Tópicos 2 / La Sixtina: tormento sin éxtasis

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Comenzamos nuestra ruta veraniega y ociosa por los lugares únicos, especiales y señalados, los tópicos, con uno de los más distinguidos, epítome y antonomasia de cuantos sitios culturales mueven a ser visitados desde lueñes tierras: la capilla Sixtina. Veníamos a decir el pasado domingo que estos lugares tan singulares en ocasiones están a punto de convertirse en su contrario, un «no-lugar», por la mera estandarización de las experiencias a ellos asociadas: en todos se disfruta de grandes esperanzas y esperas, aglomeraciones e incomodidades que convierten su supuesto disfrute en un suplicio de proporciones, ahora sí, stendhalianas.

Los museos vaticanos, en cuyo interior se localiza hoy día esta capilla de simplona arquitectura y formidable decoración, se caracterizan por un rasgo común a muchos entornos de este tipo: uno se encuentra, sin término medio, entre la soledad y la muchedumbre sin solución de continuidad. A escasos metros de salas vacías donde invisibles efebos de mármol helénico, vasijas prehistóricas o lienzos de Poussin callan resignados, gentíos de babélicas almas en bermudas y tirantes se arraciman buscando el estupor y el prodigio prometidos. Antes, y como medida penitencial, habrán desfilado lentísimamente junto a los candentes muros vaticanos, a pleno sol ferragostino, hacia una taquilla situada en el último círculo dantesco. Tortuosos pasillos más adentro y varias obras maestras sin contemplaciones, el visitante se situará frente al origen y el acabose del mundo, según se entra a la derecha, arriba.

La tarea de contemplar los murales y techo del Buonarroti –y otros artistas ensombrecidos por aquel– se torna, al cabo, hercúlea, digna de concierto de Taylor Swift sin pantallas. La distancia, el bullicio (incluidas las voces de los sacristanes exigiendo silencio), el gentío escondiendo el prohibido telefonino y las limitaciones cervicales impiden otra cosa que no sea afirmar más tarde un tan ufano como fraudulento «estuve allí». Más o menos lo que se pretende. Tales y otras cuitas, poco a poco, convierten ese lugar en un no-lugar pues de él se extraen las mismas sensaciones de otros similares donde se aclama un gol, vocea una canción o berrea un himno. Il Braghettone no lo hizo peor.

Habría que confesar, por otro lado, que al pensar en la Sixtina viene también a la memoria la escena de ‘El tormento y el éxtasis’ (Carol Reed, 1965) en que el impaciente papa Julio (Rex Harrison) pregunta a Miguel Ángel (Charlton Heston) cuándo va a terminar de pintar el techo y este responde con furia y hartazgo soberbios: «¡cuando lo acabe!». Es frase que podría atribuirse cualquier otro pintor. O albañil. O mecánico. Los oficios y profesiones liberales, a poco que se rasque, se resuelven con gotelé o con un juicio final.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 13 de julio de 2025)

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