Querido diario (27)

© Ilustración de Avelino Fierro.
© Ilustración de Avelino Fierro.

«Estamos en Espinareda de Vega, para pasar tres días toda la pandilla en la casa más alta de la zona, con Yuma y Teje, y ver las estrellas por San Lorenzo. Todo, de momento, es reposado y tranquilo…»

Por AVELINO FIERRO

Cuando vimos bajar del coche a nuestros compañeros de ruta, a Jabuto se le encresparon las cejas y empezó con ese carraspeo suyo de los momentos nerviosos; también le oí un canturreo bajo, una cancioncilla irreconocible, la banda sonora de los imprevistos. Yo le dije: “Todavía estamos a tiempo de ahuecar. Podemos decir que se nos acaba de poner malo un sobrino nieto”. Se acercaban los que luego conoceríamos por su nombre: Soraya, Iván y Sandra “la cofiñaleja”. Detrás, con una sonrisa maliciosa, nuestra amiga Camino, antigua campeona nacional de lo suyo y a la que yo pido, cuando nos vemos los primeros jueves de cada mes, que me abrace flojo.

Todos traían esa indumentaria de mucho colorín de los marchadores: viseras de marca y gafas polarizadas y fotocromáticas pegadas a los ojos, camisetas térmicas con tecnología ThermoCool, pantalones cortos con costuras Flatlock, zapatillas con exterior de serraje hidrofugado y suela Vibram, mochilitas con bolsillo de hidratación…

Los músculos perfilados, perfectos, se les notaban hasta en el lóbulo de las orejas; salvo nuestra amiga, ninguno pasaba de los treinta. Yo metí barriga y agarré fuerte la cacha y el gollete de la bota de vino; con una zapatilla pisé, para esconderlo, el extremo de los cordones de la otra, que están desde hace tiempo sin conteras, espelujados. Nos presentamos y percibí en sus gestos brisas azules, murmullos claros, un tono menor y honesto: no venían a hacer sangre.

Julio y Cecilia se retrasaban: habían tenido el habitual accidente casero. El pueblo no tenía bar.

Comenzamos a andar una hora después de lo previsto. El chico traía un mapa de confección propia de las rutas de la zona, en el que había dejado sin marcar algunos tramos: “Eso será la aventura”, decía, y yo apretaba aún más el gollete en un gesto instintivo de superviviente. En los primeros repechos “el tal Iván”, que Camino el día antes nos había anunciado como el organizador del trayecto, empezaba a ser “el talibán”. Iba contando alegres anécdotas de su pasado reciente de ciclista profesional, brincaba y nos avisaba de los alambres de espino caídos en las fincas de ganado abandonadas.

Decidieron no seguir la Ruta de las Biescas y fuimos hacia los Puertos de Linares. “Hay que coronar”, decían las chicas, mientras Julio quería poner otro ritmo contando historias del maquis o señalando la Senda de los Frailes.

En Viaje a pie, Josep Pla recomienda para soslayar el polvo de las carreteras, viajar por los senderos. Senderos que a veces serpentean por los pinares oscuros y solitarios y otras veces transcurren entre arboledas manchadas de sol y ligeras sombras. Pero estos senderos de montaña se están cerrando. “Si hay un incendio –habla Iván–, le dirán al de la motobomba ‘sube, sube por allí, que hay un sendero’, pero ya no lo encontrará porque no existe, porque las escobas y piornos han crecido y lo han escondido o lo hacen impracticable”.

“Hay que coronar”, decían las chicas. Y llegamos casi a la par a la cima de aquel picacho para ver las crestas de la montaña oriental y las cumbres de Picos, todavía con bastante nieve este principio de agosto. Corría algo de viento y el sudor se volvía frescor, vida y dulzura, esperanza nuestra. De repente, se oyó un crujir de viento y batir de alas e, indiferentes, pasaron a nuestra altura, muy cerca, tres buitres majestuosos.

