
Un paseo por las calles céntricas de Valladolid llevó al autor del artículo, venezolano afincado desde hace unos años en la ciudad del Pisuerga, a toparse con el local La Lupe que enseguida le atrapó. Este espacio alternativo le trajo a la memoria resonancias de la famosa artista cubana del mismo nombre, con su particular manera de enfrentarse a los boleros y las canciones populares, aquellos sonidos de la música latina tan próximos a su cultura caribeña. Si a esta agradable sorpresa, se le unió ver en directo al conocido personaje del espectáculo, Lady Veneno, la atracción fue irresistible.

Por LUIS GUILLERMO MARCANO RADAELLI
A pesar de la hora temprana, decidí entrar. Traspasado el umbral, dos puertas acristaladas imitando coloridos vitrales nos separaban de un pequeño vestíbulo de mortecina luz donde unos seis escalones con pretenciosos pasamanos, que remedaban bronce, conducían al rectangular salón.
El ambiente aún muy iluminado y con pocas personas me permitió observar el alto espacio con decorado absolutamente ecléctico, mezcla decadente de modernidad, clasicismo y caricaturesco barroco. Ya en el recinto, me senté cerca de la entrada en altos bancos de la barra, solicitando al bar ténder la oportuna bebida.
Detrás del mostrador, altas vitrinas de madera exhibían variados licores mientras en la pared opuesta, otros usuarios esperaban tras la larga repisa. Ávido de entremetidos detalles, con mirada escrutadora recorría el ambarino lugar deteniéndome en espejos de dorados marcos, algunas lámparas bronceadas y otras con acrílicas lágrimas talladas que tintineaban multiplicando la luz en informes siluetas danzantes.

El público variopinto en edades y vestimentas disímiles, en parejas, grupos o solitarios observadores, parecía divertirse acompañado por amena música latina de fondo, especialmente caribeña y española.
Subyugado con esa sugestiva atmósfera, de un local liberal, me dejé llevar por la grata conversación y la envolvente música. Pasada la media noche, se atenuaron las voces hasta casi convertirse en murmullo, descendió el volumen de la música, menguó la luz. De un vistazo, con curiosidad por descubrir el origen de aquel cambio, recorrí visualmente el salón desde el fondo hasta la entrada, siguiendo las miradas atentas de los espectadores que ahora abarrotaban el lugar, hasta toparme con el rellano de la escalera.
Algunas personas susurraban con evidente emoción: ¡Allí está…! ¡allí está…! Y sí, era ella, Lady Veneno, como una aparición, erguida, cordial, saludando aquí y allá. Me pareció enorme y majestuosa mientras lentamente, con paso firme, subía los escalones cual arrogante diva hollywoodense entre fervientes admiradores.

Se detuvo brevemente a mi lado, alcancé apreciarla en todo su esplendor. Su rostro sonriente de quien se sabe admirada, exageradamente maquillada con luminosas y brillantes sombras, impecable, como corresponde a su rol, se despejaba enmarcada en una grande y ensortijada peluca oscura.
Su cuerpo, despidiendo un atrayente perfume, enfundaba un traje suelto, largo, estampado en tonalidades ocres, cuyo brillo de reluciente satín, tornasolaba con la luz caprichosa que rebotaba de espejos y cristales. Yo la seguía perplejo sin poder apartar de ella la mirada mientras, como una luciérnaga, se alejaba hacia el fondo donde la esperaba el estrado que aguardaba su actuación.
Allí estaba Lady Veneno, micrófono en mano, adueñándose del comando musical y de la voluntad del público. Se elevó el volumen y con él se desbordaba la alegría, organizaba juegos coreográficos a los que la masa respondía entusiasta y entre chistes, comentarios banales o de interesante actualidad y canciones convenientemente dobladas.

Lady Veneno me seducía, no podía apartar los ojos de ella. De pronto, descendió del estrado y mezclándose con el ahora bullicioso entorno, continuaba incitando a la algarabía. Poco a poco, con cautela, se fue retirando hacia la salida e inesperadamente desapareció tras las puertas acristaladas sin que nadie lo notara, embrujados como estaban, imbuidos en la euforia del momento.
Yo, que no la perdía ni por un instante de vista, fui tras ella con la ilusión vana de interceptarla para cruzar algunas palabras pero al llegar a la calle, con todo mi pesar, ya no estaba, había desaparecido, se había esfumado tal como había llegado.
Volví a mi lugar en la barra, la gente continuaba animada. Lady Veneno había logrado su objetivo. Mi espejismo también se había esfumado quedando el deleite del efímero disfrute pero con la satisfacción de una particular experiencia vivida. La epifanía se había producido.
Me encantó o, mejor dicho, produjo en mí lo mismo que la dichosa Lady produjo en ti… ganas de seguir leyendo….
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