
El escritor Rubén Lardín (Barcelona, 1972) estará este viernes 5 de julio en Factor Espacio San Feliz (junto a la estación de FEVE de San Feliz de Torío) para presentar su última novela, Las ocasiones (Fulgencio Pimentel, 2024). Será a las 20:30 horas (entrada libre) y actuará como presentador el escritor leonés Alberto R. Torices, autor a su vez de la entrevista que reproducimos bajo estas líneas.

Entrevista / RUBÉN LARDÍN
«Es nuestra responsabilidad presentar resistencia a lo que somos»
Por ALBERTO R. TORICES
Rubén Lardín (Barcelona, 1972) regresa a León con su último libro, Las ocasiones (Fulgencio Pimentel), una nueva entrega de su escritura fecunda y entrañable, revulsiva, lúcida, sensual. La prosa de Lardín es mesa llena y bodega de amotinado, vergel rumoroso y bomba atómica. Ciudad caminada, cuerpo deseado, festival de la lectura. Son los suyos libros hechos con amor y nitroglicerina, y son interminables porque al término de cada página quiere uno volver a montarse. ‘La ocasión’ nos lleva a echar cuentas y vemos que han volado casi veinte años desde que descubrimos Imbécil y desnudo, aquel blog que ensartaba besos, mandobles y revelaciones que nos abrieron la cabeza y nos demostraron que la literatura bien podía ser una muy otra cosa. Nosotros hemos cambiado, él no. Nos declaramos devotos y esforzados escuderos de este Quijano desgarbado y posmoderno a cuyo paso reviven las flores tan marchitas de la realidad.
Las ocasiones da continuidad a tu escritura más íntima o personal, recogida en libros como La hora atómica (2017) o Imbécil y desnudo (2008). ¿Se podría decir que estás escribiendo siempre el mismo libro?
Seguramente. No tengo otro. La única intención, cuando escribo, es la propia operación de la escritura, lo cual conlleva algún afán de belleza y verdad, claro, pero tampoco mucho más.
En tu escritura es frecuente la crítica de ‘usos y costumbres’, de la moral y los gustos dominantes. ¿Te sientes azote del hombre moderno, de sus ruindades y su servilismo?
Es un tema de temperamento. El temperamento es irresoluble. No me gusto como moralista aunque me gustan, y mucho, muchos autores moralistas. En cualquier caso, ese azote del que hablas es también un fustigarse, una manera de permanecer alerta ante las propias derivas. Me interesa la literatura de la voz, y la voz, para ser voz, debe brotar desde alguna disidencia. Otra cosa es ruido y mediocridad.
¿Te consideras heredero de una tradición literaria? ¿Qué autores han nutrido tu escritura?
Puedo reconocer afines, pero poco más. Tampoco tengo bagaje para saberlo. Umbral, Lovecraft, Cortázar o Bataille fueron impactos muy fuertes en mi juventud. Me dieron a ver que la literatura podía ser tan audaz como los tebeos, tan capaz de la imagen, del símbolo y de la revelación. Algunos de esos autores permanecen. Lovecraft va a estar siempre ahí, por ejemplo. Luego vinieron otros, pero en realidad me miro siempre en lugares que no son la literatura. A la hora de escribir puedo sentirme más próximo a Georges Kuchar, por ejemplo, a su enfoque a la hora de hacer películas, que a un señor con barba y responsabilidad.
Algunas de las páginas más bellas de Las ocasiones son evocaciones de personas y experiencias de tu pasado, de personas a las que has amado. ¿Dirías que tu escritura se ha teñido de nostalgia?
Será que me hago viejo, pero no creo ser especialmente nostálgico. Entiendo mejor los paisajes de la melancolía, que viene a ser una nostalgia sin sujeto, antes que la nostalgia en sí. Nostálgico no puedo ser, además, porque nunca he perdido nada. En mí todo es ganancia. Para un escritor todo es ganancia. La vida es un milagro, eso dicen, así que cualquier traza de nostalgia en lo que escribo no sería más que celebración y un asombro reiterado.

En tu escritura hay una sostenida contestación del mundo adulto. Tu mirada y tu voz son las de una suerte de Peter Pan que se niega a «crecer» si crecer consiste en convertirse en lo que nos convertimos los adultos… ¿En qué nos convertimos los adultos?
Insistir en esto es una niñería, pero hay que seguir haciéndolo: la vida adulta es el infierno. Es un destrozo, una pena y una calamidad. Ingresar al mundo adulto es sinónimo, en la mayoría de los casos, de contemporizar, de abandonar en la puerta un ideal del mundo y de olvidar para siempre un montón de capacidades. El deterioro que se da en la mirada, por ejemplo, es descorazonador. Como adultos, es nuestra responsabilidad presentar resistencia a lo que somos.