Eran cerca de las dos de la tarde. El viento suave cesaba, pero antes había arrastrado, pastoreándolas como a ovejas mansas, las últimas nubes, y había disuelto la neblina del velo azul del horizonte. Todo era ahora nítido. Empezó a hacer calor. Brillaban las gafas y los omóplatos de nuestras mujeres, cuyas pieles seguían tersas –y así acabarían– e inmunes a alteraciones o enrojecimientos, como si la luz para esos cuerpos fuera distinta, menos dañina, o resbalase sobre una carrocería con aceites, parafinas o preparados de alta gama.

Algunos decidimos comer allí mismo, en aquella roca pelada que marcaba la cota más alta de la zona. Aparecieron las hogazas, el chorizo y el queso, las latas de mejillones y dos botellas de vino. Los jóvenes masticaron no sé qué frutos liofilizados y se hidrataron levemente, como se acaricia con un vaporizador una delicada planta de interior.

Con ello desoíamos a otro de los clásicos de las caminatas, William Hazlitt, que en Ir de viaje, además de recomendar, igual que Pla, el viaje en solitario (“buscando ese silencio sereno del corazón que es la única elocuencia perfecta”) y a pie (“nada de sillas de posta o tilbury”), prohíbe mentar las viandas hasta que no nos vayamos acercando a nuestra posada por la noche. Aunque bien es cierto que es el único tema de conversación que admite con algún ocasional compañero de caminos, porque es agradable, dice, y cada milla de carretera intensifica el sabor. Describe así alguno de esos momentos memorables: “huevos y unas lonchas de jamón y conejo cubierto de cebollas”; “mantenerse uncido al universo solo por un plato de mollejas”; “el diez de abril de 1798 me senté a leer un volumen de La Nueva Heloísa, en la posada de Llangollen, junto a una botella de jerez y un pollo frío”…

En ese momento, la algarabía de los marchadores domingueros en el peñasco-comedor debía de llegar al Espigüete. Fumamos y desde algún doble fondo surgió una petaquita con un whisky añejo. Todo fue un error: cuando nos levantamos para recorrer la otra mitad de la ruta, aunque todo sería descender hacia Pallide, la sangre estaba en el estómago y en la cabeza, había desaparecido de las piernas y los pulmones parecían necesitar de una recarga como el circuito del aire acondicionado de los automóviles. A ratos desandábamos un trecho –otra vez cuesta arriba– y ayudábamos a recomponer los cordajes para sujetar la suela de una bota de Cecilia que se había abierto mostrando sus fauces enormes cumpliendo con algún rito de obsolescencia programada.

Sólo íbamos a encontrar ya una pequeña zona de sombra entre las paredes de unas hoces por las que corría el agua de las nieves tardías. Alguien había señalado un acebal, el nombre de un pequeño pico, un chozo, un ejemplar de águila calzada… Pero atendíamos a nada, al latido de las sienes, al sudor que de vez en cuando desbordaba las cejas y nos cegaba con un picor malsano, a los labios resecos y la garganta ardiente porque –no busquemos culpables– alguien había calculado mal el agua.

Tras una majada y una exigua chopera nos encontramos de golpe con el valle, que se abría amplísimo, con pequeñas lomas y algunos prados, ya segados, a los lados. Sandrina reculó unos metros para informarnos de que Jabu parecía haberse vuelto loco y repetía y repetía “agua con gas, limón y una piedra de hielo y, después,  café, puro y chupito”, y que había adelantado el paso, iniciando un trotecillo cochiquero, la marcha inconstante del exhausto. Yo mantuve el ritmo entre Camino y Soraya, no me preguntéis cómo. Los últimos kilómetros, sobre un camino pedregoso y polvoriento, fueron malos, porque nunca acabábamos de llegar; lo inminente parecía burlarse de nosotros, moverse en sentido contrario.

