
El andaluz presenta en su nuevo disco su aspecto más “guitarrero” aunque siempre manteniendo su característico estilo.
Por KEPA ARBIZU
Cantautor es un término que suele ser problemático. No lo es tanto por su definición estricta, aquel que interpreta sus propias canciones, sino más bien por el significado que se le ha adjudicado en nuestras fronteras, consecuencia de los referentes más cercanos aplicados a dicha etiqueta. Dicho lo cual, hay músicos, como Carlos Chaouen, que perfectamente pueden ser calificados con dicho adjetivo pero que para nada entran en los parámetros comúnmente asociados a él (aburrimiento, languidez, ñoñería…).
Las peculiaridades del músico gaditanos son varias. Por un lado está su manera de afrontar las historias que cuenta, que mantiene un pie en lo poético-íntimo y otro en lo más crudo y/o callejero, produciendo una atractiva mezcla. Además de eso, musicalmente tiene una evidente influencia del rock, un ramalazo que desde siempre en su carrera en solitario ha estado muy presente y que le permite remarcar todavía más esa singularidad.
Precisamente en su nuevo disco, “En la frontera”, esa parte “rockera” se va a hacer más presente todavía, tomando un protagonismo como en ninguno de sus álbumes hasta la fecha había tomado. Una situación en la que hay que buscar como otro de los “culpables” a Quike Romero, que hace las veces de coproductor, con el propio Chaouen, y de encargado de las guitarras.
Ya desde el comienzo del trabajo, con la canción “Habitante de la luna”, y tras una breve introducción “atmosférica”, observamos que los riffs que van a dirigir su contenido son potentes y afilados, y aunque se adhieren al más que reconocible estilo del intérprete, esa forma de cantar entre dejada y recitativa pero con mucha emotividad, el tono de prácticamente hard-rock que se observa es evidente. Algo que todavía será más notorio en un tema como “La Nena”, donde el sonido que reproduce podría transportarnos hasta cualquiera de esos grupos de los años setenta que mezclaban esa sonoridad con el blues, y que con la llegada del estribillo deriva en un ritmo más trotón al más puro rock urbano. Con estos mimbres no es de extrañar que una de las colaboraciones elegidas sea la de “Sherpa”, mítico integrante del grupo Barón Rojo y que acaba por aportar en “Quiero vivir” un deje heavy bajo unas influencias folkie-piscodélicas que nos llevan a pensar en Led Zeppelin.
Pero no van a ser estas las únicas pautas que maneje el disco. La idea de acercarse a un sonido más rock se va a hacer también desde otras perspectivas, y en temas como “Los jugadores” o “No soy el único”, muy destacables las melodías que consigue crear, dejan paso a un sonido más americano y clásico, que no es exagerado decir que nos puede llegar a recordar al Quique González más impetuoso, incuso se pueden encontrar en su forma de cantar algunos puntos en común. Abriendo todavía más el espectro estilístico está “Tragaluz”, en la que interviene Andreas Lutz de O’ Funk’illo y que se va por derroteros más funkys, mientras que “Bienvenida soledad (El sol en ti)” opta por los registros de blues, añadiendo el saxofón a la ecuación. Hasta en los momentos más acústicos, y en los que opta por construcciones sonoras en las que deja salir su lado más emotivo, sigue palpitando un deje rockero, como se puede apreciar en “Cartón en la hierba” o en el tema que da nombre al disco.
“En la frontera” es un disco algo diferente pero realmente muy fácil de encuadrar en el estilo particular de Carlos Chaouen. Su opción simplemente ha sido la de dar más presencia a ese lado, omnipresente en su discografía, más guitarrero. El andaluz siempre ha sabido navegar entre esa sensibilidad y una más íntima, lo que le ha hecho mantener seguidores provenientes de diferentes terrenos, y aunque esta vez se haya inclinado más por una de ellas, no debería de preocupar a nadie, al contrario, porque su propuesta sigue llevando su personal y atractivo sello.
El mejor disco de Chaouen….sin duda
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Real y sin artificios….música
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