En tu escritura se percibe una relación muy estrecha con las palabras, con sus formas, su arquitectura, su sonoridad… La experiencia, la acción de escribir, ¿es siempre gozosa para ti?
Trato de emocionarme. Decía Josep Pla que él nunca se había emocionado escribiendo, que nunca jamás había escrito una sola línea sin haberla pensado antes. Yo eso no lo comprendo. Yo estoy al servicio de mi inconsciente, es mi coto de caza, ahí me siento a pescar. Trato de que algo aflore del inconsciente directo a la página, sin pasar por el tamiz de la razón que podría deteriorarlo. Que emerja algo que no sea uno mismo. Aprecio también cierto sacrificio, hay un aspecto deportivo en la escritura, o tal vez sería más apropiado hablar de sadomasoquismo. Pero sí, escribir es una condena muy grata, la sarna con gusto que dicen.
En Las ocasiones leemos: «Corre una época sin causas, alimentada solo de ignorancia y miedo que unos y otros entregan como combustible a los fascismos. ¡Lo creen su insurrección, estos idiotas!». La ignorancia y el miedo ¿son constantes históricas insuperables, son elementos inevitables en nuestra naturaleza?
La ignorancia y el miedo son el tándem perfecto para el depredador. Para atenuar el miedo se abrazan delirios, y en esas estamos. Yo no sigo la actualidad internacional ni estoy capacitado para entender sus mimbres, pero supongo que cualquier autor ha de verse atravesado por su época. Percibo en mí algunas convicciones, llámalo principios, a los que traiciono reiteradamente, pero en los que sigo creyendo. Alguien decía que lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano… Escribe uno también desde la vanidad de cambiar el mundo, ¿no? ¿Quién no querría cambiar el mundo? A quien le gusta el mundo como está, tal vez es que no le gusta el mundo. Pero le resulta rentable así. Estos temas me ponen muy triste. Hablemos de amor.
El amor es otro elemento recurrente en Las ocasiones. Las relaciones de pareja, el deseo, el sexo. ¿La escritura aporta algo de clarividencia a materias tan oscuras? ¿Es un consuelo a tanta frustración?
Las ocasiones es un libro de amor, así al menos se me representa cuando alguien me pregunta de qué va aquello. Es la dicha de vivir, el interrogante, la repetición. El amor y el sexo son bastante intercambiables para mí. Ambos son lugares en los que extinguirse. Asuntos volcánicos y capaces de neutralizar nuestra voluntad. La pasión es lo más importante, eso lo sabíamos. El amor hace la vida aceptable, la honra. El sexo es un asunto fotogénico y privado a la vez, oculto y solar, un enigma. En fin, no sé qué digo. Para mí, escribir el sexo es retribuirle el misterio que un día le intuí, que me hizo descubrirlo, un plantar cara a la mecánica en que puede convertirse si no se atiende.
Eres un escritor muy «urbano», atento al pulso de la ciudad (de la gran ciudad), a su atmósfera, sus ruidos, sus gentes… Has vivido en Barcelona y vives ahora en Madrid. ¿Qué representan para ti estas dos ciudades? ¿Qué sientes cuando vienes a «provincias»?
La ventaja que ofrecen las grandes ciudades es la invisibilidad. No siento ninguna inclinación nacionalista en mí, pero el concepto ciudad soy muy capaz de comprenderlo, tal vez porque las camino muchísimo, las recorro enteras, son cuerpos. Barcelona y Madrid son ciudades que me conmueven, me gustan las dos, a veces por razones opuestas. Cuando voy “a provincias” me siento un paleto, claro.
Has escrito mucho sobre cine, eres un gran conocedor de este medio. En Las ocasiones transmites un cierto desencanto o pérdida de interés hacia este medio. ¿Qué es lo que te disgusta, te desencanta o te desinteresa del cine? ¿Ya lo has visto todo?
Me sigue gustando mucho el cine, aunque me reconozco algo gastado como espectador. He visto demasiado cine, lo he convertido en parte de mi trabajo, pero todavía es una herramienta para explicarme la vida, para verla desde fuera, que por sí sola no tiene sentido alguno. Entrar al cine es salir de la vida, siempre lo digo. Lo digo porque suena bien, tampoco tengo claro que sea cierto, tú dime que sí a todo.
La cubierta del libro, ¿es un trabajo tuyo como apuntan los créditos? ¿A dónde llevan esas escaleras?
Es una foto casual que encontré en mi móvil. La hice en París, al lado de la calle Rivoli, creo. Cerca del Pont Neuf. Este verano intentaré volver, a ver si sé encontrarlas. Trataré de subirlas hasta donde me lleven y desde la azotea estudiaré la cuestión. Los editores trabajaron muchas posibles cubiertas hasta que dieron con esta. Creo que muy pocos editores piensan y resuelven los libros con el talento de Fulgencio Pimentel. Son lectores verdaderos.
