
Asistimos a un novedoso espectáculo que fusiona el teatro de calle con el teatro de sala, y más difícil todavía, sobre ruedas. La compañía ymedioteatro propone el espectáculo ‘Sie7e’, que se desarrolla en esa cantidad de metros cuadrados con una capacidad para quince espectadores. Un espacio muy reducido pero donde pueden concebirse grandes sueños contados a través de historias basadas en la manipulación de objetos.
Por FELI SANZ
Fotografías: JUAN A. BERZAL
Me sorprendí al verlo. Era como una caravana pequeña, o remolque más bien, y tuneada de teatro clásico. Lógicamente me enfrentaba al misterio de saber de qué se trata Sie7e porque así se llamaba el espectáculo y aún estaba por saber que escondía el título.
Alguien comentó que solo podían entrar al recinto quince personas. Lo cierto era que aunque habían ido llegando manadas de posibles espectadores, madres con hijos que allí se iban encontrando con amigas que, a su vez, acudían con más niños, varias personas solas que como yo estábamos deseosas de disfrutar de la obra elegida.
Imagino que al igual que me pasaba a mí, los demás pensarían que sería algo alusivo a ese mágico número y sus distintas interpretaciones: significación sobre los números 4 y 3 o aquella otra explicación de que se trata de algo que guarda relación con el cielo y la tierra, el universo…
No se habían abierto la ventanilla y ya éramos más del doble. No me preocupó excesivamente, puesto que yo había llegado la primera. Cuando finalmente se abrió el ventanuco de tickets, un hombre sonriente nos invitó a recoger las invitaciones, quince, no más. Nos informó también de que la retirada de las entradas fuese, como no podía ser de otra manera, por orden escrupuloso de llegada. Luego, un portero nos iba invitando a subir los tres escalones que nos separaban del más pequeño patio de bancos que yo hubiera podido imaginar.
La verdad, era como entrar en un cuento de personas liliputienses. Al ver el espacio, en ese instante, comprendí cuál era el motivo de un aforo tan limitado. En realidad, todo tenía unas dimensiones diminutas.

Por fin, teloncito rojo, cerrado en ese momento, se abrió y… entró la magia a la sala. En el centro del proscenio, dos pequeños botijos de cerámica blanca, unas pequeñas gafas, un trocito de tela, un minúsculo plumero y un actor, vestido de negro y con guantes sin dedos.
El intérprete empezó a manipular, en un proceso increíblemente lento y con gran destreza, a los botijillos y el atrezzo hasta convertirlos en una encantadora viejecita que con el pequeño plumero, incansable y cantarina, limpiaba su casita. Puestos a asear los objetos lustraba hasta un portarretratos de madera de su marido difunto a quien llamaba constantemente, contándole lo sola que se encontraba sin él. Desde luego, trasmitía soledad y tristeza pero al mismo tiempo, la esperanza y alegría de que pronto estarían juntos de nuevo.
Unos zapatitos de flamenca, que alguien le puso, le hicieron bailar y cantar sin parar:
¡Ay, sol y luna!
¡Ay, luna y cielo!
¿Dónde estuviste anoche
que mis ojos no te vieron?
Tra, la, la, rá,
tra, la, la, rá,
¿Dónde estuviste anoche
que mis ojos no te vieron?
Tra, la, la, rá,
tra, la, la, rá,
Y cantó y cantó hasta que cayó desfallecida. Su foto, dentro de un portarretratos de madera junto al de su marido, puso fin a la historia.
Salí de ese teatro de cuento sabiendo la razón de porqué el título era Sie7e: dos botijos, unas gafas, un pañuelo de cabeza, un plumero y dos portarretratos, fue todo lo utilizado para contar la emotiva historia. Me fui de allí con una sonrisa llena de ternura y sintiéndome menos sola.
