Excusas cabalísticas para un recuerdo a Julio Cortázar / Otra botella al mar

Julio Cortázar, tocando la trompeta.

EXCUSAS CABALÍSTICAS PARA UN RECUERDO A JULIO CORTÁZAR

Por ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Las dos fechas esas que lo igualan a uno, nacimiento, palabra tan larga, y muerte, la mitad de sílabas, como debe ser, los dos ciclos, principios de vida y de nada eterna, las dos fechas de Cortázar son 1914 y 1984. Así que por una suma de 100 + 10, nos ponemos en 2024, que es el año en que estamos y a punto de. Y por una resta sencilla (2024 – 1984), salen 40. Hace 110 años que nació y 40 que murió ése a quien me hubiera gustado llamar alguna vez mi paredro.

No soy dado a las cábalas, ni siquiera estoy seguro de haber echado bien las cuentas, la suma, la resta, de divisiones ya ni hablemos, pero todo acaba por sumar 150, impresiona darse cuenta de que alguien tan decisivo en tu vida, sí, cómo no admitir que hay escritores  tan decisivos en la vida de uno como si fueran personas vecinas de carne y hueso, anda por ahí a siglo y medio de distancia.

Con menos numerología, y en este aniversario traído por los pelos, largo aquí este homenaje de un gallego, diría Julio, y es casi verdad, por no muchos kilómetros y no poca historia personal, de un humilde admirador.]

OTRA BOTELLA AL MAR

Cómo imaginar lo inimaginable en aquel entonces, che Cortázar, este lector que te leyó en vida tuya y primeras ediciones y ahora te lee en la cama, en la alta noche (expresión aprendida de ti), palabras tuyas que se deslizan por una pantallita con luz y plasma o algo, en ediciones volátiles con ratas gruesas (tal cual lo escuchó la página de dictado que utilizo, era de prever), algunas te hubieran hecho gracia, ésta por ejemplo, dientas por clientas, y la posibilidad al punto y tacto, ni siquiera pulsar, solo rozar con la yema del dedo, la posibilidad de saber quién es el tipo que estás ahí nombrando y dentro de un rato o una cabezada, que falta me hace, pero aquí contigo pillado, ver la reproducción de algún cuadro suyo, un tal Quinquela Martín, el nombrecito, que me recuerda a quiniela, aunque de nombre de pila fuera Benito como mi tío Benito; y seguir así con ejemplos de subrayados a dedo y averiguaciones al instante, te voy a poner otro en esta carta de inmenso cariño renovado del discípulo tuyo que fui a los diecisiete y que quisiera humildemente y varios libros después, no muchos, volver a serlo a los setenta y dos, superado ya el monto de años con el que tú te fuiste, esta carta botella al mar con dirección y remite, en tu caso con el nombre basta, no hay número, calle, ciudad, país, sólo Finado Julio Cortázar, si te digo la posibilidad de indagar en la pantalla más grande que tengo en la habitación de al lado, dentro de esa cabezada necesaria y con un sueño dentro, si hay suerte, averiguar algo más sobre la ola y el párpado, dices tú, la parpaiola de Anabel, a mí me vino papaya, palabra que también para eso se emplea en el Cono Sur parece ser, la parpaiola («palabra esta última que siempre me ha fascinado por lo que tiene de ola y de párpado»), “palpa la ola”, dicho en andaluz, qué importante palpar y ciertos palpos, palpones y pálpitos, sí, buscar y averiguar y con otro golpe de suerte tal vez ver alguna, saber más sobre la concha chocho de Anabel y de paso también la de Susana, las dos mujeres formidables, cada una a su modo, de tu “Diario para un cuento”.

Y sigo, tras un par de minutos dedicados a la pantalla mayor, ahora ya levantado del lecho matrimonial, y fijo ante ella, casi en postura de adoración, donde doy con un bloguero que escribe en su blog “El Diario Reír”, no está nada mal, verdad, che, una entrada que leeré más tarde a lo mejor ya con el saxo en la boca, porque yo también como el payaso de la triste carcajada, vos me entendés, digo, una entrada sobre la parpaiola dicha, donde aprovechará el desgraciado para contarnos, me temo, su iniciación sexual, un tal Ricardo compatriota tuyo; y así pasó otro cuarto de hora y sigo en esta parrafada informe y medio aturullada que ya pronto plegaré en el cuaderno entregado a nadie, otro mar caralludo, el mar Nadie, sigo aquí para poner el cierre, porque yo, aunque predico lo abierto, tiento a los finales con cierre, ya que no con migalas, muy en herencia de tantas relaciones escolares que no se me daban mal, me decían mi abuelo el maestro don Eutimio y la profe de Literatura doña Carmen Lorenzana, padescansen los dos, como dice mi madre, y de ahí lo de creerme y quererme escritor y también gracias a ti, y tras algunos libros de los que te hablaba ahí arriba, éste es el cierre:

Que en otro cuento de la misma colección Deshoras y en la misma cama pero en otra noche y en otro semisueño, porque eso significa leer tus cuentos, siempre el patio de atrás, semi algo indefinible, caía en esto:

«Fumamos de cara al río, al viento húmedo de esa media noche de verano», en el cuento “Segundo viaje”, que va de boxeadores, caí ahí, ahí caí cacofónico, y me entró una infinita nostalgia porque soy nostalgioso y no hay remedio, ya ves, con tan poco, me dirás, sólo fumar y el río y el viento y la media noche y el verano, ¿te parece poco?, porque ahí me vi siendo yo mismo uno de los fumadores y el otro mi amigo Urdiales, por ejemplo, o Andrés, o Antonio La Fiera, o Miguelín Marinas, o Marijose Robles, o Miguel Ruinas, o el propio Tomás, que para eso he escrito un libro medio tocho con trescientas y pico páginas dedicadas a fumar con él junto a algún río, el Aqueronte, pongamos, libro que titulé, no fue cuestión de descabezarme, El libro de Tomás, algo te sonará este título de apariencia tan obvia. Punto final. Al mar de Nadie va a esta botella.

 

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