Lectura crítica del libro ‘Mínimo mundo’, de Aldo Luis Novelli.
Ed. ‘El llanto del mundo’. Argentina, 2012.
Leyendo y releyendo Mínimo mundo bien se puede afirmar y hasta celebrar que esta propuesta literaria venga a enriquecer una poética propia de este tiempo y que en la Patagonia se ha aclimatado con asombrosa rapidez y verosimilitud artística.
Me refiero a la poética del minimalismo: hermosa porfía de hacer arte con elementos y situaciones del entorno más inmediato del vivir cotidiano. Y, desde el registro literario, con un lenguaje apenas modulado y desviado de la lengua común; mínima fisura por donde se cuela el atrapante encantamiento de esta poética, cuyo potencial expresivo se despliega en códigos lingüísticos accesibles y compartibles socialmente, haciendo de lo poético un sentir y un decir al alcance de todos, sin necesidad de claves literarias o extraliterarias para identificarse con la intencionalidad de los textos.
Propuesta, en otras palabras, que busca la complicidad de un “tú”, de otro yo cualesquiera inmersos en un entorno que no va mucho más allá del día-a-día de un recorrido rutinario. Ya, desde el acertado título del libro: Mínimo mundo, se hace un guiño, remarcado por el adjetivo antepuesto al sustantivo que, además se ofrece como una clave para una mejor entrada a los poemas.
Lectura que –luego del me gusta o no me gusta estéticos o hedonistas–, en la cual, cada poema dice-lo-que-dice, el lector/a pueden leer o leerse a su manera, llevados por el fulgor semántico de los textos, extraído de situaciones y/o experiencias concretas, incontaminadas de elementos fantasiosos que pudieran disolverlas en un idealismo espúreo, propio de la pseudo-literatura consumista.
En tal sentido, el minimalismo se inspira en una base semiótica, en la cual las cosas, los gestos, los sucesos, sin perder su consistencia, se revierten en signos que anuncian y denuncian algo de su existencia como haceres humanos, en un tono de interpelación casi inmediata. Pero también disputándole al sujeto –con sobradora ironía– la razón de ser o no ser de un mundo sobreimpreso, cuya abrumadora antigüedad se hace sentir en un presente continuo personal y colectivamente.
A tal punto que –hoy por hoy– se esté peligrosamente llegando al absurdo de que lo cósico (el celular, la compu, el televisor, etc.) más que manipulables son objetos que nos manipulan, creándonos en grado de dependencia y de adicción rayano en lo alienante.
De ahí que la voz poética del libro confiese que “ no creo en aparatos mágicos. / Toda mi magia consiste / en danzar toda la noche / bajo la lluvia “.
Desde esa perspectiva, las apresuradas reflexiones que siguen, se centran en esa tensión, sugerida en el libro, entre mundo natural, (mundo dado) y mundo artificial (mundo inventado), cuya inmediatez se presta para adherirle significaciones, desprendidas de vivencias personales o supra-personales que oscilan entre historias de vida y la vida de las historias que se representan o tienen su co-relato en el recorte poético a cargo en buena parte del receptor/a de los textos.
Consciente o inconscientemente de tal premisa, Aldo Luis Novelli, en un estilo lindante a la mejor crónica periodística, recrea datos, objetos, eventos, psicodramas de la realidad social, tal vez, con la intención de dar cuenta de experiencias, no necesariamente autobiográficas, para que no se queden atrapadas en el reino del mero transcurrir o de lo simplemente factual; y alcancen aunque sea una mínima trascendencia, conformada de sueños, de deseos, de apetitos de infinitud que den un plus de significancia, superadora de nuestra intrínseca animalidad.
Mínimo mundo entonces, como un espacio-hábitat in-eludible, precario, pero, a la vez, susceptible de intensificarse y realzarse desde un aquí y un ahora, indicativos de una situación existencial. Situación porosa, paradojal, y generadora del desespero, de la imposibilidad de descifrar el sentido original y último del mundo dado, que éste sólo se dejaría vislumbrar a través de conjeturas de índole borgianas.
Hipótesis que no reclama el rebote o el revelamiento de lo enigmático para su completud, quedándose en el nivel de los interrogantes, de las especulaciones, sin respuestas demostrables.
Visión que, también, en Novelli se representa como “un intrincado laberinto (trazado) sobre una geometría infinita».
Este no dejarse descifrar del mundo dado –ni siquiera por la vía sagrada– lleva a una suerte de abatimiento, de angustia de la criatura humana mirando “el cielo del planeta» a través de un frío monitor devolviendo la imagen de alguien que “parece llorar”.
La in-accesibilidad al misterio del mundo dado hace que ciertos pasajes del libro adquieran una tonalidad dramática que viene a remarcar lo in-inteligible de esa vastedad cósmica, aunque se acepte como creación de una voluntad divina.