Cuando alcanzamos el pueblo, el bar estaba cerrado. Un vecino, desde la hamaca en el huerto, nos dijo que habían dado algunas comidas a albañiles que retejaban casas por la zona y que los martes no abrían por la tarde. Encontramos a Jabuto en la plaza,  tirado en el suelo, a la sombra del pilón que hay frente a la iglesia, no sabemos si soñando o muriéndose.

Todo esto lo tuvimos muy en cuenta cuando a la semana siguiente subimos desde Villaverde de la Cuerna hasta los puertos donde José Ángel tiene las yeguas en verano. Al fondo se veía, con prados encharcados y brillando como un espejo, el valle de Yllarga.

Y hoy, cuando hace unos instantes acabo de escribir un par de frases para embocar este diario tan modesto, tan provinciano (¿qué pensará el amigo Andy Symington, al que le dije “escribiré un capítulo sobre viajes”, que acaba de regresar del norte de Canadá y vuelve en unos días a Australia?), estamos en Espinareda de Vega, para pasar tres días toda la pandilla en la casa más alta de la zona, con Yuma y Teje, y ver las estrellas por San Lorenzo. Todo, de momento, es reposado y tranquilo: son las ocho de la tarde, ya no hace tanto calor, nos queda hora y media de luz y estamos saliendo para la pequeña ruta de los castaños centenarios –barloventeando, como hacía Pla– por la linde de los cerezos.

11 Comments

  1. Me encanta!!… lo leo y …me veo en la montaña leonesa con amigos … Enhorabuena por saber captar asi de bien la esencia de los momentos!!!

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  2. Soy la tercera en decir Megusta!
    Intentaré desde hoy y hasta el viernes traer a Pla para que me deje palabras y describir la luna de agosto en las colinas de la armuña

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  3. Avelino, creo que el mensaje anterior es de Sendo, que siempre firma como Avelino (pensando, digo yo, que a ti va dirigido) y luego pone su nombre al final. Esta vez no ha puesto Sendo al final, pero intuyo que es suyo, aunque firme como Avelino…

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  4. Javier Cardo

    Avelino for president! El mejor escritor vivo del continente, cuyo talento solo eclipsa su sobrenatural habilidad para la plástica. Gracias por existir.

    Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.

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  5. javiercardo.wordpress.com es una página que hay que visitar si uno desea conocer lo que son diseños, logos, nombres comerciales, tipografías e ideas publicitarias para implantar o relanzar un negocio (bar, cafetería, chigre, tasca, garito, restaurante, viveros, fábrica de halógenos, muebles, cabeceras de periódico, ascensores y palas hidráulicas, discotecas, sostenes de señora y guantes de piel, ortopedia en general, portadas de libros – para mí hizo una maravillosa después de decirme , en la calle y a la cara, que las que yo había dibujado eran horribles-, matrimonios que van mal…), aprender el oficio (¡dios mío, cuánto diseñador y dibujante anda suelto!) o, simplemente, disfrutar de las cosas bien hechas.
    Está a sueldo de un servidor. O sería más correcto decir que soy su agente.Y, hasta finales de septiembre, los encargos que se quieran hacer llegar a través de esta página tendrán un descuento del 30%.

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  6. Gracias Avelino porque me has descubierto un mundo. Yo soy de los que pasé de la boutique de Continente, hoy Carrefour, a Decathlon. Aunque aquí aún no me hallo. Trato de comprar unas zapatillas, las contemplo, las miro, están hechas para running ¿Las podré utilizar yo? ¿Lo que yo pretendo hacer se asemejará al running? Más adelante encuentro calzado para senderismo. Este es el mío¡¡¡¡ Pero no siempre voy por sendas ¿Tendrá Goretex? Llego a la sección de «calzado para andar». Me maravilla. Siempre creí que todo el calzado era para eso. Pienso. Me doy cuenta de que no. Descubro varios pasillos más y todos contienen más y más zapatillas. Al final, voy a la sección de gorras. No son muy caras. Me compro una, por hacerles algo de gasto. Volveré a Carrefour que antes se llamaba Continente.

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