
Nueva entrega del poeta, ensayista y crítico literario uruguayo afincado en México, y que forma parte de un libro en curso –”un libro que escribo cuando me entra una especie de velocidad de ira”–, titulado ‘Prosapiens’.
Por EDUARDO MILÁN
Salen de España ahora por la política de los gato-gatilleros. No hay trabajo, hay saqueo. Adónde irán. ¿Irán a América donde ya estuvieron? Irán a América, poco probable ataque. América del Norte no está en la mira salvo en la mira de América del Norte con la que mira afuera. Mira para ponerla. Norte, la Miramérica. América es otra, América no es América. A esa América que es ahora otra, allí irán. Vuelve la cruza de Manrique con Netzahualcóyotl, de Cernuda con el desierto del Potosí. Lorca había bebido en el pozo de oro, allí donde bebieron los caballos de la ira. Fue fulminante. Era en la otra América la cosa, el monstruo despuntaba -como quien saca filo de su piel de acero– en la otra América, la que Lorca vio: el avance americano del cero a la derecha del cero. Un andaluz ve lo que un velo no alcanza a tapar: la velocidad de un rayo. Ahora está en Madrid, anclado en cuatro cosas, en cuatro patas de sillón presidencial. Salen de España como una vez salieron con aquel tirano que fingía trono: reinaba, llovía. Este sobrino de aquel tío, este abrumado de 18 Brumario repetido. Nublado, llovido por la lluvia sin ovillo, orinado en sus grietas e intersticios. Tienta la tradición que da vuelta la cabeza entre el polvo de los hidalgos, el sol en el casco que le queda a Rocinante, el sol-rocío, el sol-mañana: aquello. Nunca vi a San Juan levitando frente a Santa Teresa, aquel disenso que no descendía y no descendía. Hay en América Latina la tradición de dar vuelta la mirada en búho, en faro sobre mar y ver el polvo seco en la piedra deshidratada, en la cabeza de la piedra. La reverencia a la estantería de Darío en las “Liminares” a Prosas Profanas (1901): “Este –me dice– es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco, este es Lope de Vega, este Garcilaso, este Quintana.” le dice a Darío “el abuelo español de barba blanca”, esa especie de biotipo mítico que quedó acuñado en la moneda del tiempo, hermana del billete del tiempo y del billete del banco –¿Santander? ¿BBVA?, un viento en América Latina. Neruda antes de soltar su furia en “España en el corazón (1936-1937)”: “Preguntaréis: y dónde están las lilas…” Se refiere a su poesía anterior a la que está escribiendo, la de ese ahora que va a dar paso a su poesía “realista”, y en ese gesto de volver a ver lo que veía, en el intento de encontrar un antídoto a lo que creía era ceguera, entra en el absoluto: “Y la metafísica cubierta de amapolas?” Sigue la enumeración de las distintas caras verbales de la muerte franquista. Y la normativa lírica de quien había sido un Eón Encarnado, ese momento donde el yo poético pierde su Él, es decir su Ele. A Vallejo le dolía España abajo. “Si España cae..”, dijo. A mí no me duele España. Carezco de la pulpa de durazno que rodea el carozo. Conmoción la resistencia española, no duele: conmueve. Cuerpos que no dejan de caminar. Hacía tiempo que el mar amenazaba con entrar a la ciudad. Entró con la resistencia. Ellos se llaman mareas. Caras que no dejan de mirar, bocas en coro. Espacios de mar de gente, espacios de vacío urbano. Manchas del lado de arriba, carencias del lado de abajo, girando a cómo da la luz. Donde hay una mancha había un quijote. Aquí hay muchos. Si hay que salir, salir sin miedo, salir sin patria no a la otra patria. En todas partes están corriendo gente de la tierra de la vida.
Yo tambén me declaro neorrabiosa. Pero la rabia solo produce úlcera y otras dolencias al que la siente, aunque tenga toda la razón del mundo. La única solución que veo es la desobediencia civil. Ni manifestaciones ni pancartas ni firmas: desobediencia civil. Gracias, Eduardo.
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