¿Hay alguien ahí?

Cartel del primer Congreso de Artes Escénicas de Castilla y León, celebrado en 2001.
Cartel del primer Congreso de Artes Escénicas de Castilla y León, celebrado en 2001.

La codirectora de Teatro Dran plantea la necesidad, en Castilla y León, de una nueva organización de agentes relacionados con las artes escénicas —al margen de ARTESA y de la Unión de Actores— que, bajo nuevos supuestos, contemple la problemática escénica actual en su conjunto. «Hace años se realizaban congresos y, aunque no se llegase a muchas soluciones, al menos se hablaba, la profesión se veía las caras. Toda. Incluso la que no pertenecía a una u otra asociación. ¿Sería factible eso ahora?», cuestiona.

Por RUTH RIVERA

Ahora que se está asentando un discurso de mayor participación de la sociedad civil y los colectivos profesionales en las decisiones políticas… Ahora que parece producirse una apertura de las instituciones de la mano del cambio en ayuntamientos y comunidades autónomas –si bien, en Castilla y León seguimos como hace 30 años, con el gobierno popular de una Junta que nunca se ha interesado por hacer política cultural … Ahora que se habla de sumar fuerzas y realizar procesos de confluencia entre partidos, movimientos sociales y aportaciones individuales que mitiguen nuestra mutilada y siempre restrictiva democracia representativa… ¿qué papel están jugando los profesionales de las artes escénicas en este proceso? ¿Qué reivindicaciones históricas o nuevas están planteando? ¿Para lograr qué objetivos?

Me consta que en diferentes ciudades de la Comunidad hay personas muy válidas participando en los métodos de configuración de programas políticos que atañen a la cultura. Y también que en algunas formaciones hay voluntad de escucha, cosa que ya es en sí una novedad de agradecer, como ha sucedido en Valladolid Toma la Palabra o en Ganemos Palencia, donde era posible para cualquiera asistir a las reuniones, realizar propuestas, debatir y votar sobre las prioridades de la política cultural municipal.

Pero también pienso que eso no es suficiente. Soy la primera que reconoce no tener el tiempo ni las energías necesarias para implicarme más directamente en estos procesos apasionantes (aún no he aprendido a no comer). Y también soy consciente de que la ausencia de colectivos escénicos que puedan defender la renovación o, mejor dicho, la creación de políticas culturales es, en parte, responsabilidad mía y del resto de los profesionales de las artes escénicas que nos encontramos en tierra de nadie.

En Castilla y León existe ya ARTESA, que integra a un porcentaje de empresas con características diferentes, pero cuya realidad y objetivos distan mucho de representar la situación de una gran parte de los artistas de la Comunidad. Estoy segura de que muchas de sus actuaciones responden a la necesidad de sobrevivir en un panorama cambiante y ausente de interés por la cultura en el que solo ellos existen como interlocutores válidos ante la administración. Y que muchos de sus componentes se debaten entre seguir peleando o abandonar en una situación desesperada.

Pero, lamentablemente, la realidad por la que pelean no se parece a otras realidades que me quedan más cerca: la emigración masiva de intérpretes de todas las disciplinas artísticas –con el agravante de tener una titulación superior que depende de la Junta de Castilla y León–, la dificultad para la creación de compañías, la mayoría de las que subsisten nacieron entre los años 80-90 y la década pasada; apenas existen compañías nuevas capaces de mantener su actividad, la imposibilidad de acceso a la programación estable o a la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo de las nuevas propuestas… Puede que sean conscientes de estos problemas, pero no son exactamente los suyos y por ello, se centran en otro tipo de situaciones.

También existe una Unión de Actores de Castilla y León, de la que he formado parte hasta hace poco, y en la que el número de afiliados contrasta con su implicación ya que, como es tradicional en la mayoría de los colectivos, el trabajo real lo llevan sobre sus espaldas tres o cuatro personas. En estas condiciones es difícil lograr una cohesión de reivindicaciones y análisis de la profesión.

El problema es: por un lado, no comparto la dirección discursiva de, por ejemplo, ARTESA, aunque me parece absolutamente respetable, por supuesto. Pero, en términos quincemeros: “no me representan” –además de que no me aceptarían, dados los requisitos de entrada–; por otro, y ya que mi subsistencia y mi estómago me indican a diario las prioridades, debo dedicar mi tiempo a cubrirlas e intento hacerlo, como decía Ricardo Vicente, uno de los más grandes actores y directores que ha tenido esta Comunidad, “siendo camarero antes que prostituirme en el teatro”. Claro que esto no siempre es posible y a veces hay que aceptar trabajos que nada tienen que ver con el arte y sí con el turismo, el consumo o el ocio.

Aunque hablo en primera persona del singular, esta realidad es compartida: la cantidad de intérpretes y compañías sin trabajo, que deben dedicarse a otra profesión o emigrar y no por decisión propia, es alarmante. Y lo peor es que no estamos organizados.

Hace años se realizaban congresos en los que, al menos, los distintos agentes podían exponer su visión del mundo o sus problemas, aunque no se llegase a muchas soluciones. Pero al menos se hablaba, la profesión se veía las caras. Toda. Incluso la que no pertenecía a una u otra asociación. ¿Sería factible eso ahora? ¿Hay alguna posibilidad de mirarnos a la cara y decirnos lo que pensamos de nuestra realidad y la del otro, pertenezcamos o no a asociaciones reconocidas? ¿Seríamos capaces de buscar soluciones colectivas? ¿O esto es imposible y, por el contrario, es necesaria la organización de los que nos situamos fuera de los interlocutores válidos para hacer visible nuestra realidad?

Lo que está claro es que, si seguimos así, estaremos en la mejor de las posiciones para que nada cambie. Me consta que hay mucha gente en la “periferia” que comparte la idea de la organización, a pesar del miedo que produce y de las dificultades que entraña. Una organización bajo nuevos supuestos que contemplen la problemática escénica actual en su conjunto. Reconozco que yo misma sería incapaz ahora de iniciar un camino semejante… pero quizá haya que ir pensándolo colectivamente para así poder intervenir en las decisiones políticas que en definitiva, van a determinar nuestro día a día.

Porque, de lo contrario, seguiremos en una posición aislada, quejándonos en el sofá o, como mucho, participando de forma individual en los procesos de cambio y contradiciendo, así, su misma esencia: la fuerza consiste en la suma de voluntades diversas, no en el liderazgo personalista ni en las propuestas particulares, por muy acertadas que estas puedan ser.

No pretendo ser polémica porque sí, sencillamente me angustia una pregunta desde hace tiempo, una pregunta que tiene que ver con todo lo anterior y cuya respuesta puede ser el primer paso para comprobar que no me estoy volviendo loca con mis propias conjeturas, el primer paso para saber que no estoy sola. Y si la respuesta es negativa, al menos, sabré que sí lo estoy.

La pregunta es muy sencilla: ¿Hay alguien ahí?

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*Ruth Rivera es codirectora de Teatro Dran.

2 Comments

  1. Por supuesto estoy, estamos. Pero una puntualizacion tenemos que dejar de apoyar un sindicato vertical. Eso lo primero porque continuar con esas malas formas, en absoluto sindicales, no hay manera, ok?

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