En ese aspecto, seguimos siendo “ arduos trogloditas/ simples homínidos salvajes / que salimos de una cueva.”
Caverna anti-platónica, oscura, donde el mundo de las esencias apenas si es sospechado desde un sentimiento de nostalgia, deteriorado por el trajín del MM saturado -entre otras cosas- de “aparatos mágicos, aflicciones, mensajes virtuales (y) mujeres inflables, tamagotchis”.
Pero aun en este paisaje plagado de artificios, Novelli apuesta y postula actos, actitudes, gestos que rebasan lo escriturable y fulguran sobre el opaco espacio de lo repetitivo cotidiano. Entorno situacional que funciona como referencialidad inmediata e in-eludible, desde donde se puede activar la imaginación creadora, aun hasta en esos “días aciagos (en) que los pájaros dejaron de volar”.
Sin embargo, esta incomprensión del mundo dado de ninguna manera remite a indiferencia o apatía por ese más allá in-traducible. Por el contrario, este no dejarse atravesar por el misterio del ser y de la nada puede llevar a una caída, a una taradez; a un descenso en la brutalidad, parecidos a un ridículo sin retorno.
Pues como dice el poeta inglés Francis Thomson “todas las cosas/ cercanas o lejanas/ ocultamente/ están ligadas entre sí/ de modo que no se puede arrancar una flor/ sin perturbar las estrellas”.
De ahí que –y aquí tal vez se cuele uno de los mensajes del libro– sólo viviendo intensa y ¿por qué no? poéticamente en el Mínimo mundo cotidiano quizás justifiquemos nuestra fugacidad irrefutable.
En cuanto a lo formal o discursivo, en esta escritura no hay espacio para los semitonos, para los grises, para los refinamientos estetizantes, dado que su caudal semántico marca, monopoliza el ritmo y la respiración de un fraseo verbal bordeando o bordoneando sobre la cuerda del habla popular. Y, a riesgo de sobrevalorizar lo prosaico, esta voz también merodea por ciertas vecindades extra-literarias que desdibujan las fronteras entre lo público y lo privativo, enunciando que: “hoy voté / después me fui a mi casa/ …y me hice unas buenas papas fritas”.
Pasaje oscilante entre el deber y el placer, exacerbando esto último a nivel de fruición, instancia primera, a partir de la cual, la poesía se siente como ese algo de mujer inalcanzable. O, sin sentido figurado, se intuye como una aspiración, como una variable de la utopía motorizada por el hambre de más hambre, traducida como “una mínima luz/ en la oscuridad” que supone el misterio del mundo.
De ahí, quizás, la frescura y contundencia de los textos que componen Mínimo mundo, insertos en la referencialidad espacial de la Patagonia, acotada al espacio urbano, enriqueciendo y sumándose a las mejores voces del quehacer poético de este Sur rebelde, querible y entrañable por demás.

Dos poemas del libro ‘Mínimo mundo’,
de Aldo Luis Novelli
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de las consecuencias del uso del ‘tú’
era una noche perfecta en Patagonia.
alrededor nuestro se extendía
el salvaje desierto del sur.
el cielo estaba perforado por estrellas de un blanco espléndido.
estábamos sentados los tres
en unas rocas desparejas
de un fogón abandonado.
uno era Bob, que venía de Inglaterra.
el tipo era profesor de literatura hispánica y poeta.
el otro era Andy
poeta y viejo amigo de existencia secreta
en un alto del viaje del tren que lo llevaba a Praga.
hablamos de mujeres y poesía
de la relación entre ellas.
el mundo ya no tenía arreglo.
habíamos bebido una botella de ginebra
y media botella del bourbon que trajo Bob.
lo miré a Bob y le dije:
– oye Bob, tú eres inglés, ¿no? –
– sí – me contestó,
– ¡flor de hijos de puta los ingleses! – le espeté.
Bob se quedó mirándome.
sin apuro habló Andy
– no le hagas caso Bob
está borracho -.
– y vos Andy
sos argentino, no? –
– sí – me dijo desganado,
– ¡flor de hijos de puta los argentinos! -.
Bob lanzó una carcajada
después se rió Andy
reímos los tres.
miré hacia arriba
la cruz del sur brillaba más que nunca.-
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amorsaurio
nos rozamos en la calle.
le acaricié el pelo en la esquina.
hablamos de las injusticias del mundo
cerca del basural.
nos amamos con los restos
del cuerpo.
antes de dormirme
le leí un cuento de Monterroso.
…y cuando desperté
ella ya no estaba allí.-
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Te envío desde el borde del desierto del fin del mundo una gaviota azul que canta canciones rojas Eloísa.
gracias querida amiga, m i abrazo transoceánico.
aldo.-
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Otro abrazo para ti, de estrella polar a cruz del sur, querido Aldo…
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