titulado ‘Prosapiens’.
Por EDUARDO MILÁN
Lo que se ofrece delante es devorado. Es ley. Lo otro escapa por las comisuras de los labios. Los rituales de devoración eran obra de las tribus primitivas que se cambiaban de máscara. Fueron consigna de los grandes grupos de corte abrupto, allí donde no se puede seguir con esa melaza sentimental donde cualquier lágrima mulata o aria es elevada a categoría cósmica. Si todo vale mi corazón es tuyo y si me dejas me mato. Y la forma resiente, la forma se ablanda en consistencia no sólo en temperatura para el paladar. Lo que va bajando por la garganta se cruza con el canto que tiende a subir, a hervir sus formas en el magma, allí. En las noches de luna que se muestra –no mucho, no demasiado–, en estas épocas convulsas tiende a subir el canto y desbordarse. Un hervidero así confunde: negros de algodón, blancos de luz crema excepcionalmente opaca. Antes, las sirenas de la duda nos miraban con ojos que antes de abrir la boca decían una cosa y otra muy distinta cuando la boca hacía el entronque con el bolo de canto aparecido. Bajo los ojos la boca construía la forma. Hoy no hay pájaro. Nada contra el animal. Simplemente, hoy no hay pájaro. En cambio, en las noches de cenas neoliberales los comensales de esta tierra se jactan de ser los depositarios del progreso y en países como estos se insiste en que la acumulación favorece el empleo y limpia el déficit hacendario –las patitas de mosca parada sobre el déficit hacendario. Pueden fumar, ahí pueden fumar. Fueron armando un orden muy preciso bajo un imperativo categórico: eficacia, situado a poca distancia del que le es contiguo: beneficio. Eficacia y beneficio parados en la puerta como figuras activas de la nueva hospitalidad. Después de seguir la escalera de caracol –así se ve desde el helicóptero– que atraviesa dos fuentes y una jaula donde caben dos sirenas, uno está frente a la puerta. Una amiga cruzó la frontera para casarse con un empresario norteamericano. A principios de 2003 volvieron a visitar a sus padres. “Vamos por nuestro petróleo”, dijo ella. A los pocos días Bush, Blair y Aznar, en orden no alfabético, entraron en Irak. El sexo confunde la noción de propiedad. “Toda actuación erótica tiene como principio una destrucción de la estructura del ser cerrado”, dice Bataille. Pero allí, entre las sábanas, bajo el techo con espejo, sobre las plumas y la piel con esa seda que no deja imaginar las pezuñas del camello hundiéndose en la arena un poco arriba de la frontera con China, la mexicana hizo suyo el crudo al menos en lenguaje. El lenguaje iguala. El gran problema es que el lenguaje iguala. Y a la gente no le gusta que les cambien la jugada: si esto es para esto, por qué usarlo para esto otro. Es lógico que lo que fueron armando sin ninguna consideración cierre sus armas sobre su cuello. Hay nuevos comensales con esqueletos de pájaro como espinas clavadas en la garganta. El ser humano avanza comparando escrúpulos. Si la clase dominante hace lo que quiere conmigo, contigo y con él —no directamente, hay agentes, no de frente, hay mediaciones: la función del Estado rescatando a la banca como arcones en el fondo del Caribe, perlas & collares, fue un ritual de profundo desvelamiento –algunos tenían algas enredadas–: el cinismo tiene los ojos imantados de una muerte que sólo recuerda las miradas que venían de las rocas cuando iba pasando el barco, antes de cantar— el lenguaje también hace lo que quiere. ¿Por qué esperar a ser fulminados por una banda transnacional de gatilleros? ¿Por qué no alinearlos uno a uno contra la pared de la incomunicación?